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Interior Chilecito. Propuesta para los días en casa

#Mequedoencasa: Una historia del Oeste para leer en familia

Leer en familia podría ser una alternativa para pasar los días en casa y no salir preventivamente para evitar contagios.

En las estribaciones del Famatina, en el pueblo de Aicuña, nace don Francisco Ormeño, (Pancho) quien posteriormente se afincaría en "La Cuchilla", paraje sumamente pintoresco y muy cercano a ese lugar.

Don "Pancho" llegó al mundo el 12 de Marzo de 1850. Casado y padre de cuatro hijos, su esposa fue Manuela del Rosario Oliva.

La historia de su vida está rodeada de un lado de misterio, y causa admiración la gran cantidad de testimonios relacionados con su sabiduría, aplicada a la medicina naturista.

Su especialidad era la uroscopia o arte de diagnosticar por medio de la orina de los enfermos. 

¿Cuál era el procedimiento? Sobre una superficie plana colocaba el frasco conteniendo la orina, los que por la acción de los rayos solares, proyectaban lo que el observaba cuidadosamente: color, densidad, formas, características, etc. Allí "veía" luego de haber "analizado" y con certeza, podía diagnosticar el mal, procediendo inmediatamente a establecer el tratamiento.

Acto seguido, con papel y lápiz, y teniendo su rodilla como punto de apoyo, confeccionaba la receta o indicaciones a seguir, las que distaban años luz de una receta convencional.

El profundo conocimiento de la naturaleza, repleta de elementos que posteriormente dan origen a infinidad de medicamentos y fármacos, fue un sello identificatorio y base de trabajo para los métodos curativos de "Don Pancho Ormeño".

Ya desde muy joven había mostrado su gran pasión por la naturaleza, las plantas, árboles, arbustos, hierbas y flores, ocupaban su máximo interés, demostrando además que poseía un don natural muy particular: en el estaban desarrollados superlativamente dos sentidos: el gusto y el olfato. No había hoja, corteza, espina o flor, que tocaban sus manos que no pasaron de inmediato por su boca o nariz.

Heredero desde sus antepasados de esa capacidad para amalgamarse con la naturaleza, sumó esos conocimientos sobre medicina natural, a muchos más que fue con el tiempo acopiando, aplicándolos felizmente a paliar enfermedades, y aliviar males.

Rápidamente su forma se fue extendiendo, al punto de que atraídos con la esperanza de ser curados, venían desde otras provincias familias que eran recibidas con las limitadas capacidades hospitalarias del lugar.

Hombre de corazón noble

Para Don Pancho, no existían las distinciones sociales, ni raza, ni de ninguna otra índole. Algunos llegaban desde muy lejos, otros no tanto, pero todos eran atendidos llegado su turno.

Su sobria casona construida con gruesos muros de barro y piedra, techada con ramas y torta de barro, sostenida por macizas vigas de álamo y pilares de algarrobo, pronto albergó también a sus visitantes, teniendo que ampliar forzosamente con el tiempo sus instalaciones.

Allí y con la ayuda de los lugareños, levantó una capilla, la que aún permanece a pesar del tiempo transcurrido. El patrono de la misma era San Francisco de Asís. Con un estilo arquitectónico muy particular: La torre de la misma no está encima de la Capilla, sino que nace desde el piso en forma piramidal aguda, con cuatro puertas laterales ojivas.

Volviendo nuevamente a los elementos que utilizaba Don pancho para sus curaciones, son muchísImos y de los más variados. Básicamente entre los de origen vegetal, podemos mencionar: hojas, cortezas, hiervas silvestres, flores, tallos, semillas, cáscaras de frutas, savias, cactáceas de los cerros inmediatos etc., muchas recetas eran casi iguales a las usadas por los quichuas. También hacía uso, no solo de la fitoterapia, sino además de la zooterapia. Era común ver en sus prescripciones, productos de origen animal de la forma más diversa: por ejemplo, para muchos males recetaba untos o pomadas preparadas con grasa y pelambre de animales silvestres, del llano y del cerro tales como: guanacos, venados, sachacabras, pumas, zorros, gatos monteses, burros, potros, chivos, ovejas, víboras, cóndores, águilas, palomas y suris.

Otras veces la receta consistía en aplicaciones de la carne, del cuero, o de venas o tendones en la parte afectada. A un paciente le prescribió meterse dentro del cuero de un burro recién sacrificado, bien envuelto de pie a cabeza, con resultado totalmente positivo.

A ello se sumaba el uso de baños calientes, fríos, fricciones solares, ventosas, régimen alimenticio vegetariano estricto, vida dinámica, vida sosegada, oraciones, esparcimiento, descanso, alegría, danza, o algún buen vaso de vino criollo según el caso.

Los casos testigos

Muchísimos son los casos memorables que quedaron en el historial de experiencias curativas de Don Pancho, como aquel joven cordobés que llegaba en su lujoso automóvil con un amigo y 2 perros. Al verlo, Don Pancho le dijo: vea amigo: no lo podré curar con los dos perros cerca suyo, tendrá que regresar a Córdoba, dejar los perros y volver, solamente así lo podré tratar, el joven, cuando llegó al pueblo mas cercano, Puerto Alegre, quiso simular que había ido hasta Córdoba a dejar los perro, pero al enterarse Don Pancho dijo: "qué lástima, yo lo había hecho porque sabía que ya se moría y no quería que muriera lejos de su casa". Lamentablemente, murió en Puerto Alegre.

En otra oportunidad, se cuenta que un enfermo que padecía de impedimento para caminar fue llevado a Don Pancho, quien acto seguido hizo calentar una gran roca plana, varias veces en presencia del paciente, quien al recibir la orden de ser sentado en ella a pesar de su altísima temperatura, se negó escabulléndose y huyendo. Don Pancho dijo "¡¿Vieron, que podía caminar!?".

Don Pancho apelaba generalmente al gran poder curativo de la naturaleza, y los elementos que recetaba estaban al alcance del paciente en esa gran farmacia que es el cerro plagado de hierbas. 

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