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Sociedad Opinión. Por Horacio Tomás Liendo

Un nuevo aniversario

Análisis a 29 años del lanzamiento de la Ley de Convertibilidad.

Agradezco la invitación a escribir una nota por el nuevo

aniversario de la entrada en vigencia de la ley 23.928, más conocida como Ley

de Convertibilidad, hecho ocurrido un primero de abril del año 1991, hace ya 29

años.

El agradecimiento es doble porque me otorga la posibilidad

de publicarla en Nueva Rioja, un medio periodístico que batalla a diario por la

libertad con la mira puesta en las raíces de nuestra nacionalidad y que,

además, pertenece a la tierra de Joaquín V. González, que es también la de

Carlos Saúl Menem, que tomó una iniciativa que demostró ser capaz de terminar

con la inflación en la Argentina.

No es su responsabilidad, claro, que otros, cuya estatura no

les permite ver el porvenir, hayan destruido esa obra y sumido al país

nuevamente en el conocido pantano de la inflación que envilece el valor de la

moneda y con ello, el del salario y las jubilaciones, en primer lugar.

Pero también hace incomprensible el lenguaje básico de toda

organización económica, que son los precios y salarios, sumiendo al país en una

Torre de Babel en la que el esfuerzo cotidiano carece de valores de referencia.

No se pueden intercambiar genuina y confiadamente los bienes

y servicios producidos, desalienta el ahorro, suprime la posibilidad de

cualquier financiamiento lógico y necesario y, en fin, nos condena al atraso y

aumento de la pobreza y nos aleja de los niveles de desarrollo que el resto del

mundo alcanza en estabilidad y con financiamiento suficiente para que las

familias adquieran sus casas, compren sus autos y demás bienes necesarios, se

eduquen y, en fin, vivan una vida que merezca ser vivida, como solía decir

Menem.

Desde la salida de la Convertibilidad, la devaluación fue de

casi el 9.000% al cambio libre y del 6.500% al cambio oficial. 100 pesos, que

eran equivalentes a 100 dólares entonces, apenas superan hoy 1 dólar. El peso

uruguayo que valía menos de una décima parte, ya cotiza el doble del peso

argentino. Incluso el real, cuya devaluación fue una de las causas invocadas

para salir de la Convertibilidad cuando cayó a un cuarto de peso, se mantiene

en el rango de 4 reales por dólar, es decir que se necesitan alrededor de ¡20

pesos para comprar un real!

Como se advierte, el verdadero objetivo de quienes derogaron

la Convertibilidad no fue reducir una pretendida sobrevaluación del peso, que

los más aventurados estimaban alrededor de un 20% y no porque hubiera habido

inflación ya que la que teníamos entonces era inferior, incluso, a la de los

Estados Unidos de América sino por la fortaleza, precisamente, del dólar

americano frente a las demás monedas del mundo.

El verdadero objetivo del golpe institucional del 2001 fue

liberar a la clase política, empresarial y sindical argentina del corsé que la

Convertibilidad les imponía a favor del pueblo. Con la Convertibilidad no

podían disponer a su antojo retenciones, subsidios, aumentos de precios o

salarios por encima del límite que les imponía la competencia o el aumento de

la productividad, ni aumentos del gasto público que no pudieran financiarse con

impuestos o crédito público. Tampoco les era posible declarar el default y

renunciar así al crédito público.

Pero cuando se puede emitir sin límites y sin preocuparse

por las consecuencias, vale todo.

Derogada la Convertibilidad, pudieron devaluar, pesificar,

hacerlo asimétricamente destruyendo el sistema financiero y endeudarse sin

contrapartida para cubrir la diferencia mientras declaraban el default de la

deuda real con quienes habían financiado el desarrollo argentino, confiscar los

ahorros bancarios y jubilatorios, crear jubilaciones sin aportes y salarios sin

empleos, aumentar el gasto público alocadamente con subsidios irracionales por

la pesificación de las tarifas de los servicios públicos, imponer retenciones,

el cepo e incluso ahora, ¡un impuesto a la compra de dólares! y, en fin, llevar

a la Argentina al estado en el que se encontraba antes de la pandemia del

coronavirus. Lo que tendremos que hacer para superar ese otro cataclismo, es

harina de otro costal.

A los más jóvenes les parecerá un aniversario raro. En

general se festejan aniversarios de aquello que subsiste, no de lo que ya fue…

Y tienen razón.

La Convertibilidad duró más de una década que alcanzó para

demostrar su viabilidad y los benéficos efectos que produce un plan de

estabilidad y desarrollo (sin desconocer los desafíos que plantea), pero

claramente un tiempo insuficiente para cambiar el curso de la historia que

justifique un aniversario.

Pensemos este aniversario, entonces, como algo

contra-fáctico, como aquello que pudo ser y no fue. Clarín (Domingo 29/3/2020)

acaba de publicar que conforme a cifras del INDEC los argentinos tenemos casi

cuatrocientos mil millones de dólares en el exterior,  incluyendo las reservas del BCRA y de los

bancos, de los cuales trescientos treinta y cinco mil trescientos setenta y

siete millones de dólares, pertenecen a los particulares.

De no haberse producido los hechos de fines del 2001 y 2002

en adelante, un peso seguiría valiendo un dólar, el sistema financiero local

tendría ahorros suficientes para todas las actividades económicas nacionales a

costos comparables a los de Chile, Paraguay, Brasil o, incluso, Canadá,

Australia y los países del sudeste asiático. La continua refinanciación de la

deuda pública argentina no sería un problema y lo que es más importante hoy, la

Argentina contaría con reservas estratégicas de todo orden, económico,

financiero, sanitario, de infraestructura, de defensa y seguridad, como para

enfrentar la pandemia actual como lo 

hacen los países desarrollador sin temer, como ahora, por su propia

subsistencia después que pasen los efectos de esta terrible enfermedad.

Ese es el aniversario que, lamentablemente, no estamos en

condiciones de festejar hoy.

 

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