Era agosto de
1982 cuando Jorge González se levantó a media mañana como
siempre en su precaria casa en El Colorado, desayunó y enfiló hacia el bar El
Tufo. Tenía ganas de jugar al billar y sabía que allí encontraría a los mismos
de siempre. Cuando llegó, se anotó en la lista y recibió un pedido: "Mientras
esperás, ¿por qué no vas a comprar cigarrillos al kiosco de acá a la vuelta?".
Jorge accedió.
Todavía no
había cumplido 17 años, pero ya medía 2m16 y pesaba 160 kilos. Sin embargo, en esta pequeña ciudad del
sur de la provincia de Formosa, ubicada a 150 kilómetros de la capital, no
llamaba la atención por su exuberancia física. Jorguito era el gigantón bueno
del pueblo, en ese momento de 5.000 habitantes… Sin embargo, hubo una persona
que quedó asombrada cuando se lo cruzó y decidió pararlo. Era Oscar Rozanovich,
un viajante chaqueño allegado al club Hindú de Resistencia. Le preguntó
si jugaba al básquet y, aunque recibió un no, se animó a consultarle si le
gustaría hacerlo… El Gigante, inocente aunque inteligente,
se dio cuenta que podía ser una oportunidad para cambiar su vida y mostró
cierto interés. Rozanovich le pasó el dato a Carlos Lutringer, gloria chaqueña
que al mes siguiente se encargó de viajar a Formosa para buscar a ese diamante
en bruto.
Días después,
González estaba alojado en Resistencia, sin entrenar con el equipo principal
sólo porque no tenía zapatillas para su talle (56 y medio). Apenas
usaba unas sandalias que le habían hecho a medida y lo único que podía hacer
con ese calzado era practicar los fundamentos del juego. Cuando una marca de
ropa le fabricó especialmente el primer calzado, el Gigante aprendió rápido. A
tal punto que un año después estaba jugando en Gimnasia LP (83), a los
tres debutaba en la Selección argentina (Sudamericano 85), a los cinco brillaba
en la Liga Nacional con Sport Club de Cañada de Gómez, a los seis era elegido
en el draft de la NBA, a los ocho debutaba como luchador profesional en
Estados Unidos y a los nueve actuaba en películas y series de TV, como la
famosa Baywatch de David Hasselhooff y Pamela Anderson.
En el medio de
ese periplo con guión hollywodense se encontró con barreras insalvables que
transformaron a su sueño en pesadilla: sus problemas de alimentación y
de peso (superó los 200 kilos), los consecuentes dolores físicos por su
altura (sin precisiones, se cree que medía entre 2m24 y 2m32), los vaivenes
emocionales y las enfermedades graves que se desataron con el tiempo
(diabetes y acromegalia) y derivarían en su muerte, a los 44 años,
tras varias temporadas de estar en la bancarrota y postrado en una cama.
Infobae dialogó
con siete protagonistas directos –incluido un coach NBA- de cada paso que dio
para reconstruir una historia digna de Hollywood: un gigante de pueblo que tocó
el cielo con las manos pero luego no pudo detener su caída hacia el final más
triste.
Era septiembre
del 82 cuando Mercedes y Felipe, sus padres, aceptaron que Lutringer se lo
llevara a Resistencia con la condición de cuidar bien a su hijo. "Acá lo
adoptamos enseguida. Era un chico muy sano, bueno, obediente. Extrañó un poco
su familia, el pueblo, pero se fue adaptando y dejó un gran recuerdo. No
tenía ni idea de básquet, pero de a poco le fuimos enseñando. Al principio
no tenía ni zapatillas pero le mandamos a hacer unas a Buenos Aires. Yo llegué
a jugar con él, era inmarcable cuando le tirábamos la pelota cerca del
tablero. Casi tocaba el aro con sus brazos en alto…",
recuerda Alejandro Pirota, hoy de 75 años, desde su casa a una
cuadra del club Hindú. En ese momento, asegura, cree que medía 2m20, pero lo
que recuerda bien es que ya tenía problemas con la comida y su cuerpo. "Se
comía todo lo que le ponían enfrente y le dolían bastante sus rodillas",
detalla. Y con sus medidas, claro. "Tenía una camioneta F100 y le tuvo que
hacer retoques, en la puerta para poder sacar su pie y subir el techo porque no
entraba… También le hicimos una cama especial porque no entraba en las
comunes", explica el Puma.
León Najnudel,
el creador de nuestra Liga Nacional, un tipo que vivía pensando en el futuro
del básquet argentino, se enteró de su existencia y lo fue a ver antes de
emigrar a España para dirigir al Zaragoza. Rápidamente, soñando con tener al
futuro pivote de la Selección, le recomendó su contratación al Lobo platense,
animador metropolitano en los años 70. Allí Jorge jugó un año con los juveniles
(83) y al siguiente fue pieza valiosa en la conquista del ascenso a la segunda
división nacional (84).
Ángel
Cerisola, el base de aquel
equipo, recuerda el paso del Gigante por LP y Gimnasia. "Su juego progresaba
día a día. Pasaba bien la pelota, entendía los sistemas y tenía muy buen
mecánica de tiro. Su gran pelea ya era con su físico, con las rodillas, con el
peso...", comenta. Y cuenta una historia que refleja lo que le pasaba con la
comida. "Todo el mundo estaba alrededor de su peso. Recuerdo que, cuando
hicimos una gira de una semana, nosotros veíamos que cumplía bien el plan de
alimentación. Pero lo extraño era que no bajaba de peso. El día que nos íbamos
del hotel, al hacer el check out, el conserje nos dice '¿qué van a hacer con lo
que comió el grandote?'. Ahí nos contó que Jorge se levantaba de
madrugada y pedía hamburguesas. Luego se volvía a acostar y cuando se
levantaba, claro, desayunaba sin problemas las cinco tostadas con café que
tenía ordenadas", relata Pichi.
Desde ese primer
momento, los compañeros empezaron a ver, a repetición, las cosas que marcarían
su vida, como las situaciones risueñas que se vivían por su estatura. "Era
gracioso verlo, por caso, esperando que todos subiéramos al colectivo, apoyando
su brazo en un toldo de un negocio. Otro día entró a la cocina de un
restaurante y las cocineras empezaron a los gritos. Parecía el Yeti del
Himalaya", describe.
Justamente la
mirada del otro fue todo un tema en su vida y Cerisola recuerda cuando empezó a
ser desconfiado de todos. "Ni bien vino de Resistencia le hicieron una
entrevista. De una revista. Casi toda la nota le preguntaron de deporte y al
final, en la última parte, la consulta fue sobre su vida sexual, cómo hacía con
su altura… Y Jorge respondió: 'Las mujeres piensan que mi pene es
proporcional a mi altura y me tienen miedo. Pero es normal'. Para qué…
Cuando salió la revista, el título y casi toda la nota era sobre su vida sexual
y casi nada del deporte. A partir de ese día estuvo siempre a la defensiva",
precisa. Sin embargo, Cerisola remarca por último algo que todos recordarían
como una característica del Gigante. "Ojo que no era ningún boludo. Un tipo muy
piola, con buena cabeza. Era inteligente y sabía lo quería", rescata.
En 1986, cuando
Najnudel volvió de España y firmó con Sport Club, empezó a insistir por la
contratación de Jorge, su debilidad. "Acordamos el pase con Gimnasia y lo
fuimos a buscar a La Plata en un 128 verde que tenía yo. Lo que nos costó para
meterlo en el auto… recuerdo que lo fuimos a buscar a su departamento y
estaba pintando el techo. Sin escalera… Era una bestia, nos impresionó
su corpulencia. Una cosa era verlo en fotos y otra personalmente", cuenta Eduardo
Bazzi, principal dirigente cañadense que luego sería, durante 22 años, el
presidente de la Asociación de Clubes.
Ya en Santa Fe,
González debió adaptarse a una ciudad más chica y los ciudadanos a él. En una
fábrica de muebles le hicieron una cama a su medida, reforzada, y en el único
cine que había le construyeron una plataforma especial para que pudiera ir a
ver películas sin tapar a los de atrás, ya que sentado medía 1m17. Aquella fue
una época muy recordada en el básquet nacional, porque Sport tenía la mejor
cantera del país. Najnudel había reclutado a buena parte de las mejores joyas
del país, lo que sería una constante durante casi una década. En esa época
había un grupo de 15 talentos jóvenes del cual, por caso, salieron Marcelo
Nicola y Hugo Sconochini, de brillante carrera en Europa.
Los chicos
vivían en una casa compartida y la convivencia con el formoseño no fue fácil.
"Y sí, Jorge era un poco egoísta y eso generó problemas. Un día se
comió la torta de cumpleaños que le habían hecho a César Bernard. Al año
siguiente lo mudamos a un departamento, porque los otros pibes lo querían
matar", detalla Bazzi para Infobae. El directivo revela que Jorge tenía
dos caras. "Podía ser muy simpático y entrador. O muy odioso. Era vivo, pícaro",
aclara. Y cuenta una anécdota que relaciona esa viveza con su problema con la
comida y va en línea con la anécdota de Cerisola. "Cuando viajaban y el
colectivo paraba en algún lugar para comer, Jorge bajaba primero y, mientras el
resto se acomodaba, pedía y se comía tres o cuatro alfajores. Y luego comía con
el resto. Cuando le pregunté al jefe de delegación por qué se gastaba tanto en
comida me contó. 'Lo de González es tremendo', me dijo", explica Bazzi.
Las historias de
comida, algunas quizás exageradas, se suceden. Aseguran en Cañada que era
usual verlo ingerir seis empanadas en el mostrador de una pizzería mientras
pedía otra docena, que consumía tres kilos de fruta por día, que podía
terminar dos docenas de medialunas en una tarde, tomar tres sifones de soda en
un almuerzo o cenar cuatro bifes de chorizo. Así fue que, en esa
etapa, llegó a superar los 200 kilos. Con el menor kilaje que lo tuvieron fue
172, aunque saben que lo mejor, 165, fue cuando hizo la dieta de
Alberto Cormillot que le consiguió Najnudel.
"Le duró poco.
Dicen que quiso coquetear con la hija del médico, cuando estuvo en Capital",
cuenta Bazzi. En Cañada lo llevaban a pesar a la balanza de camiones Helvética
y sus kilos llegaron a tener tanta importancia que el contrato firmado en 1989
al que accedió Infobae tenía incentivos dependiendo del peso.
"Incluso tenía un incentivo especial: Jorge estaba enloquecido con una Chevy
que habían restaurado en la ciudad y nosotros le dijimos que se la regalaríamos
si superaba los 170. Nunca lo logró", reconoce.
Incluso, durante
su paso por la lucha libre, él mismo admitió haber llegado a los 210 kilos.
Sobre la altura hay más dudas que nadie ha podido despejar con pruebas. Algunos
hablan de 2m29, otros de 2m31, en la lucha libre informaron oficialmente 2m24
(aunque lo promocionaban por más) y algún atrevido se animó a asegurar que eran
2m34. Lo cierto es que, si rondó los 2m30 como se cree, fue uno de los diez
basquetbolistas más altos de la historia.
Para colmo, al
poco tiempo de haber llegado a Cañada y tras apenas cuatro partidos disputados,
el Gigante debió operarse de los meniscos de la rodilla derecha y estuvo afuera
casi nueve meses. "Recuerdo que el menisco que le extrajeron lo llevaron a la
UBA para evaluarlo. Era enorme", precisa Bazzi. Julio Lamas, en ese momento
flamante asistente de León con apenas 23 años, se hizo bastante cercano a
Jorge. Solía comer con él y tener largas charlas. "Era un chico tranquilo,
curioso, le gustaba escuchar radio, ver deportes por TV y, sobre todo, conversar
y reírse", es lo primero que le cuenta a Infobae.
En lo
basquetbolístico encontró a un joven con talentos a potenciar. "Tenía buen
tiro, buenas manos, definía bien con entradas a canasta y sobre todo en el
poste bajo, donde era contundente. Ofensivamente fue un jugador importante en
esos dos años de Liga que siguieron, desequilibrante diría. Su problema era
defensivo. Le costaba llegar a algunas rotaciones. Cuando estuvo en su mejor
peso, lo hizo bien. Luego ya no…", analiza quien fue asistente de Najnudel en
el 88 y luego entrenador en el 89.
En la primera
temporada completa, González brilló y terminó con un doble doble, en
puntos (22.3) y rebotes (10.9), además de un impactante 68% en dobles. Una
figura de la Liga. Sport finalizó 10° en aquella temporada y Jorge llegó al All
Star. En la siguiente, con menos partidos por un viaje a Estados Unidos que ya
comentaremos, sus medias fueron de 18 y 10, con 72% en dobles. Sport se salvó
del descenso en un agónico quinto juego ante Boca en la serie por la permanencia.
González mandó a suplementario un partido que luego definió Jorge Rifatti, otro
reclutado, en el último segundo para que el club siguiera en la A y enviara a
Boca a la B.
Fue una época
donde Jorge ya había entendido que la altura "era algo positivo, que le podía
cambiar la vida, luego de mucho tiempo de sufrirla por la enorme cantidad de
incomodidades que le ocasionaba", según Lamas. Pero, a la vez, había algo que
no podía superar: lo que pensaban los otros. "No le gustaba nada si le
hacían bromas o le preguntaban mucho del tema. Ni hablar si era una mujer.
Recuerdo que, en un viaje, estábamos en un hotel y se lo cruzó una moza. Cuando
lo vio, se asustó tanto que voló su bandeja que traía en la mano. Eso a Jorge
lo reventó. Estuvo días sufriendo por la situación", explica el coach.
"Sólo quería que
lo trataran como una persona común", resume Bazzi. En el ambiente del básquet,
en general, se sentía más cómodo. Sobre todo cuando pasó a ser un jugador
cotizado. Así lo hizo sentir León y luego Flor Meléndez, cuando lo llevó a la
Selección para la Copa Navidad del 87, en Madrid. Allí lo vio Richard Kaner,
un agente que llevaba jugadores a España y jefe de scout de los Hawks en Europa.
Fue él quien se lo recomendó al entrenador Mike Fratello y así empezaron a
seguirlo. Gracias a las posibilidades tecnológicas de la CNN, la cadena
televisiva de Ted Turner, dueño de los Hawks y Braves (béisbol), pudieron
captar la señal del Preolímpico del 88 en Montevideo. Jorge se destacó, sobre
todo ante el duro Puerto Rico, que tenía a dos pivotes de alto nivel como
Piculín Ortiz y Ramón Rivas (ambos pasarían por la NBA). El Gigante anotó 27
puntos y los Hawks tomaron una decisión histórica para el básquet
argentino: elegirían a Jorge en el draft, puesto 54 de la tercera ronda,
convirtiéndolo en el primer argentino en ser seleccionado. Tres lugares
después caería Hernán Montenegro, la otra gran esperanza argentina de esos
momentos.
Fernando
Bastide, dirigente y agente
de jugadores, entró en la vida de González en 1988. Hasta ahí sólo lo conocía
de verlo jugar. Un día, mientras estaba en Nueva York, recibió una llamada de
Kaner, su amigo y scout de Atlanta, que a los pocos minutos se transformó en
una charla con Fratello. "Me empezó a preguntar cosas de Jorge y me pidió una descripción
sobre su juego. Yo le dije que sabía jugar y, sobre todo, que era muy grande.
Al poco tiempo, semanas antes del draft, tuve una reunión en Nueva York con el
general manager Stan Kasten. Pero nunca me confirmaron nada sobre la elección",
recuerda Bastide.
La sorpresa
impactaría en Argentina. El mismo 27 de junio del draft, el canje de Randy
Wittman a Sacramento por Reggie Theus les dio un extra a los Hawks: una
elección en tercera ronda que usaron para escoger a González. Estaba claro: en
Atlanta pensaban que podían tener un as en la manga, un diamante en bruto al
cual pulir para potenciar un equipo que, en breve, podría competir por el
título del Este.
El más
entusiasmado era Kasten. "Imaginate que, cuando entré a su oficina, en
el cuadro que estaba detrás de su escritorio tenía fotos de Dominique Wilkins,
Bird, Jordan, Magic y de Jorge. Sí, aunque no lo puedas creer. Stan pensaba
que había descubierto algo especial. En ese momento se buscaban torres así que
podían cambiar el juego, algo así como después pasó con Yao Ming en Houston",
precisa Bastide.
Kasten, hoy
presidente y dueño minoritario de Los Ángeles Dodgers (franquicia mítica del
béibsol estadounidense), no era un dirigente cualquiera de aquella NBA de los
80. En el 86 y 87 había logrado el máximo premio (Ejecutivo del Año) gracias al
armado de un muy equipo que tenía a Wilkins como figura, pero también un
reparto muy valioso: dos buenos bases (Doc Rivers y Spudd Webb), un alero con
potencial como Cliff Levingston, un muy interesante pivote como Kevin Willis y
a un veterano Moses Malone que seguía siendo una figura. Kasten tenía muy buen
ojo para reclutar y miraba mucho hacia afuera del país, algo que se comprobó
cuando sorprendió en el draft con las elecciones del lituano Sabonis en el 85 y
al ruso Aleksandar Volkov en el 86. A González le tenía tanta confianza que al
poco tiempo envió al país a uno de los asistentes, Brendan Suhr, para verlo en
persona. Nada menos que alguien que, meses después, se convertiría en asistente
de Chuck Daly en los bicampeones Pistons de Detroit y luego tendría la
experiencia de ser ayudante de Daly en el mítico Dream Team del 92.
Bastide recuerda
haber ido a buscar a Suhr a Ezeiza y luego llevarlo en auto hasta Cañada, donde
Najnudel armó un entrenamiento especial para que el Gigante se luciera. Lamas
lo recuerda bien porque dirigió esa práctica mientras León y Suhr se sentaron
en la cabecera del estadio Florencio Varni. "Lo curioso fue que los compañeros
empezaron a darle todas las pelotas para que Jorge definiera cerca del aro pero
él recibía y la sacaba para los tiradores. Los chicos no podían creerlo y León
me miraba serio. Me daba cuenta de que se estaba poniendo loco. Entonces, de
forma disimulada, paré la práctica, junté al equipo y le dije a Jorge que empezara
a tirar. Así lo hizo, se lució bastante y cuando terminó la práctica nos
juntamos los cuatro en la mitad de la cancha. Suhr le habló directamente a
Jorge y fue muy directo. Le dijo que tenía las condiciones física y
técnicas para jugar en la NBA, pero que debía moverse más rápido en la cancha y
que eso era directamente responsabilidad suya, que dependía de su entrenamiento
y la alimentación", rememora Lamas. Suhr se volvió a Estados Unidos con un
informe favorable y un recuerdo para impactar a sus jefes: una
zapatilla 56 y medio de González.
Cuando leyó el
informe de Suhr, Kasten y Fratello quisieron verlo en persona y lo invitaron en
febrero del 89, mientras la franquicia iba camino a la segunda mejor fase
regular en la historia (marca de 52-30). Infobae se comunicó con el coach de
aquellos Hawks para conocer sus opiniones sobre el Gigante, como Fratello lo
llamó en castellano desde su casa en Cleveland. "Obviamente que Jorge era un
especimen físico. Pero también estábamos fascinados por su tiro.
Tenía distancia y un buen toque, podía salir a tirar. Hoy se adaptaría tan bien
a esta NBA en la que los grandes salen a lanzar de afuera… Vimos, además, que
tenía problemas en la trasición, en correr la cancha, por su corpulencia y
peso. Sabíamos que debía trabajar en eso, ponerse en mejor forma para poder
tener sus minutos. Por eso decidimos traerlo a la ciudad para tenerlo cerca y
hablar con él. Lo veíamos como un proyecto que tal vez en uno o dos años podía
ayudarnos", cuenta a los 75 años.
En esos días,
Bazzi se fue de vacaciones a Estados Unidos con su familia y aprovechó para
viajar a Atlanta y ver cómo le estaba yendo a Jorge en aquella prueba. "Vi un
partido contra los Knicks en el estadio Omni y observé que Jorge estaba muy
contento con todo lo que le estaba pasando", relata el dirigente. Lo mismo que
notó Bastide cuando regresó a la Argentina tras casi un mes. "No hablaba
inglés, pero incluso se hizo algunos amigos entre los jugadores, como Kevin
Willis. Además, lo que más le gustaba era que salía a caminar por la calle de
la ciudad y la gente lo felicitaba sin saber quién era. La altura, ahí, era
algo positivo, no lo veían como un 'fenómeno raro' como pasaba acá", explica.
Atlanta le avisó
a Sport que resarciría el acuerdo vigente que González tenía (por 30.000
australes) y para que pudiera entrenar le extendió el contrato mínimo para los
novatos (100.000 dólares). El problema: no era garantizado. Es decir, los Hawks
podían cortarlo cuando quisieran y le habían puesto una condición sinequanon:
bajaba de peso o se rescindía.
González volvió
al país con un plan de entrenamiento y alimentación que debía cumplir. La
meta era clara: debía llegar a los 140 kilos. Una misión casi
imposible, teniendo en cuenta que en ese momento debía bajar casi 40. "No
recuerdo con precisión cuánto pesaba y cuánto le pedimos que bajara, pero sí
teníamos claro que debía perder peso para ganar movilidad. Era necesario que
tuviera una mejor condición física para aguantar el ida y vuelta que requiere
el juego NBA", relata Fratello. "En Atlanta le hicieron un estudio donde
encontraron que, pese a su peso, Jorge era débil porque su cuerpo, en su
mayoría, está formado por grasa. Tenía poco músculo. Por eso le pidieron
cambiar su alimentación y pesar menos para poder ponerlo en cancha", explica
Bazzi.
En eso, los
Hawks avisaron, serían terminantes. "Sabíamos que para él no sería fácil lograr
lo que le pedíamos. Pero era necesario", agrega Fratello, quien cree que además
el contexto no lo benefició. "Era una época distinta a la actual. Sólo tenías
un roster de 12 jugadores. Hoy son 15 lugares, con dos jugadores que pueden ir
y volver de la GLeague. Encima nosotros teníamos un gran equipo en esa época,
no era nada sencillo hacerse un hueco. Tampoco existían otras cosas que podían
haber ayudado: la analítica y la gran cantidad de colaboradores que vemos hoy.
En los Hawks teníamos al entrenador de fuerza que hacía de PF, vendaba a los
jugadores, sacaba los pasajes, reservaba hoteles y les pagaba a los jugadores.
Hoy los equipos tienen personas separadas para cada una de esas cosas. Parece
que es un detalle, pero eso también conspiró contra Jorge. No era una misión
sencilla pese a que lo considerábamos", analiza.
A los seis
meses, en Atlanta se dieron cuenta que lo exigido no iba a suceder. Jorge
volvió a jugar sin problemas en la Liga Nacional e incluso estuvo en el famoso
partido a beneficio que disputó el presidente Carlos Menem en el Luna Park y
cuya foto al lado del Gigante recorrió el mundo por la diferencia de
altura entre el primer mandatario y el pivote formoseño (casi 70 centímetros).
Pero lo cierto es que de peso no bajó nunca y los Hawks desistieron. Bastide no
se sorprendió. "Un día, cuando estuve allá, estábamos en las oficinas y entró
Kevin Willis. Lo pesaron y como estaba excedido de peso, lo mandaron de vuelta
a la casa y le dijeron que le descontarían el día de entrenamiento. Por eso no
me llamó la atención la decisión que tomaron con Jorge. La condición física era
y sigue siendo hoy determinante en la NBA. No tengo dudas que si hubiese tenido
una mejor, Jorge hubiese jugado", asevera su ex agente.
"La NBA se fijó
por su talla, pero él tenía herramientas interesantes. Su problema siempre fue
el físico", asume Lamas. Fratello cierra con un lamento, sobre todo por la
calidez humana que notó en el Gigante. "Era un gran persona, te dabas cuenta de
sólo hablar con él. Y aunque no se quedó con nosotros, siempre quise que le
fuera bien. Sé que no continuó con el básquet, lo seguí en su nueva profesión.
A veces prendía la TV para verlo, porque acá se volvió una personalidad. Me
gustó que pudiera tener la perseverancia de querer triunfar en una actividad
luego de no poder con la NBA. Eso habla bien de él", relata.
Fratello se
refiere a la nueva y sorprendente etapa en la que incursionó el Gigante a
partir de la frustración NBA. A la historia en Estados Unidos, que parecía que
terminaría sin final feliz, aún le quedaba un capítulo, a partir de que a Kaner
se lo ocurrió una idea y se la comentó a Bastide por teléfono.
-¿A Jorge le
interesaría hacer wrestling?
-¿Wrest qué?
-Son como
luchas pero no son reales. No se pegan, no pasa nada.
Bastide no sabía
de qué le hablaban. Pero enseguida se dio cuenta que debía ser la versión
estadounidense de Titanes en el Ring.
-¿Pero se paga
por hacer eso?
-Claro. Para
que te des una idea, Hulk Hogan, la estrella de acá, ganó 1 millón de dólares
en la última temporada. Le haríamos un contrato a prueba por tres meses y si la
pasa, firmaríamos uno definitivo por tres años, con muy buenas cifras.
Bastide colgó y
le trasladó la sorprende inquietud a Jorge, quien de entrada hizo las mismas
dos preguntas que su representante. Claro, viendo el dinero que podía ganar
sólo en la prueba (30.000 dólares por tres meses), tomó una decisión, dejar el
básquet de la Liga y hacer un intento en Estados Unidos. "Un día de invierno de
1989, luego de salvarnos del descenso, Jorge se sube a mi Peugeot 504 y me tira
un cassette VHS. Yo le pregunté si era de la NBA, si tenía novedades… 'No, es
de wrestling', me dijo. Yo no sabía de qué me hablaba y me explicó que era de
lucha libre, que tenía una propuesta y lo iba a intentar", recuerda Bazzi.
Jorge no sabía
qué le depararía destino. "Era muy ingenuo. Cuando íbamos en el avión me
preguntó si creía que le podrían dar los 2.000 dólares que le faltaban para
terminar la casa de sus padres en El Colorado. Le dije que los pasajes en
primera clase que estábamos usando ya valían el doble que eso…", describe
Bastide. La prueba la pasó sin dramas, aprendió rápido los trucos y hasta le
pusieron un asistente que hacía de todo, desde traductor hasta chofer. "Estaba
sorprendido, contentísimo, se sentía una estrella… Pasó de responderle a la
gente en Argentina cómo hacía para ir al baño a que lo felicitaran por ser alto
en Atlanta. Eso hizo que se adaptara bien. Jorge era un tipo sin preparación,
pero de gran inteligencia. Preguntaba todo, cómo seguir, y se preparó para esa
nueva oportunidad", cuenta su ex agente.
González
entendió que la vida le estaba dando una nueva gran oportunidad y la aprovechó
hasta firmar el contrato con la World Championship Wrestling (WCW) por tres
años que Bastide confirma en sus cifras: 90.000 dólares para el primer
año, 150.000 para el segundo y la friolera de 350.000 para el tercero.
"Algo imposible de creer para esa época", opina.
Debutó el 19 de
mayo del 90, tras seis meses de entrenamientos especializados, en una lucha en
Washington DC, bajo el nombre El Gigante y como parte de la troupe de los
"luchadores buenos". Eran eventos importantes, del sistema Pay Per View (Pagar
para Ver), y su exposición lo convirtió en una figura mediática de Estados
Unidos. Incluso hizo peleas en otros países, sobre todo en Japón.
Fueron cientos
de luchas, muchas usando un traje especial con un cuerpo escultural dibujado.
Incluso aseguran que estuvo a punto de enfrentar a Hulk Hogan, la máxima
estrella de la lucha. Jorge tenía varias tomas con su sello, la principal era
la Garra. "Les ponía la mano en la frente y les apretaba la sien. Era
irresistible, todos se terminaban arrodillando", le contó ya retirado a la
revista de Fox Sports. Su status de popularidad creció tanto
que protagonizó videojuegos, se crearon muñecos con su figura y lo
llamaron para participar de episodios de series de TV, como la famosa
Baywatch en California (1993), Hércules en Australia (1994) y Thunder in
Paradise (1993 y 1994). "Hasta tomé un café con Pamela Anderson. Fue en un alto
de la grabación de Baywatch. Ella pasó, me vio, me dijo que había escuchado
hablar de mí y nos tomamos un café. Estuvo bien", recordaría años después. Jorge
admitió haber tenido una novia en aquella época y aseguró haber "tenido todas
las chicas que quise".
Desde el
Colorado, donde ejerce como docente, el escritor entrerriano Orlando
Van Bredan denunció en un texto del portal El Furgón que algunas cosas
no fueron como muchos creen. Asegura que Jorge no tuvo representante, que nunca
firmó contrato con la empresa Turner y acusó de explotación laboral y social
-asegura que González vivía y comía mal en Atlanta- a Ted Turner, a quien
describe como un "empresario ladino y desalmado". El también docente, quien
contó que el Gigante lo buscó para escribir sus memorias, se apoya en una
entrevista de seis horas que hizo con González en el 2001.
Batiste escucha
las "acusaciones" y rebate cada uno de los puntos de Van Bredan. "Yo lo
acompañé y doy fe de lo bien que lo trataron. Hasta que abandonó su trabajo, él
cobró cada centavo, igual que yo, que en mi caso tenía un 10% de comisión. ¿Vos
creés que una empresa así de grande va a tener en negro a un luchador famoso?",
asegura. Incluso prometió enviar el contrato que unió al Gigante con Turner
Sports durante tres temporadas.
Lo cierto es
que, un día, el sueño dejó de ser perfecto. "El primer año estuvo muy feliz y
pero en el segundo, cuando se enferma y fallece su madre, ya dejó de ser lo
mismo. Pidió permiso para volver al país, le dieron una licencia pero no
cumplió en su regreso… A mí me llamaron varias veces para ver cuándo volvería",
recuerda Bastide. Deprimido, con problemas de salud (diabetes), ya no quiso
volver pese al dinero que le quedaba por cobrar.
"También pasaron
otras cosas, según me contaron desde Atlanta. Me admitieron que Jorge no había
entrenado lo suficiente en el segundo año, quizá por la comodidad económica que
disfrutaba... Por eso lo pasaron de personaje bueno a malo y eso tenía como
consecuencia andar más por el suelo y recibir más castigo. A Jorge no le gustó.
También es cierto que reaparecieron los problemas de salud. Se juntaron varias
cosas y terminó perdiendo ese contrato increíble que tenía firmado", detalla.
El Gigante volvió a la Argentina y a los pocos meses, ya en 1993, lo llamaron
de la otra competencia de lucha, la World Wrestling Federation. "Lo acompañé
hasta la sede de Connecticut y firmamos contrato, aunque por un monto mucho
menor a los anteriores. Yo me volví y creo que luchó un año más, más que nada
porque el cuerpo ya le dolía bastante", explica Bastide, quien asegura también
haber vivido una época muy especial junto a González. "Fue una gran
experiencia. Conocí mucha gente, gané dinero. Y bueno, duró lo que debía
durar", dice. Así se cerraría la etapa en USA, aunque le quedarían algunas
luchas más en Japón, hasta diciembre del 95, cuando aseguran haberle
descubierto la diabetes que se complicaría años después.
Era fines de
1996, cuando Jorge llamó nuevamente a Bastide. Quería volver a jugar al básquet
y sabía que su ex agente era quien armaba el equipo de Andino de La Rioja en
nuestra ascendente Liga Nacional. "Lo hablé con el presidente Italo Palazzi y
quedamos en reservarle una ficha. Pero, primero, le pedimos que se sometiera a
estudios para saber si estaba bien para practicar deporte de alto rendimiento",
reconoce. En Capital fueron a ver a un médico amigo de Palazzi al Hospital
Argerich, quien ni bien lo vio notó que no caminaba bien, como arrastrando la
punta del pie. Tras dos días de estudios, descubrieron lo peor. "Que la
glándula Ipofisis funcionaba mal y que no sólo no podía jugar más sino que
debía operarse con urgencia si quería tener alguna expectativa de
vida. Había que suprimir la glándula para que el diabetes no siguiera
avanzando", detalla Fernando. Se lo explicaron al Gigante y lograron
convencerlo de someterse a la intervención. Incluso estuvo internado en el
Argerich. Pero cuando Bastide volvió a su casa, recibió una llamada de Jorge.
"Me volví al hotel, Fernando. Acá no me voy a operar. No me gusta. Lo haré en
Estados Unidos", le dijo sin dar más explicaciones.
González no se
operó de la glándula, poco se cuidó de la diabetes y nunca trató la
acromegalia. A los pocos años, como había adelantado aquel médico del
Argerich, ya no podía caminar y tenía que trasladarse en silla de ruedas.
"Todo el mundo lo vio como un potencial fenómeno para el básquet y casi nadie
se preocupó por la persona, por su salud", es la autocrítica que hace
Bazzi. Los años finales fueron en bancarrota, postrado en una cama,
inundado por la tristeza y buscando ayuda y dinero, de donde fuera. El resumen
fue aquella triste nota en el programa de Susana Giménez por un cachet.
Haciendo lo que no quería, responder sobre cosas frívolas y sobre su costado de
"fenómeno de la naturaleza". El ambiente del básquet trató de ayudarlo, la
Confederación Argentina realizó una campaña solidaria y el gobierno formoseño
le dio una mano, pero la pelea ya era desigual. Y, a esa altura, ya estaba
perdida. "El promedio de vida de quienes sufren mi enfermedad es de 45 años y
el que más vivió llegó a los 50. ¿Qué puedo esperar entonces de mi futuro?
Nada", admitió el mismo González, con crudeza.
Jorge falleció
el 22 de septiembre de 2010, a los 44 años, en un hospital del distrito
bonaerense de San Martín, en la más absoluta soledad. Ni en el velorio ni en el
entierro en su pueblo formoseño hubo demostraciones de afecto que no fueran de
su círculo íntimo. Murió como él se sintió en los últimos años, olvidado hasta
por los suyos, como un "monstruo", como él mismo se llamaba irónicamente, al
que todos habían usado para su conveniencia. "Es así, cuando sos
exitoso y tenés dinero, estás lleno de amigos. Hasta te ven lindo. Pero cuando
eso se termina te quedás solo, nadie se acuerda de vos", admitió. Un final
muy triste para una vida que tuvo los puntos más altos y, a la vez, los más
bajos que uno puede imaginar.
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