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Opinión INTELIGENCIA ARTIFICIAL

El Momentum Sarmiento

Cuando la educación fue un “arma de construcción masiva” (Primera parte).
German Luis Kammerath

Por German Luis Kammerath

En la era actual, donde las “armas de destrucción masiva” acaparan titulares, conviene recordar que hubo un presidente que enseñó a toda América Latina que la educación popular podía ser un arma de construcción masiva. Ese presidente fue Domingo Faustino Sarmiento, llamado en su tiempo “el Maestro de América” por el impacto continental de su política educativa.

En 1871, el Presidente Sarmiento no sólo soñó con la modernidad: la materializó. Fundó en Córdoba el Observatorio Astronómico Nacional y la Academia Nacional de Ciencias, atrajo desde Harvard al astrónomo Benjamin Gould -quien, con su Uranometría Argentina, dibujó por primera vez el mapa detallado de las estrellas del hemisferio sur- y creó una red de escuelas normales que formaron a las maestras que alfabetizaron a un país entero y otras numerosas academias y centros educativos.

Nuestro país tenía en 1869 una tasa de analfabetismo del 78,8 % (varones) y 85,8% (mujeres), según el Censo Nacional 1869. Medio siglo después, se convirtió en uno de los más alfabetizados de América. En el siglo XX, ese capital humano produjo cinco premios Nobel, tres de ellos científicos, más que cualquier otro país latinoamericano, cirujanos como René Favaloro, escritores universales como Jorge Luis Borges y una tradición de ciencia pública que hoy sigue viva.

Ese es el momentum Sarmiento: la capacidad de convertir una visión educativa en política de Estado y, de allí, en prosperidad nacional. Es precisamente lo que América Latina necesita recuperar, si quiere ser protagonista de la Superinteligencia Artificial (SAI) y la computación cuántica, las dos tecnologías que reescriben las reglas del poder global y de la economía del siglo XXI.

En 1871, traer a Benjamin Gould fue como traer hoy a Elon Musk o a un premio Nobel de Física: un golpe de audacia y visión estratégica. El Observatorio de Córdoba no solo estudió estrellas; se convirtió en nodo internacional de ciencia. La Academia Nacional de Ciencias integró astronomía, geología, zoología y química, generando un ecosistema de conocimiento cuando la palabra “ecosistema” aún no existía.

Ese patrón se repitió décadas después. En 1905, Joaquín V. González fundó la Universidad Nacional de La Plata con el mismo espíritu de atraer talento global. Llegaron figuras como Charles Dillon Perrine (EE. UU.), pionero de la astrofotografía, Kurt Gustav Erich von Borries (Alemania), impulsor de la química industrial, Florentino Ameghino (Argentina), autodidacta que revolucionó la paleontología. La Universidad de la Plata fue un faro de ciencia, tecnología, calidad educativa y humanismo; tenía las características de una universidad top de Estados Unidos o de UK. Y su red de museos fue algo notable que contagió el conocimiento en esa ciudad y en los alumnos que provenían de todo el País. Su graduado más notable fue Rene Favaloro.

A mediados del siglo XX, el Instituto Balseiro, en Bariloche, se convirtió en semillero de físicos e ingenieros nucleares capaces de exportar reactores a tres continentes. Y en los años 90, con el programa argentina@internet.todos, el Estado promovió la alfabetización digital masiva en escuelas, bibliotecas y clubes. En ese momento, ese programa presidencial fue el más ambicioso del mundo de acceso a la tecnología, la informática e internet.

En ese mismo período, merced a la acción de la Secretaría de Comunicaciones a mi cargo, se instaló Clementina 2, una supercomputadora para el sistema científico, académico y tecnológico. Fue el salto desde la “bicicleta” de la primera Clementina (década del 60) al “tren bala” del cómputo moderno. Sirvió para modelar climas, simular galaxias y diseñar estructuras complejas.

Para la exportación a Argentina de Clementina 2 fue necesario tramitar ante del Departamento de Defensa de Estados Unidos la autorización expresa por el enorme potencial de uso, en general con fines académicos y científicos pero que, en manos de otros países, podría haber tenido posibles usos riesgosos para la seguridad nacional. En esos momentos Argentina ya era País aliado extra OTAN (Major Non-NATO Ally), lo que facilitó esa tramitación. Ese status se logró merced a la confianza que el Presidente Carlos Menem y su política exterior había logrado en Estados Unidos, en especial con el Presidente Bill Clinton.

Argentina cuenta hoy con nodos de excelencia: Instituto Balseiro (Bariloche) – Física cuántica y nuclear. FAMAF (Córdoba) – Computación cuántica teórica. UBA, UNLP, UNS, ITBA, IUA – Inteligencia artificial aplicada. CONICET, INTA, CNEA, CONAE, INVAP – Investigación multidisciplinaria.

Pero funcionan como islas desconectadas según lo que escucho. A diferencia de Israel, que unió universidades, empresas y Fuerzas Armadas en una red de innovación, o de Estonia, que integró su sistema educativo con su estrategia digital nacional, Argentina aún no articula una estrategia país para IA y cuántica.

La calidad educativa en las materias STEM es clave para el progreso de calidad de una nación, y parece ser que estamos atrasados en esa agenda. Nos pasamos discutiendo si cambiamos el lenguaje a uno “inclusivo”, tema polémico si los hay, y nos desconectamos de la educación de calidad que, con el nivel adecuado, forma a los niños, adolescentes y universitarios para las carreras que más prosperidad personal y utilidad nacional pueden aportar.

Dejamos en “Zamba” un personaje de historieta en el canal educativo del Estado, enseñando una historia capciosa y teñida de ideología, mostrando a los niños figuras emblemas de la argentinidad como Domingo Faustino Sarmiento como “antipatria”, mientras intentaban escribir una historia tóxica, plantada en el concepto de “tener un pasado por delante” y no aportar cercanía con ideas universales del progreso educativo. Las materias STEM (Science, Technology, Engineering, Mathematics) no son una moda; es la alfabetización básica de la nueva economía. Las materias STEM (Science, Technology, Engineering, Mathematics) no son una moda; es la alfabetización básica de la nueva economía. Los países líderes mundiales lo saben. En estos países, la enseñanza de matemáticas y ciencias empieza en primaria, se refuerza con laboratorios y se complementa con inglés técnico. Según la UNESCO, un incremento del 10% en competencias STEM en la población puede elevar el PIB per cápita hasta un 2% anual.

La IA actual es como un alumno brillante con supervisión: escribe, traduce, diagnóstica. La Superinteligencia Artificial (SAI) será como tener un equipo de premios Nobel que aprende solo, se perfecciona y propone soluciones inéditas. Los posibles impactos: medicamentos nuevos en semanas, redes eléctricas optimizadas con menor costo, sistemas de alerta temprana para desastres naturales, creación de industrias enteras desde cero.

Mientras las computadoras clásicas trabajan con bits (0 o 1), las cuánticas usan qubits, que pueden estar en 0 y 1 a la vez (superposición). Esto les permite resolver problemas miles de veces más rápido. Entonces, tendremos vacunas aceleradas por simulación molecular, baterías de nueva generación diseñadas a medida y optimización logística global en minutos.

El reciente lanzamiento de la IBM Quantum System Two representa la primera computadora cuántica de arquitectura modular y escalable.

La IBM Quantum System Two.

Su capacidad no reside solo en velocidad de cálculo, sino en la flexibilidad para integrar nuevos módulos a medida que la tecnología avanza. Sus aplicaciones ya están previstas: descubrimiento de fármacos mediante simulación molecular cuántica, nuevos materiales y catalizadores para energía limpia, optimización de cadenas logísticas y sistemas financieros complejos, machine learning cuántico para predicciones más precisas, captura de carbono y modelado climático a gran escala.

En la práctica, este tipo de infraestructura podría convertirse en el equivalente moderno al Observatorio de Córdoba de 1871: un polo de atracción para científicos, empresas e inversiones. Muchas computadoras similares están en camino, cooperando en el desarrollo de la computación cuántica.

La historia demuestra que la ciencia sin aplicación económica se queda en el laboratorio. Y la economía sin innovación se estanca. Los países que entendieron esta ecuación -de Corea del Sur a Israel- transformaron su PIB en dos generaciones.

Argentina debe tomar el legado del Presidente Sarmiento y traducirlo a un Plan Nacional de Innovación y Economía del Conocimiento, con cinco ejes: Educación STEM desde la primaria. Infraestructura digital y cuántica de nivel global. Alianzas público-privadas para transferir tecnología al mercado. Atracción de talento global con políticas migratorias inteligentes. Financiamiento competitivo para startups deep-tech.

El momentum Sarmiento no es un capítulo cerrado de la historia: es un manual de acción para el presente. Lo que el Presidente Sarmiento hizo con la astronomía, las ciencias naturales y la educación popular, hoy debemos hacerlo con la IA, la computación cuántica y la alfabetización digital masiva. En 1871, Argentina invirtió en telescopios para leer el cielo. En 2025, se debe invertir en supercomputadoras para escribir el futuro. La pregunta no es si América Latina puede hacerlo. La pregunta es si perderá la oportunidad de subirse al tren de la innovación y el progreso tecnológico de la era cuántica y la superinteligencia artificial.

SARMIENTO OPINION
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