El 11 de abril de 1870, en el Palacio San José de Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos, caía asesinado Justo José de Urquiza, uno de los protagonistas más influyentes —y controversiales— de la historia argentina del siglo XIX. Su muerte violenta, a los 68 años, fue el corolario de una vida atravesada por la política, los negocios y las profundas tensiones que marcaron el proceso de organización nacional.
El crimen fue obra de antiguos aliados federales que jamás le perdonaron su papel en la batalla de Pavón y la posterior prescindencia que facilitó el ascenso del mitrismo. La traición, entendida como tal por los sectores más ortodoxos del federalismo, fue sellada con sangre. Aquella noche, mientras era sorprendido junto a su familia, Urquiza recibió un disparo mortal en el rostro, dejando la huella de su mano ensangrentada en uno de los postigos de su casa. En paralelo, dos de sus hijos, Justo Carmelo y Waldino, fueron asesinados en Concordia. Ricardo López Jordán, caudillo entrerriano y autor intelectual del atentado, asumió poco después como gobernador de la provincia.
Urquiza había iniciado su vida pública muy joven, en 1826, como presidente de la Legislatura entrerriana. Tras un breve paso por la política, dedicó años al crecimiento de su patrimonio y la consolidación de su influencia. Su figura fue ganando peso en el litoral, especialmente tras convertirse en gobernador de Entre Ríos en 1842, cargo desde el que promovió una gestión progresista, fomentó la educación y fundó instituciones pioneras como el Colegio del Uruguay y la colonia agrícola San José.
Su ruptura con Juan Manuel de Rosas —con quien había mantenido diferencias soterradas— se consumó el 1 de mayo de 1851 con el célebre “Pronunciamiento”. A partir de allí, Urquiza encabezó el Ejército Grande que derrotó al régimen rosista en Caseros, en 1852, lo que lo posicionó como figura central en la etapa de organización de la Confederación Argentina. Fue presidente entre 1854 y 1860 y tuvo un rol clave en la sanción de la Constitución Nacional.
Sin embargo, la batalla de Pavón en 1861 marcó un antes y un después. Su enigmática decisión de retirar las tropas entrerrianas en pleno combate significó el fin de la Confederación y la consolidación del poder de Buenos Aires. A partir de allí, Urquiza se replegó a su provincia, combinando la gestión local con una vida dedicada a sus negocios y a disfrutar de la tecnología y el confort del Palacio San José, su símbolo de poder y sofisticación.
Las razones de su conducta en Pavón nunca fueron explicadas públicamente. El debate histórico sobre su figura continúa: para algunos, fue un pragmático visionario que permitió la pacificación del país y la unificación nacional; para otros, un caudillo oportunista que dejó al federalismo a merced de sus enemigos.
Hoy, a 155 años de su muerte, Urquiza sigue generando controversias. Entre el legado constitucionalista y la acusación de traición, su figura permanece como un espejo complejo y contradictorio de la Argentina del siglo XIX.
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