Por MIGUEL NÚÑEZ
Es tan penoso habitar en una ciudad de lemures como componer un texto. Decía Galileo que la naturaleza está escrita en lenguaje matemático. Pero la naturaleza se está muriendo y en las palabras no hay aritmética ni geometría que puedan devolverte el alma. Ahora todo eso son carcomas que colonizan tu cabeza, perforan tu cerebro confundido, justo antes de la metamorfosis, de convertirse en coleópteros que salen a volar para poner sus huevos sobre el hollín y caer muertos sobre el pavimento. En las bibliotecas sólo hay polvo y en los libros no hay otra cosa que tinta sobre el papel. La escritura es el ejercicio mustio de un eremita. No importa que tengas un perro echado a tu lado o cualquier otro animal en forma de compañía. Escribir es tan triste. Pero te decís que eso es así, que ya está, que no tiene vuelta atrás. Hurgás en los almanaques, en tus escuelas, en las flores de lapacho rosado que se secaron a orillas de un arroyo, esperás una señal. Pero nada. No hay ninguna voz interior, ninguna inspiración, ninguna melodía. Todo eso es mentira. No hay nada. Las musas son ciegas son sordas son mudas. Los ecos que resuenan en tu interior como un murmullo constante son tus dientes apretados tratando de masticar ese ruido desconsolado. Todo lo que sigue es trabajoso. Porque no hay nadie que pueda explicarte lo que alguna vez fuiste. A nadie le interesa tu grupo sanguíneo, ni recuerda tus pasos. Tu gramática es como ese hueso mordido por el perro que sigue ahí echado a tu lado. Todas esas cosas del pasado quedaron guardadas en un rincón apartado del universo que cruje como un mueble destartalado. En la memoria se amontonan estatuas rotas. Tu huella se pierde en el rastro que otros dejaron antes. Al fin de cuentas, la mayor novela de la historia de la humanidad es el relato de un loco sobre ese mundo que dejaste atrás al cerrar la puerta, y que ahora se está derrumbando en silencio. Afuera sólo quedan fantasmas. Toda tu vida ahora es eso, fantasmas.
EL AUTOR. MIGUEL NÚÑEZ es periodista y escritor.
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