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Cultura Voces. Por Mauricio Strugo*

Teletrabajo, un premio que se volvió castigo

Necesitamos trabajar, ser productivos, pero para hacerlo mejor tenemos que ser contemplados como personas.

A C. (Antes del Coronavirus) trabajar desde casa era un beneficio que otorgaban muy pocas empresas. Hacer home office no era lo común, sino una excepción, gozaban del privilegio, algunos expertos en sistemas y/o trabajadores de empresas multinacionales que tenían computadoras y sistemas para que sus trabajadores al menos una vez por semana trabajaran desde sus casas. Aquellos aprovechaban esta opción evitando tener que tomar transporte o arreglarse demasiado tal cual lo hacían cuando iban a las oficinas. Pero ya en aquella época, muchas personas referían que aquel beneficio finalmente terminaba generando que trabajarán mucho más, ya que ni siquiera se desconectaban para almorzar o descansar como si ocurría cuando concurrían.

Si bien el teletrabajo al principio del Covid-19 fue una gran oportunidad para muchos trabajadores e incluso para todos, para poder sostener nuestros vínculos y nuestros trabajos, en algún momento, pasada la novedad y habiéndose prolongado la cuarentena, aquello que resolvió rápidamente la dificultad de no poder concurrir a los trabajos y quizás evitar una situación económica peor que la que estamos atravesando -pues hubieran habido despidos masivos- terminó generando, sin ser culpa de nadie, personas que están experimentando muchísimos síntomas de estrés, ansiedad, angustia, depresión e irritabilidad acompañados por síntomas físicos cómo dolores musculares, contracturas y hasta hernias de columna al pasar tantas horas frente a pantallas.

Para adaptarnos a esta nueva realidad hemos tenido que en la mayoría de los casos invertir en sillas más ergonómicas, utilizar nuestras computadoras, aumentar la velocidad de nuestra conexión a internet, comprar lentes para proteger nuestra vista y aprender a utilizar plataformas para reuniones virtuales rápidamente y a la fuerza. Eso sin contar además que en nuestras casas no solo estábamos nosotros con la privacidad y el silencio necesario para dichas reuniones, sino toda nuestra familia conectada a clases, a otros trabajos, consumiendo banda ancha a nivel internet y paciencia a nivel emocional.

En todo este tiempo -desde marzo- como terapeuta he atendido por todas las plataformas para videollamadas, he utilizado zoom para imagen, al mismo tiempo que una llamada por celular por problemas de conexión, he atendido pacientes que por falta de privacidad se iban a sus autos estacionados en las puertas de sus casas (donde la señal de wifi todavía llegaba) he terminado de desarrollar un concepto a una pareja y que me dijeran que se entrecortaba todo y ya no poder reproducirlo con las palabras exactas que las había dicho, he tenido que adivinar que me estaba diciendo o preguntar pidiendo que me repitan lo último, he tenido muchos pacientes agotados, consumidos por la situación, hastiados e incluso con síntomas corporales graves al pasar tantas horas sentados y concentrados frente a sus computadoras.

La amenaza constante de perder el trabajo, el hecho de que el dinero nunca alcance y el tener que además de trabajar cumpliendo obligaciones laborales, tener que ocuparnos de acompañar a nuestros hijos con sus clases, tareas y la rutina de la convivencia 24 horas 7 días a la semana, ha generado un cóctel muy vulnerable para la salud de las personas; y si bien, lo esperable, siempre desde la esperanza, es que en algún momento volvamos a cierta normalidad, recuperando ciertas rutinas, fuera de nuestros hogares, ya se sabe que muchos trabajos van a seguir funcionando en la virtualidad por mucho tiempo, otros directamente nunca volverán a desarrollarse en oficinas.

Como todo esto tiene sus beneficios, pero también sus consecuencias, y si esta modalidad llegó para quedarse, será necesario que algo de todo lo que los empresarios se ahorran en gastos cotidianos por el consumo de luz, gas, alquileres, impuestos, etc., sea invertido en computadoras, planes de internet y sillas ergonómicas para sus empleados, y que existan leyes que regulen el tiempo continuado, sin descansos, frente a las pantallas.

Necesitamos trabajar, ser productivos, pero para hacerlo mejor tenemos que ser contemplados como personas, entender que somos seres gregarios, es decir que necesitamos del otro para poder vivir y que para ello la virtualidad no alcanza, ya demasiado hemos sufrido desde el inicio de esta pandemia como para no tener estrés o estar "quemados", bastante tenemos con que hemos perdido la mitad de nuestros rostros con los tapabocas y tenemos que estar adivinando emociones, cuando podemos salir, generalmente los fines de semana.

Los seres humanos hemos sobrevivido como especie, porque hemos sabido adaptarnos una y otra vez, pero cada cambio ya sea por catástrofes, guerras o epidemias implicó mucho gasto emocional, durante la situación, relacionados con el miedo y el estrés del momento o una vez terminada, apareciendo muchos síntomas relacionados con el agotamiento y todas aquellas cuestiones que por defendernos de lo que estaba sucediendo no nos hemos ocupado.

Ojalá entendamos como sociedad mundial que, si bien el trabajo dignifica, es necesario también llevar una vida digna, incluyendo allí tiempo para el disfrute y el ocio. Trabajar, claro, pero para qué y cómo serían interrogantes que todos deberíamos hacernos pero que cuando el dinero que se percibe no alcanza, suelen ser la mejor excusa para someter a la gente a trabajar bajo condiciones de explotación, como suele suceder hoy en día con el teletrabajo en muchísimos casos.

(*) Psicólogo y Sexólogo, especialista en vínculos (@mauriciostrugo)

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