Billetes de 100, ópera prima de Sebastián Garfunkel, arranca con una imagen simple y sintomática: un jubilado que escucha en la tele el repentino salto del dólar y recuerda lo que su sueldo le permitía comprar en los noventa. A partir de esa corazonada -la idea absurda y resistente de que unos billetes pueden ser la batería de una máquina del tiempo- Garfunkel monta una novela que pone en diálogo dos épocas (2024 y 1996) y, sobre todo, dos versiones de un mismo hombre: Fabián, su soledad, sus arrepentimientos. Lo primero que hay que decir de esta novela es que sabe sostenerse en la escritura. El argumento -un viaje al pasado para reparar viejas heridas- no es original por sí mismo; la inevitabilidad del cliché acecha en cualquier máquina temporal. Pero Garfunkel sale indemne gracias a una prosa que evita la ornamentación y avanza con fluidez. Hay una economía verbal -frases claras, escenas medidas- que remite, por su honestidad sin adornos, a algunos rasgos de Kurt Vonnegut: la ternura y el humor seco frente al absurdo. También hay un aire de laboratorio intelectual que recuerda, a la manera argentina, a Adolfo Bioy Casares: el dispositivo fantástico funciona menos como espectáculo que como herramienta de pensamiento.
Esa sencillez es la gran virtud del libro. Permite leerlo de corrido y creer en el pulso íntimo del personaje aun cuando ciertas escenas piden a gritos la suspensión de la incredulidad. El episodio más discutible -y quizás el más polémico desde el punto de vista de lo verosímil- es la entrevista que Fabián consigue con el por entonces presidente Carlos Saúl Menem. La anécdota tiene, sin dudas, un efecto performativo: introduce la dimensión política y satírica -la nostalgia noventista del 1 a 1 y la fantasía contemporánea de la dolarización- pero al mismo tiempo choca con la tonalidad íntima del resto de la novela. Allí se mide la apuesta de Garfunkel: jugar la tensión entre la fábula personal y el comentario social, aun cuando la entrada en escena de lo público no siempre cuaje con naturalidad. Donde la novela gana su verdadera hondura es en el encuentro entre el Fabián de 2024 y su versión joven. Esos diálogos consigo mismo constituyen el corazón moral del libro: no son trucos de ciencia ficción sino conversaciones que desnudan la terquedad, la soberbia y las omisiones que han marcado una vida. Frente al lector quedan la madre a la que nunca pidió perdón, la maestra de escuela -primer amor truncado- y la imposibilidad de rehacer el pasado por más buenas intenciones que pueda tener uno. En ese gesto de confrontación íntima, la novela encuentra su verdad: la máquina para viajar en el tiempo no puede tanto alterar la historia como iluminar la memoria. Garfunkel aprovecha además detalles domésticos (la gata, la rutina de un jubilado en Buenos Aires) para anclar la fantasía en lo cotidiano; ese equilibrio entre lo doméstico y lo fantástico es una de las notas más agradables del libro. Quien espere grandes giros técnicos o elaboraciones teóricas sobre la física del tiempo se encontrará con una novela menos ambiciosa en lo conceptual y más eficiente en lo emocional. Si la novela recuerda en algún pasaje a La invención de Morel -por la idea de la máquina que trastoca la percepción-, su interés está, sobre todo, en el registro humano: en cómo el pasado se ofrece como espejo y condena. Para el lector, Billetes de 100 tiene además una resonancia política: los noventa, idealizados o demonizados, reaparecen como escenario de una fantasía económica que hoy vuelve a latir en discursos y deseos colectivos. En ese sentido, la novela no es solo una fábula sobre la vejez y el arrepentimiento: es también un pequeño comentario sobre la persistencia de ciertos mitos económicos y afectivos en nuestra historia reciente.
En suma, la primera novela de Sebastián Garfunkel cumple lo que promete: toma un viejo tema y lo hace habitable con una prosa clara, directa y a veces enternecedora. Hay momentos en que la plausibilidad se resiente; hay episodios que funcionan mejor como esquirlas simbólicas que como realismo narrativo. Pero el gesto final -esa conversación con el yo joven- deja una imagen nítida y cierta melancolía útil: la idea de que no siempre podemos cambiar lo pasado, pero sí podemos escucharlo. Una buena carta de presentación para un autor que, si mantiene esa economía y esa honestidad, tendrá muchas cosas por decir.
EL AUTOR
Sebastián Garfunkel nació el 12 de agosto de 1980 en la ciudad de La Rioja, y en los últimos años decidió volcar su imaginación en letras, siendo el libro “Billetes de cien” (Editorial Tinta de Luz - 2025) el primero en ser editado, esperando que, en este como en futuros proyectos, siempre estén presentes las premisas de entretener y dejar alguna enseñanza o reflexión.