Por Sara González Cañete
En este rincón de la historia, sobreviven los ecos de un pasado vibrante. El puesto Delgado se encuentra a dos leguas al norte de Machigasta. La Rioja profundiza su historia y el lugar tiene sus huellas frescas. Evoquemos a los palsipas, el nombre ancestral de los habitantes originales de esta tierra, cuyo legado sigue vivo en el corazón de unos pocos, como Domingo, el último guardián de esta memoria.
El lugar donde llegué para respirar historia, fue en su esplendor la tierra de la Molienda Comunitaria.
Hace tres siglos, esta vasta región era conocida como la “cimbra”, un término que reconoce una costumbre ancestral de los pueblos originarios. Cada mes de diciembre, al finalizar la cosecha, las comunidades se congregaban en este lugar para participar en una molienda comunitaria. Un sonido constante y rítmico, similar a la percusión de la caja en una chaya, resonaba por el valle, mezclándose con cantos y celebraciones. Era un momento de unión, de gratitud por la abundancia y de reafirmación de los lazos comunitarios. El algarrobo, entonces abundante, no solo proveía de frutos para la molienda, sino que también era el eje de una vida rica y conectada con la naturaleza.

DOMINGO QUINTERO, EL ÚLTIMO HEREDERO
A sus 73 años, Domingo es el último testigo de esta historia viva. Su mirada, noble y algo melancólica, refleja la soledad de su existencia, pero también la fuerza de su convicción. Vive solo, rodeado de su ganado caprino, algunos cerdos y gallinas, una decisión que lo conecta con las tradiciones ganaderas de su linaje. Sus manos, curtidas por el sol y el trabajo, saludan con calma a los pocos visitantes que llegan a su morada.
La tierra le pertenece a su alma. A pesar de tener una casa en Aimogasta, que visita como si fuera un “huésped de fin de semana”, su corazón y su vida están aquí, en el paraje que sus ancestros, los palsipas, habitaron. Su firmeza para quedarse y resguardar este legado es inquebrantable, incluso frente a la oportunidad de una vida más cómoda, y con visitas s Buenos Aires, donde residen algunos de sus familiares.
El linaje de Domingo se remonta al menos 300 años atrás en estas tierras.
Domingo eligió el camino de la ganadería, una labor que, al igual que la molienda de antaño, lo arraiga a la historia de la región. Su familia ha sido notable y tradicional en su composición del terruño. De sangre algarrobera y ADN de coplas.

El viento agita su pelo blanco mientras el polvo gris se levanta, recordando el pasado perdido de los algarrobos. Sin embargo, en la figura de Domingo, en su andar pausado y en su voz pacífica, reside la prueba de que el legado de los palsipas no ha sido completamente borrado. Su vida es un libro abierto de memorias, un recordatorio de la riqueza cultural e histórica que alguna vez floreció en este valle y que, a través de él, se niega a desaparecer.
Domingo recibe a los visitantes con el cariño generoso, de quien tiene lealtad con su patrimonio.
Mira a los ojos y se puede ver más allá que el marrón oscuro de su color; se ve el alma transparente y de enorme respeto por la verdadera riojanidad.
Domingo transmite el don esencial de estas tierras en este tiempo. Silencio y viento, trabajo y testimonio histórico, corazón sensible y profundo compromiso con su legado.
No quedan muchos guardianes como Domingo, tuve el gusto de tener su abrazo y leer su mirada.
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