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¿Cuándo murió Maradona?

"...Tal vez fuimos sus verdugos. Porque cuando lo amábamos no lo estábamos amando. Nos amábamos a nosotros mismos. Amábamos lo que él nos regalaba para ser un poco más felices..."

Por FACUNDO HERRERA

Aún no logro determinar cuándo es que comenzó a morir. No sé si fue a los 15 años cuando tuvo que hacerse cargo de toda su familia. O quizá comenzamos a matarlo en el Nápoli donde ni siquiera podía tocar el mar con sus pies atrapado en la cárcel de la fama. También puede haber sido en 1982 cuando, en Barcelona, probó la cocaína por primera vez y creyó que iba a poder con ella. O capaz fue en el mundial de 1994, cuando aprendimos la palabra "efedrina". No sé.

Tal vez fuimos sus verdugos. Porque cuando lo amábamos no lo estábamos amando. Nos amábamos a nosotros mismos. Amábamos lo que él nos regalaba para ser un poco más felices. Como suele suceder con esos artistas de soledades concurridas. Pero él era más que eso. En su góndola de genio, además de emociones subjetivas, había protección, orgullo, soberanía, patria, fútbol, rebeldía, utopías. 

Le pedimos todo y todo nos concedió. Porque en el mundo de los genios no hay otro oficio posible que el de cumplir sueños. Los sueños de los otros. Los sueños de nosotros. También quisimos autoconvencernos de que éramos los mejores del mundo y ahí estaba él para lograrlo. Ahí estaba, entre las paredes de adobe de mi pueblo, llevando alegrías a los lugares donde sólo el olvido suele llegar. También estaba en el encuentro familiar frente al viejo televisor. Ahí, queriendo menguar el sudor de las manos nerviosas y en los ojos redondos y abiertos de mis hermanos. 

Vino a redimirnos del dolor aún fresco de una guerra perdida. Pero no sólo eso, vino también a ser la astilla del barco que abre los mares del poder y del fútbol. Logró que en la cancha cupiera el mundo. Con él jugaban las Madres de Plaza de Mayo, los pobres de Fiorito y de todos los pueblos del planeta. 

No me gusta llamarlo Dios. Pues los dioses son producto de la fe más que de los hechos. Además, a esos dioses, por lo general, no les gusta acordarse de los desprotegidos. Tampoco los dioses suelen enfrentar al Vaticano, a la FIFA y a la derecha de baja estofa. Lo que sí podemos preguntarle a Dios es por qué quiso ser carne en Maradona.     

Me gusta más llamarlo Brujito. Así lo llamó Peteco en la primera canción argentina compuesta para Diego. "Genios del hambre y la esperanza, vuelan junto a tu corazón, no los olvides nunca, juega por ellos". Y cumplió. 

Fue popular, no por masivo, sino por haber entendido la filosofía de su pueblo. Fue masivo, por popular, pero también porque regó la tierra entera de una belleza jamás vista. Fue el mejor de todos los tiempos, no por estadísticas, sino por eso que tan sólo el universo consagra. Fue un arlequín de la pelota y fue la voz de los acallados.   

Confieso que en los últimos años me negaba a verlo. Me generaba rechazo saber de él. Su balbuceo y su maltrato, el proceso imparable de su adicta autodestrucción. Basta. 

Por eso, cuando terminó de morir el 25 de noviembre, fue como un proceso radioactivo. Lento, creciente, abarcador, trágico y ensordecedor. Pero con el correr de las horas fui hurgando a dentelladas los músculos más inasibles de mi memoria. De ahí, como sueños, vi como brotaban viejas imágenes en cinemascope y mi infancia volvía a ser posible. Otra vez esa cocina de adobe. Otra vez ese abrazo con los que amamos. Otra vez la caravana por las calles de mi pueblo. También volvían el gol a Inglaterra, la copa en andas, la puteada a los napolitanos, el relato de Víctor Hugo, el pase a Burruchaga y la mano de Dios. Y no sólo eso, sino también volvían su amistad con Fidel y su enemistad con el Papa, su amor por Argentina, su incorruptible modo de pensar y las margaritas de Dalma. 

Por eso me pregunto ¿Cuándo es que comenzó a morir? Porque en esa casa de Tigre ya no había margaritas, ni abrazos, ni amor. Sólo estaban los que nunca estuvieron. 

Diego Maradona nació a la inmortalidad después de haber muerto de a poco, como mueren lentamente los ocasos cotidianos de mi vida.

EL AUTOR. FACUNDO HERRERA. Periodista y locutor.

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