Sociedad

El sacerdote riojano que hizo historia en la Casa de Tucumán


Hoy se cumplen 204 años de la Declaración de la Independencia. El 9 de Julio de 1816, el territorio argentino rompía los "violentos lazos" que unía con la corona de España y su metrópolis. De La Rioja estuvo presente Pedro Ignacio de Castro Barros, que no fue un diputado más, que se reunió en la histórica "Casa de Tucumán", para levantar su mano a favor de la Independencia. Su papel fue preponderante en esa Asamblea, e inclusive se aseveró que fue quien dio la misa, tras el enorme acontecimiento, que permitió proyectarse como una Nación. Hasta ese entonces, se debatía la manera en que se debía seguir, tras el primer grito de libertad. 
Pedro Ignacio de castro Barros fue un hombre consecuente de su tiempo, un prócer, que La Rioja aún sigue poniendo sobre relieve. Claro, que a 204 años de este acontecimiento, la situación cambió. Lamentablemente no se pueden hacer grandes actos, para reafirmar la convicción de un hombre que estuvo a la altura de la circunstancia. Estos tiempos de pandemia, de aislamiento y de incertidumbre, parecería que pone a estas fechas en otro plano. 
Pero más allá de estos contextos, siempre se debe tener en mente a aquellas personas que forjaron el destino, de lo que hoy somos como pueblo argentino. 
Biografía

Pedro Ignacio de Castro Barros nació en plena Costa Riojana, en la pequeña población de Chuquis, del Departamento que lleva actualmente su nombre, el 31 de Julio de 1777. Fueron sus padres, don Pedro Nolasco Castro y Doña Francisca Jerónima Barros. Siendo niño, fue enviado a Santiago del Estero, donde se educó hasta los 14 años.
Estudió en Santiago del Estero y Córdoba, graduándose de doctor en teología en 1800, cursando también Derecho Civil e Historia Eclesiástica, ordenándose sacerdote el 31 de diciembre de ese año.
Ejerció como profesor en la Universidad de Córdoba- Regresó en 1804 a La Rioja, donde funda en un antiguo edificio de los Jesuitas un colegio de enseñanza de gramática latina y filosofía. De vuelta en Córdoba en 1809, imparte enseñanza superior ocupando la cátedra de filosofía en la Universidad. Posteriormente es designado Cura y Vicario foráneo de La Rioja y Examinador del Obispado en Cuyo.
Adhiere con entusiasmo a la Revolución de Mayo de 1810, más tarde fue nombrado diputado a la Asamblea General Constituyente, conocida como Asamblea del Año XIII. Abogó en favor de la libertad de vientres. Fracasó en su intento de forzar la sanción de una constitución. Fue enviado por la Asamblea a una gira por las provincias, para infundir ánimo revolucionario a un país que ya empezaba a cansarse de los sacrificios y de la política centralista del gobierno de Buenos Aires; recorrió 400 leguas a caballo, sin resultado visible.
Poco después de que La Rioja se separara de Córdoba, provincia a la que hasta entonces pertenecía, Castro Barros fue elegido diputado al Congreso de Tucumán, en cuyo seno despliega una brillante actuación.
Le tocó presidir el Congreso en mayo de 1816. Dos meses más tarde firmó el Acta de la Independencia, luego de declarado la Independencia Nacional fue designada para que oficiara el solemne oficio religioso.
El Congreso lo envió ante el general Güemes, para transmitirle su desacuerdo a la candidatura del coronel José Moldes para el Directorio. Mas tarde, en Buenos Aires, se desempeñó como asesor económico del gobierno de Juan Martín de Pueyrredón.
Escribió algunos tratados sobre política e iglesia, y fue nombrado vicario de San Juan, y luego canónigo de la catedral de Salta. En camino hacia esta  ciudad, fue apresado por una partida federal del gobernador de Santa Fe, Estanislao López, y tomado prisionero. Se fugó a través del Chaco y consiguió llegar a Salta.
Pero debió huir por los enfrentamientos entre partidarios y opositores de Güemes. Regresó a San Juan pero también debió escapar unos meses más tarde, por su oposición a la política liberal de Salvador María del Carril. A su retorno a La Rioja, fundó allí una escuela, y la dirigió hasta que fue nombrado rector de la Universidad de Córdoba, en 1821. Fue legislador provincial en esa ciudad, y daba clases en el actual Colegio Nacional de Monserrat, sin dejar de dirigir la Universidad.
Se opuso a la llamada "reforma eclesiástica" de Bernardino Rivadavia, a la que interpretaba como una forma encubierta de apoderarse de los bienes de la Iglesia. Dirigió un periódico, El Observador Eclesiástico, desde donde atacó a Rivadavia y sus aliados.
Recorrió la nueva diócesis de Cuyo, ayudando al obispo a establecer su organización. Tuvo una gran influencia sobre Facundo Quiroga, y fue tal vez quien más incidió para que éste declarara la guerra a muerte contra el partido "impío" de Rivadavia.
Cuando José María Paz ocupó el gobierno de la provincia de Córdoba, se pronunció en su favor (lo que lo alejaba de Quiroga). Por consejo de Paz fue nombrado vicario de la diócesis de Córdoba por la legislatura.
Vencida la Liga Unitaria del Interior fue llevado prisionero a Santa Fe. El gobernador López le permitió moverse con libertad, e incluso predicar en un templo frente a todo el gobierno.
Desde allí atacó el sistema federal, por lo que el caudillo le dio tres horas para que se embarcara hacia Buenos Aires. Al llegar a destino, el gobierno lo confinó en un barco por varios meses. Por mediación de Tomás Manuel de Anchorena se le permitió finalmente bajar a tierra, pero en 1833 se trasladó al Uruguay.
En 1844, emigra a Chile para dictar cátedras de filosofía e historia eclesiástica en la Universidad de San Felipe y también en otros establecimientos públicos. Sus últimos años llegan acompañados de enfermedad y resignación, falleciendo el 27 de abril de 1849 en Santiago de Chile.
Sus restos fueron repatriados en 1926, llevándose primeramente a Mendoza, luego a Córdoba y finalmente a la Catedral Basílica de la Ciudad Capital de La Rioja

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