Ebrios de triunfalismo por el resultado de la última elección, escuché un coro del partido oficial gritar la consigna “ hasta los radicales los hicimos desaparecer”, idea compartida por varios politólogos. La euforia suele ser mala consejera, sobre todo en los ganadores de circunstancia.
En tanto que haya alguien que crea en una idea, la idea vive. Desde que me afilié en la Unión Cívica Radical, hace cerca de setenta años, sigo creyendo en sus postulados humanistas, democráticos, republicanos, cimentados sobre los pilares de la libertad y la igualdad. Los mismos que inspiraron a un grupo de jóvenes de ideales enérgicos a fundar nuestro partido el 26 de junio de 1891. Los que seguimos creyendo, los que no nos resignamos a que el radicalismo sea una cantera exhausta, los que todavía abrigamos una ilusión hacia el mañana, los que a pesar de los años tenemos la imagen esquemática de una existencia más deseable para nuestros nietos, seguimos aferrados a esa creencia peraltada que representa el radicalismo.
Las creencias constituyen el estrato básico, el más profundo de la arquitectura de nuestra vida. Vivimos de ellas y, por lo mismo, no solemos pensar en ellas. Por eso decimos “tenemos” estas o las otras ideas, pero nuestras creencias, más que tenerlas”somos”. El simple manejo pragmático de las realidades, la supeditación de toda creencia a la utilidad – como ocurre hoy en día – el mal ejemplo para los jóvenes de buscar sólo buenos medios para los fines, ha convertido a la política en un pensar utilitario.
El radicalismo es un estilo de vida, una convicción, un temperamento, no es un simple partido hecho para una circunstancia electoral. Porque es una actitud frente a la vida, una idea redentora del hombre de todas las formas degradantes de la condición humana y un afán permanente de liberación material y moral, los que se alistan en sus filas tienen la frente limpia y el ánimo ardiente. La Unión Cívica Radical nace de una, dos, tres revoluciones para proyectarse, cual cráter ardiente de donde salieron las expresiones sulfurosas de la protesta, para emancipar al hombre en su dignidad. Ningún partido político se iguala en su lucha contra todas las dictaduras.
Nace nuestro partido de una fatigosa tarea llevada a cabo por sus fundadores Leandro N. Alem, Hipólito Yrigoyen y nuestro comprovinciano Pelagio B. Luna, hombres que llevaron en sí el fuego que caldea y el freno que contiene; la vela henchida del ideal y el timón que la orienta; la voluntad sin desmayo y la serenidad que apacigua; una convicción inmensa que, como una palanca de redención, liberó las fuerzas sociales estancadas haciendo pedazos las trincheras de los privilegios del “régimen” conservador.
Aquel “régimen” lo tenemos hoy instalado en el poder. Son sus nietos ideológicos. Los nuevos profetas del mercado, los que defienden la “libertad”, no del hombre sino de las tasas de interés financiero. “Neoliberales” a quienes el radicalismo ha combatido siempre, gobernantes que al considerarse “providenciales” por fuerzas divinas sólo han producido en la república anemia institucional; más pobreza, más ignorancia,más marginados; aumento de la desigualdad social y económica; precariedad en la salud y la educación; limitación de la capacidad de actuación del Estado, individualismo y ruptura del tejido social, no exento de sospechas de corrupción. Unos pocos que se creen todo y muchos que no valen nada, tal es la ecuación perversa del poder.
Lo más humillante es la dependencia de la política nacional a los dictados e injerencia del gobierno de los Estados Unidos ¡Qué diferencia con la actitud viril de Hipólito Yrigoyen frente al presidente Woodrow Wilson, de Arturo Ilia frente a John Kennedy, la de Raúl Alfonsín con Ronald Reagan!.
Dice mi fe que el radicalismo tiene una parte de la verdad democrática. Como dice también mi franqueza que el radicalismo no es ajeno a la crisis que viven los partidos políticos. Sé que muchos hombres gozan en abandonar a quien decide vivir sin adularlos, sin embargo hay que decir la verdad. Padecemos en general una crisis de fe y de carácter, hemos olvidado nuestra autonomía y muchos creen que hay que hacer alianzas a cualquier precio, aún con los partidos de extrema derecha como el actual, sustituyendo el ideal por el pragmatismo. Está ausente la conducción en la Unión Cívica Radical.
¡Adelante es la consigna!
Si no fuera una pretensión excesiva, les diría a los jóvenes que en sus manos está el crisol donde forjar el futuro de la república y la democracia. Serán largas y duras las conscripciones, pero hay que hacerlas. No hay política sin emoción y ésta se nutre del ideal. Como es un servicio hacia otros hombres, la política es hija del esfuerzo. Porque el peso se ha hecho para algo: para llevarlo; porque el sacrificio se ha hecho para merecerlo; porque el derecho de iluminar el camino no se adquiere sino consumiéndose en el fuego. Por eso, joven, caer con la bandera en buena ley – como lo hicieron los hombres, mujeres y juventud de la Unión Cívica Radical en la última elección en La Rioja- es un triunfo.
Maquiavelo – que es cosa muy distinta del “maquiavelismo”-Maquiavelo nos dice, elegantemente, que, en cuanto un ejército se desmoraliza y desarticulado se desparrama, sólo hay una salvación: Ritornare al segno ,”volver a la bandera”, recogerse bajo su ondeo, y reagrupar bajo su signo las huestes dispersas”.
Que otros sigan buscando su destino en “las fuerzas del cielo”; los radicales lo haremos sembrando todos los días una semilla en los surcos fecundos de nuestra bendita tierra.
“ Hay que empezar de nuevo”(Hipólito Yrigoyen)
El valor de las creencias
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