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Tres poesías

EL CHICHO Y LA YAYA
Altanero como pocos,
bastaba solo un chistido
para saber quién mandaba
entre zorzales y gorriones.
Gris azulado su lomo
el mismo tono sus alas
blanco marfil por su pecho
y ese copete de fuego
que se encrespaba de golpe
cuando algo no le gustaba.
Adoración de mi madre
que al alba le conversaba
Chicho, Chicho cante mijo
cántele para su yaya.
Y en el acto sus gorjeos
respondían al deseo,
se amaron el uno al otro
sin reserva y con ternura
que daba gusto mirarlos
cada mañana en el patio.
Muchos años más de veinte
afirmaron ese apego
de un pájaro y un humano
el chicho y su madre yaya,
cada uno dueño del otro
ternura, magia y misterio
qué gusto me daba verlos
en las mañanas del patio.
Un día partió su yaya
a volar por esos cielos
y se quedó sin su mimo
rezo de cada mañana:
“Chicho, Chicho cante mijo
cántele para su yaya”.
No pasó mucho mas tiempo
que sus gorjeos callaron
se hizo trizas la mañana
cuando lo tomé en mis manos
y el dolor se me anudaba
más y más en la garganta.
Me queda solo el recuerdo
de ese amor tan entrañable
entre mi madre y el chicho,
un cardenal y un humano.
No hay consuelo
no ha de haberlo
de esta historia irrepetible,
ya lo dije es el recuerdo
que se encargará de verlos
Cada mañana en el patio:
“Chicho, Chicho cante mijo,
Cántele para su yaya”.
(Al recuerdo amado e inolvidable de mi Madre y su cardenal El Chicho)

EN TU VEREDA O LA MíA
Éramos del mismo barrio,
una cuadra y unos metros
separaban tu casa de la mía.
y en esa distancia
había tantas ganas,
tantas cosas juntos
y otras que nos alejaban.
El mismo club, mismos vecinos,
mismas veredas de tierra
donde las bolitas y los trompos
hacían un potrero guadaloso
para que la madre de alguno
nos tirara en el balde un:
“Vayan a molestar en sus casas
changos vagos, vayan a estudiar”.
En realidad, todos estudiábamos,
unos para ingenieros,
para doctores,
para funcionarios,
para empleados,
para curas y poetas.
Sería la vida la que se encargara de que
cada cual llegara a lo suyo,
con lo dicho y con lo puesto,
con el anhelo y el gesto,
el de los buenos modales,
ese de seguir saludándonos
a pesar del tiempo,
por aquellos recuerdos de la infancia, porque
“yo jugué en tu vereda
y vos en la mía”
Tu partiste hacia el renombre,
que tu vocación pedía,
yo encontré canciones y versos
para expresar mis fantasías.
Ya maduros,
como un vino añejo,
nos volvimos a encontrar
al llamado de un amigo
saludo en mano y una sonrisa
mientras,
la memoria correteaba
por tu vereda y la mía…
Y me parece haber visto
en ese apuro de verte
salpicada de agua y tierra
carcañada, omnipotente
la bolita cristalina
que dejamos olvidada
en tu vereda o la mía.

LA MARTA Y EL JOSÉ
(¡A mis padres que nunca se casaron,
pero cuanto amor me dieron!)
Ella una modista ilusionada
Él era un bohemio enamorado,
Ella remendaba sus desvelos
Él volvía de un trago lastimado.
Ella fue enhebrando la sonrisa
Para zurcir lunas hilachadas,
El con un clavel de madrugada
Vuelve con su lágrima apurada.
Asi lo encontró esa mañana
y le dió ternuras esperadas,
Él bebió de a sorbos su cariño
Y le susurró que la esperara.
Se escondió la tarde sonrojada
De verlos nomás sin decir nada
Y brotó una luna enamorada
Mostrando su plata, renovada.
Ella puso el sol, él la mirada
Ella dio su amor, él ya la amaba
Arriesgando todo, cuerpo y alma
Sin decir palabra lo signaban.
Al amor se dieron lindo y bueno
Que se dio en semilla germinada
Fue por la que vine fermentado
Y cuento este poema, alucinado.

POESÍA

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