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Opinión LECTURAS

Fiesta en Selma

Un acertijo es un juego que pone difícil encontrar la respuesta, por lo tanto, empezar esta nota con un acertijo implica un desafío a alguna cuestión que a veces es simple y otras muy complicada, o problemática. Se me ocurre entonces preguntar:

¿Qué tendrán en común las arengas contra los judíos en la Alemania de los años 30, con la gesta de Selma, llevada a cabo por los afroamericanos en EEUU en 1965?
Silvia N. Barei

Por Silvia N. Barei

Porque, si pregunto qué tienen en común la muerte de Agustín Ávila en las puertas del boliche de Jesús María con el crimen de Fernando Báez Sosa, o la desaparición de Anahí Bulnes con el femicidio de Sofía Sosa, asesinada frente a su hijito de cuatro años, o los chats de un ministro con la indecente “mesa judicial”, ustedes adivinan muy fácil, porque lo que ocurre a diario nos atropella con su brutalidad explícita.

Pero la respuesta a la primera pregunta es más compleja, porque requiere de nuestra competencia histórica y también de nuestro saber acerca de ciertos detalles de acontecimientos vergonzosos de la actualidad reciente.

De todos modos, como esto no es un ensayo histórico sino una simple columna de diario, la respuesta se puede simplificar: lo que tienen en común estos dos acontecimientos claves del siglo XX, de esos que cambiarían el mundo, es el intento golpista de Brasil sucedido el 8 de enero, ya en esta tercera década de un nuevo siglo.

En noviembre de 2021, Juan Carlos Bernardi, periodista de Brasil, dijo en una entrevista concedida a un medio de la derecha pro nazi europea: “Si matamos a millones de judíos y nos apropiamos de su poder económico, Brasil se hará rico. Sólo atacando a los judíos llegaremos allí”. Un loop temporal lo depositó nuevamente en lo que Hitler había escrito en “Mi lucha”: «Analizando los orígenes del desastre alemán, resalta como causa principal y definitiva el desconocimiento que se tuvo del problema racial y, ante todo, del problema judío.»

Parece ser que la culpa de los “desastres” propios de cada una de estas naciones recae sobre un grupo social. Nada se dice de cómo habrían y habrán de superarse las calamidades ocasionadas por el nazismo y el bolsonarismo en sus respectivos países, con las considerables diferencias de tiempo y espacio, no así de execrables ideologías.

Un año y un mes y medio después de las declaraciones de este periodista nostálgico de las purgas y los asesinatos masivos, los agitadores que se venían convocando por las redes sociales para perpetrar el asalto a las sedes de los tres poderes en Brasilia, usaron una frase en código llamando a participar de una juerga: “Fiesta en Selma”.

Muchos recordarán que Selma (Alabama) es la ciudad de Estados Unidos donde se realizó en 1965 la famosa marcha de los afroamericanos, liderada por James Bevel, Hosea Williams y Martin Luther King. También es una película de 2014, dirigida por Ava DuVernay que se centra en la figura de Luther King. Este último estuvo al frente del activismo por los derechos civiles y participó en numerosas protestas contra la guerra de Vietnam y la dignidad social en general. Por su actividad para terminar con la segregación y la discriminación racial a través de medios no violentos, año antes de Selma había recibido el premio Nobel de la Paz; y tres años después fue asesinado en Memphis. En un anterior intento de asesinato, alineado con los principios de Mahatma Ghandi por la no violencia, había dicho: “Esta experiencia demuestra el clima de odio y de amargura que impregna de tal manera nuestra nación, que estos accesos de extrema violencia surgen en forma inevitable. Hoy soy yo. Mañana podría ser otro dirigente o no importa quién, hombre, mujer o niño, quien sea víctima de la anarquía y la brutalidad. Espero que esta experiencia termine por ser socialmente constructiva demostrando la necesidad urgente de la no violencia para gobernar los asuntos de los hombres”.

Cualquiera puede señalarme que es imposible comparar el régimen nazi con un grito de libertad como el de los oprimidos en EEUU. Y claro que sería imposible a menos que se crucen coordenadas del presente y se entienda que detrás de la convocatoria a la Fiesta en Selma del 8 de enero hay discursos de odio crecidos a fuego lento en los últimos años, hipocresía en el uso de una consigna cuya concreción no resultó una fiesta sino una intentona golpista que falsea la lucha de quienes reclamaban por sus derechos históricamente vulnerados. Algo así como una tergiversación flagrante de aquella marcha pacífica de 1965 y de la ideología de la no violencia.

“Asegúrense de que haya suficiente gente para invadir todos los espacios” decía uno de los mensajes convocantes, que -oh, qué raro- nunca fue detectado por los servicios de inteligencia, esos de los que bien se dijo, trabajan “en los sótanos de la democracia”.

Las palabras están en lugar de las cosas, pero, ya lo señaló también John Austin, se pueden hacer cosas con palabras. También las palabras pueden manipularse y servir para manipular. Y por supuesto, tergiversarse. También es cierto que las palabras cambian su significación por obra del tiempo y las diferencias culturales.

Atacar a las instituciones en nombre de una libertad imaginariamente conculcada por un gobierno que había asumido hacía exactamente siete días es, para decirlo con palabras suaves, un desatino total. Y usar el nombre de la libertad y el de libertarios es un contrasentido profundo que debería llamar fuertemente la atención.

Para esto también hace falta un ejercicio de memoria. En los años 30, los y las libertarias de España combatían al capitalismo y las estructuras jerárquicas y sociales de poder, bajo el lema: “Sin dios ni patria ni amo”. Su crítica a toda forma de opresión y su sesgo anti sistema chocaron en su momento tanto con el marxismo como con la derecha capitalista. De manera contradictoria, los “libertarios” contemporáneos abogan por la patria capitalista, por dios y alguna sus Iglesias, y por un amo de apariencia fuerte pero en el fondo, un cobarde.

También en este caso se puede recurrir a la memoria del cine. “Libertarias”, dirigida por Vicente Aranda, se desarrolla en los primeros días de la guerra civil española y sus protagonistas son un grupo de milicianas del ala feminista del movimiento libertario español. Habían tomado las armas contra el franquismo para defender una República que consideran imperfecta, pero república al fin. Si se gana, luego habrá tiempo de mejorar las cosas, pensaban. El final de la película no lo cuento porque la Historia ya se ha encargado.

De la tergiversación del ideario libertario es de lo que hablábamos. Porque tras este supuesto libertarismo, se esconde un nuevo “plan condor” para América Latina, y, como señala la Mesa Provincial de Derechos Humanos de Córdoba, es un plan con fines destituyentes, que se logra con “el lawfare y el endeudamiento sistemático”. Y que atenta contra “la seguridad del pueblo y las instituciones democráticas”.

Fiesta en Selma. Qué cobardes. No podrían ni mirar a los ojos a ninguno de los humildes que atravesaron, tomados de los brazos, el puente de Selma.

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