Por Sara González Cañete
Deja el alma cautiva Amaná, un paraje de increíble belleza ancestral. Conmueve, encanta, enamora, atrapa y más tarde se hace inevitable su recuerdo en el alma y en las retinas.
Una huella marcada por leyendas que fundaron su nacimiento, la envuelve cual mito vivo. Luce un lienzo en el cielo teñido de nubes, y en las noches estrelladas la belleza de las constelaciones cual pajes de la luna, envuelven el paraje más hermoso de la basta madre riojana, dueña del oasis más bello donde el sol acaricia con sus rayos, bañando de colores toda la flora que adorna y adormece la mirada.
Amaná hipnotiza con su esencia de diamante, guarda suspiros, mece con la brisa los pensamientos, y devuelve poesía. Tiene sonidos albergados entre sus quebradas montañosas, lugares que guardan el trinar de sus pájaros, el amanecer de su fauna, el vuelo del cóndor y el águila que palpitan cual arrullo de río. Un estanque apacible y espejado contiene paz y agua, conlleva el verdadero idilio natural entre sus habitantes y la belleza del paraíso aislado.
Amaná es el suspiro en flor de amantes jóvenes, con la audacia de la experiencia vivida, con derroche de encantos por doquier. El sentir de sus ancestros en lágrimas de quimeras penosas, entrañablemente ligadas al trabajo y sacrificio de manos honradas, con luz de miradas benévolas, sonrisas tras amargas penurias, risas de infantes que contagian alegría, pasos a un costado que quedaron en el camino, cambios de tiempos mejores a nuevos horizontes.
Amaná es un reino que descansa bajo el sol y besa las estrellas, un paraje de ensueño, místico ensamble de naturaleza y quietud mental. Custodia crónicas de inmaculada esencia que prevalecen a pesar del tiempo.
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