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En la dosis justa

Una reseña para el libro "Dimensión afectiva" de la escritora riojana Eugenia Murúa.
Fernando Viano

Por Fernando Viano

La realidad al alcance de la mano. La ficción, la fantasía, al alcance de la mano, tornándose realidad. Tanto que en un punto, realidad y ficción, realidad y fantasía se entrecruzan en un idéntico plano, en una misma dimensión que se aferra a lo posible, a lo que puede ocurrir, incluso en un contexto de incertidumbres.

Allí. En la dimensión afectiva. Que de eso se trata, poco más, poco menos, estar vivos. Y vivir, como suele afirmar por allí alguna canción, solo cuesta vida. Y vida es lo que hay en la escritura de Eugenia Murúa. Vitalidad palpable en cada historia que late, que se mueve y se nutre entre las pulsaciones de los personajes (y se traslada a las de los lectores), en un contexto en el que la tensión se vuelve un condimento esencial, indispensable, siempre en la dosis justa.

Así es como “Dimensión afectiva” (Plano Editorial 2022) va proponiendo al lector la posibilidad de zambullirse en diferentes universos. Y ese sumergirse en el desentrañar espacios y tiempos ancla sus pretensiones, a su vez, en la construcción calculada y precisa de relatos inquietantes a partir de una mirada que escapa a toda previsibilidad, que se aleja de toda instancia preconcebida y que se recuesta, finalmente, en el ejercicio de una labor a la que Murúa asiste con paso sigiloso pero firme, igual que el cazador entre las sombras, detrás de su presa.

Son cuatro los cuentos que componen “Dimensión afectiva” (“Inés”, “Censo”, “El tío Ricardo” y “Comunicación blanca”) y que se alzaron, en su conjunto, con el Primer Premio del Concurso Libro de Cuentos del Programa Letras en Conexión de la 18° Feria del Libro de La Rioja (2020). Cuatro historias que, bien podría afirmarse, nada tiene que ver -en apariencia- la una con la otra, si se toman como piezas sueltas.

Sin embargo, a nadie puede escapar tampoco que cada una de estas historias están atravesadas, como se señaló anteriormente, por esa vitalidad que define en sí misma al trabajo de Murúa que lejos está -muy lejos, por cierto- de simplificarnos las ecuaciones. Ocurre que aquí, en la “Dimensión afectiva”, el orden de los factores si puede alterar el resultado.

Un velorio (muy típico de estos pagos), una casa que se retuerce sobre sí misma entre pasillos y puertas como tentáculos, un barrio tranquilo que de pronto pierde el sueño con la llegada de nuevos vecinos y una casa espectral serían, en síntesis, los escenarios que la escritora describe a la perfección, en la magnificencia de los pequeños detalles que agigantan las superficies y que le abren la puerta a la imaginación, para invitar al lector, una vez más, a sumergirse en un terreno de arenas movedizas que sacuden las conciencias hacia el lado más resbaladizo de la moral, de la ética que se fragmenta, según el lado del cristal con que se mire, una vez que el espejo en que nos reflejamos se hace trizas.

Parecería sencillo, en principio, el transcurrir de las narraciones a partir de la concepción que Eugenia Murúa elabora para cada uno de los personajes de sus cuentos. No obstante, radica allí mismo -en esa simpleza aparente- lo complejo de su quirúrgica creación: en ese entramado en que lo emocional -ya sea en la cercanía o en la periferia de las propias experiencias- termina por derruir todo indicio de certeza, de convicción, de confianza. Abre así, la escritora, otras tantas dimensiones, para volver luego a un eje central: lo afectivo.

Esa dimensión en la que caeremos -y caemos- inevitablemente, como quien se arroja a la profundidad de sus propios precipicios, en esa búsqueda implacable de lo que no hay, de lo que no tenemos, de lo que nos falta para completar el rompecabezas de las emociones ante las que sucumbimos sin previo aviso. Lo cálido, lo afable, lo sensible que se convierte en interrogante irreparable. “Estamos frente a una escritora que tiene oficio, que entiende a la narrativa como una construcción, como una piedra enorme a la que debe darle forma con paciencia y esfuerzo”, afirma Fabio Martínez en el prólogo de “Dimensión afectiva”, todo lo cual es estrictamente cierto.

Pero estamos, también, frente a una escritora que sabe hacer de lo cotidiano, de lo que día tras día forma parte de nuestro andar en lo que suele quedar inadvertido, una superficie perturbadora. Y eso, de la realidad a la ficción y de la ficción a la realidad en ese entreverarse en la solidez de su propuesta literaria, invita a asumir los riesgos que no todos estamos en condiciones de asumir.

Y es que vivir, como suele afirmar por allí alguna canción, solo cuesta vida. Y vida es lo que hay en la escritura de Murúa. Pero no la simple vida a la que solemos acostumbrarnos, sino la vida de la dimensión afectiva. Esa que rompe los esquemas, en un contexto en el que la tensión se vuelve un condimento esencial, indispensable, en la dosis justa.

SOBRE EUGENIA MURÚA. Nació en La Rioja, en el año 1989. Es Licenciada en Comunicación Social. En el año 2016 publica el poemario “Himen” y desde entonces se dedica de lleno a la gestión cultural. Realiza talleres, recitales e intervenciones, entre otras actividades. Gran parte de su escritura se encuentra en publicaciones alternativas como los fanzines “Si quiero o si tengo” y “Aislamiento presentido”. Dirige “Hermosa cena”, editorial de narrativa y poesía contemporánea enfocada en la producción literaria de La Rioja. “Dimensión afectiva” (Plano Editorial) obtuvo el Primer Premio del Concurso Libro de Cuentos del Programa Letras en Conexión de la 18° Feria del Libro de La Rioja (2020). En dicha ocasión, el jurado estuvo integrado por Rogelio Ramos Signes, Eugenia Almeida y Máximo Chehin.

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