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Hacia el todo

Una reseña para el libro "Las razones del armiño", del escritor Néstor Fenoglio.
Fernando Viano

Por Fernando Viano

Estamos hechos de muertes, nos recuerda el poeta. Estamos hechos, incluso, de nuestras propias muertes aún no vividas. Y no resulta paradójico pensarlo de esa manera. La muerte se nutre de la vida y viceversa. Es un ida y vuelta constante del blanco a lo profundo y de lo profundo a lo blanco. Allí, en ese punto en el que nace la palabra. En ese punto en el que también muere.

En el blanco, lo blanco. Y en el blanco, el disparo certero sobre la piel blanca del armiño, sobre la piel blanca que nos contiene, para que no dejemos de ser. Depredadores y presas, al mismo tiempo. Matar y morir, como un resonar al unísono de un disparo en el infinito viaje hacia la nada.

Estamos hechos de muertes, nos recuerda Néstor Fenoglio en “Las razones del armiño” (Palabrava Editorial, 2022). Pero cuáles son las razones del armiño, esa criatura adorable y blanca, tan blanca como el blanco para el disparo certero sobre la piel blanca, en lo profundo

del blanco, en un ida y vuelta constante entre la vida y la muerte, entre la muerte y la vida, para que dejemos de ser y seamos casi en un mismo instante, en lo constante de la búsqueda de la palabra que fracture el papel, también en blanco, pero que no lo manche.

Estamos hechos de muertes, nos recuerda el escritor, y que “todo es un largo / ir / hacia / el otro / un viaje / hacia / la nada”. ¿Y después? ¿Cuáles son las razones para un después? ¿Cuáles son las razones de lo blanco? Tal vez, sólo tal vez “el secreto / de todo lo muerto / que nutre lo vivo”.

Tal vez, sólo tal vez, las raíces de las que nos sostenemos para no terminar de caer hacia arriba, hacia la palabra definitiva, o hacia las impurezas de las palabras que “salen a la llanura helada / a crear animales / prisioneros y libres”, igual que nosotros. Tal vez, sólo tal vez para terminar de comprender que estamos hechos de muertes y que el poema, ese animal que nos libera o nos convierte en prisioneros “es como un presuntuoso / tapado de armiño: / unos cuantos animales / muertos / para vanidad / de su dueño”.

Estamos hechos de muertes, nos recuerda el cazador, y de poemas muertos, o de poemas como muertes repentinas, como fogonazos de un disparo certero en el blanco, en el más certero de los blancos, en el blanco que enceguece en la más precisa de las verdades en la que, con su arma aún humeante y las manos infestadas de pólvora, se reafirma: “Estoy hecho de muerte / y no gimo: soy el que gime más, / el que se marcha a los gritos, / el que despierta a los muertos, / solo para que mueran / verdaderos y dignos”. Estamos hechos de muertes. Y más todavía: estamos muertos.

Pero Fenoglio nos revive con su blanco de palabras, con la certeza de su blanco de palabras, con el más blanco de los blancos para el disparo de palabras más certero a las razones del armiño que son también nuestras razones, nuestra razón: conservar el blanco; que no se manche en la blanda caída hacia lo oscuro, y que su lógica matriz del matar para que siempre haya algo o alguien que muera, no se rompa. O que, en todo caso, se rompa en la palabra, en el escribir esa palabra, en el disparo. Que estalle, hasta que viva, después del disparo, cuando “el cazador / aparta de un manotazo / esos ojos finales, / un repetido gesto mecánico, / un pestañeo, / un suspiro satisfecho / y luego / sólo hace su trabajo”.

Fenoglio hace su trabajo. Como cazador, nos recuerda que estamos hechos de muertes; que incluso él está hecho de muertes. Pero también de blancos. De disparos. Y de blandas caídas hacia lo oscuro, hacia el precipicio al que cae el armiño con sus razones, que son también nuestras razones. Las razones de nuestra clase y de la suya, la del poeta: “Solo soy / el que lleva / el mandato / de su piel / en su piel / alguien anterior / a mí / algo que seguirá / cuando de mí / sólo quede / el recuerdo / del que fui / y de los que fueron / en mí, / cuando de mí / sólo quede / el que me lleve / después de mí. / Soy esta larga / serie en que soy / y me reconozco. / Soy anterior a mí / y soy luego de mí. / Soy mi especie. / Soy el que me lleva, / el que me antecede, / el que no termina / en mí”.

Estamos hechos de muertes, nos recuerda el que nos precede. Estamos hecho de piel que nos contiene, pero que queremos quitarnos. Matar o morir, para que el ciclo de la vida no se detenga. Para que el blanco siga siendo blanco, incluso en lo profundo, incluso en el negro.

Para que seamos un disparo certero en las razones del armiño y en nuestras razones, que son las mismas. El mismo precipicio. La misma blanda caída. El viaje hacia la nada misma. Hacia la palabra. Hacia la poesía. Hacia el poema. Hacia la muerte que somos. Hacia el todo muerte que seremos, en definitiva.

EL AUTOR. NÉSTOR FENOGLIO nació en Esperanza, provincia de Santa Fe, Argentina, en 1964. Pasó su infancia y adolescencia en los pueblos de Providencia y Alejandra. Reside en la ciudad de Santa Fe desde 1983. Estudió la carrera de Letras. Es periodista, poeta y narrador.

Publicó “El camino de lo real a lo lírico, aproximación a la obra de José Pedroni” (Ensayo 1988), “En medio de la noche” (poesía, 2000), “Nacimiento único” (poesía, 2004), “Desde este cuerpo” (poesía, 2007), “Con los ojos de entonces” (poesía, 2021), “Zazaza y otros relatos”

(cuentos, 2021), “Los pliegues del aire” (poesía, 2022) y “Las razones del armiño (poesía, Palabrava Editorial, 2022). Obtuvo importantes premios literarios dentro y fuera del país y fue incluido en diversas antologías. Parte de su obra está traducida al inglés, al francés, al

árabe y al portugués. Es periodista y columnista del diario El Litoral de Santa Fe, donde además se desempeña como Jefe de Redacción.

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