Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
1591 Cultura + Espectáculos LECTURAS

Invención del otro

Una reseña para el libro "Sangre acompasada" de la escritora cordobesa Silvia N. Barei.
Fernando Viano

Por Fernando Viano

No me pregunten // dónde quedó // ese pueblo perdido // su estación inmóvil // sus días de otoño // mis zapatos de niño // mi casa dormida // y el ciruelo de la plaza // atajando // la pobreza implacable // multiplicada en ríos // de gente que se iba // las manos como ladrillos // el incendio // las penas // el joven corazón ya en ruinas.

La última vez que intercambié palabras con Silvia Barei fue en el marco de la XXI Feria del Libro de La Rioja, el pasado mes de julio. Entre otras cuestiones, y como quien traza un mapa de sus intereses más vívidos, la Doctora en Letras y escritora cordobesa arrojó al aire una frase contundente. Tan contundente como su compromiso intelectual y su claridad de palabra: “El tema de los migrantes es una tragedia. Vos me preguntás... ¿qué me preocupa del mundo actual? Me preocupa el mundo de los migrantes”. Ya sobre el final de la entrevista, Barei, siempre generosa, me regaló su último libro “Sangre acompasada” (Babel Editorial, Argos, Reflet de Lettres, 2023, Colección Palabra de Poetas). En su portada, aparece una ilustración a modo de collage con una fotografía del Hotel de los Inmigrantes de Buenos Aires. Un hombre que podría ser “el padre de su padre”, pero que no lo es, porque de ese hombre no hay registros. Como tampoco lo hay de tantos otros.

Es Barei, una vez más, la que da las señales: “Vas a ver que ‘Sangre acompasada’ tiene un epígrafe de un poeta chileno que se llama Oliver Welden que dice: ‘El corazón es un músculo de sangre acompasada’, de ahí he tomado el título del libro. En realidad, es un libro que está construido con la figura del migrante. Del inmigrante y del migrante. La primera parte es la figura de mi abuelo paterno, al que yo nombro como ‘el padre de mi padre’, porque nunca lo conocí, se murió cuando tenía 35 años. Mi padre tenía 11 años cuando su padre murió y por alguna razón que yo desconozco y que me lamento ahora, a esta altura de mi vida, no haber investigado más, preguntado a mi familia, nunca lo nombraban, se borró de la familia, dejó de ser una figura importante y yo siempre conocí a mi abuela viuda, pero de él no había ni una foto. Entonces me inventé su vida; vas a ver que los poemas inventan su vida con lo poquito que yo sé o supe de él, y me inventé sobre todo sus dolores, su forma de estar en un mundo diferente, sus razones para irse de su tierra y sin embargo seguir todavía mirando desde lejos esa tierra y la imposibilidad de volver”.

El padre de mi padre // se sume en imágenes y piensa. // Ya no va caminando // entre los almácigos // sino que dormita // tirado en el piso bajo // de un barco de carga. // Se acuerda del sendero de álamos // que enfila hacia el mar. // Se acuerda del mar // un sitio sin fronteras // donde todos los días son iguales. // Se acuerda de la bodega infame // donde pela patatas // escucha relatos con nombres nuevos // y un muelle suspendido en la luz del amanecer // con // un millar de voces que lo esperan. // No entenderá nunca por qué // (las gallinas no saben contestarle) // se baja en otro lugar // que no figura en los mapas // y que nombran buenosaires // a pesar del olor pestilente del puerto // del perfil sonámbulo // suspendido en la neblina // y de la lluvia que nunca // dejará de empaparlo.

Pedro Flores, escritor nacido en Las Palmas de Gran Canaria y recientemente galardonado con el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández, afirma que “el efecto que un buen poema debe causar en el lector es incomodarlo; debe molestarlo. Un buen poema normalmente suele y debe ser incómodo; debe ser una patada al estómago del lector. El lector no puede cerrar un libro de poesía o terminar la lectura de un poema sin que ese poema haya suscitado en él esa incomodidad”.

“Sangre acompasada”, de Silvia Barei, de alguna manera se ajusta a esta definición del poeta canario. Y lo hace, muy especialmente, desde la incomodidad que genera ese universo al que la escritora cordobesa ilumina, saca de la oscuridad para ponerlo sobre la mesa, en debate, más allá de las circunstanciales apariciones de acuerdo con los mandatos del rating o la voracidad siempre vigente de los oportunistas que muy lejos están de ofrecer una solución, o cuanto menos una respuesta a la problemática que termina por sucumbir (al igual que tantos hombres, mujeres y niños) en la profundidad de los mares. De esa profundidad, precisamente, Barei rescata al padre de su padre y al padre de tantos padres. A los sin nombre. A los sin rostro. A esos que siguen deambulando como fantasmas entre la mugre de los puertos, entre la mugre de los abandonos, entre la mugre del destierro que sigue escupiendo corazones hacia las olas del olvido. Tal vez, esta, la más definitiva e irremediable de las mugres.

Si hay algo de lo que se encarga Barei en este libro, más allá del salvamento, de la restitución de una memoria resquebrajada, ausente de imágenes en blanco y negro, es de poner límite a la indiferencia. Y ese límite a la indiferencia es ya, en sí mismo, una incomodidad, “una patada al estómago del lector”. Pero es, incluso, mucho más que eso. La poesía de Barei es una biografía que parte desde una búsqueda de lo propio ausente, de lo propio desaparecido, de lo propio vacío, de lo propio inexistente, de lo propio ya expropiado. Pero es también y fundamentalmente, todo lo esencial que significa la invención del otro, el darle identidad al otro cercano, al otro próximo. Al otro nuestro o no nuestro. Y también al otro que somos.

Conservo el baúl de madera // que el padre de mi padre // trajo en la travesía. // Ése que lo acompañó // en los larguísimos días y noches del mar. // Dicen que allí guardaba sus pocas // herramientas (un par de martillos, unos clavos y // tachuelas, una escuadra, un serrucho, // los destornilladores, una lezna, una pinza // una azada, una pala pequeña). // Dicen que el baúl le servía como banco // le servía como púlpito blasfemo // le servía como escenario // cuando le daba por cantar a capella. // Sentado sobre su madera ordinaria // musitaba: // ábranme las puertas del cielo // que quiero mirar // desde lo alto // el pueblo en la montaña // y allí // aquella que fue mi casa. // Mi tierra. Mi mar.

“Sangre acompasada” se va presentando como un viaje. O mejor aún: como las fotografías de un viaje. Un viaje acompasado en el que las imágenes de otro tiempo se dejan fluir como cuadros que nacen desde los ojos de una esclarecedora Barei. Desde esos ojos que quieren ver como una manera de completar eso que no pudo ver, eso que está faltando, eso que quedó como un hueco en el corazón porque ni siquiera se lo contaron; las piezas de un rompecabezas que pueden completar lo inconcebible de una fantasía que se torna, al fin, tan real, tan palpable como el delantal de lona percudida, la tachuela en la boca, los cinco pesos y la cabeza en alto, el surco en la huerta, las lechugas, los tomates, las gallinas, las dos orillas, las noches agitadas y el campo abierto, el vientre abultándose, la tierra nueva, los días de piedra, los cristales rotos de la niebla, una galería, un patio, una flor abierta, la langosta, el hambre y la guerra, la extensión quieta de la casa, la ilusión de seguir vivo, el bar de la plaza, un gladiolo, un clavel, una cala blanca, los ángeles de piedra, las luces de la mañana y del ocaso, el imposible adiós y la certeza irrefutable de que “todo tiene la forma de un milagro”. Incluso lo que no tiene forma. Lo que no queda. Incluso el padre de su padre.

Trae un banquito y se acomoda // persistente en la fatiga. // No puedo darme vueltas // pero sé que a mis espaldas // él me mira // con // sinuoso desapego: // sabe que en casi nada // nos parecemos. // Me mira más bien como a una planta // que crece en el desierto. // Cambia implacable su sombra // traída por el tiempo // por los pájaros de otro río // o por el miedo de saberse // al borde del precipicio // de creerse culpable por la desmesura // de haber atravesado // ese camino roto // que terminaba en el puerto. // Nunca será un hombre viejo que me abraza // y yo // no sabré nunca la verdad // no podré entender su rostro // en este tiempo que tiene el color del agua // y no habrá vereda // que reconozca // su pie // ni mano de vecino // que salude // su paso. // La noche del día // que enterraron // al padre de mi padre // no quedaron pistas // humedecidos los rostros // de lágrimas últimas // de estupor frente a una muerte // que selló cada palabra // como una caja llena de piedras.

“SI SOMOS TODOS DEL MISMO MUNDO”

Para Silvia Barei “la poesía tiene el rol de pensar críticamente al mundo”. Así lo expresó a 1591 Cultura+Espectáculos en su más reciente paso por La Rioja, cuando fue parte del Primer Encuentro de Poetas del Norte Grande. Claro que, lo de la escritora cordobesa, no queda en una simple expresión. Muy por el contrario, lo refleja en su poesía y no sólo en su poesía, sino también en la poesía de las otras, de las otros, como cuando cita a Jorge Luis Borges: “¿Dónde está la memoria de los días // que fueron tuyos en la tierra, y tejieron // dicha y dolor y fueron para ti el universo?”, o a Rosalba Campra: “...intento recobrarlos, // para una memoria compartida, // para que no dejen de doler // o para nada”, o a Mihail Bajtin: “desde mis ojos están mirando los ojos de // los otros”.

Los ojos de los otros, desde sus ojos. El pensamiento crítico frente al mundo. Así es como Barei abre paso a una segunda instancia poética dentro de “Sangre acompasada” en la que, al decir de ella misma: “Tomo poemas que yo he escrito que tienen que ver con migrantes, con la tragedia de los migrantes del mundo contemporáneo y con algunas historias, inclusive algunas de mujeres, que tienen que ver con esa ida y vuelta por el mundo”.

Una vez más, Barei se sumerge en la búsqueda de lo propio ausente, de lo propio desaparecido, de lo propio vacío, de lo propio inexistente, de lo propio ya expropiado. Pero una vez más, también, en la invención del otro, en el darle identidad al otro cercano, al otro próximo. Al otro nuestro o no nuestro. Y también al otro que somos.

Entonces // he tenido la sensación de que mis piernas // no podían caminar hasta el borde de esa playa // es como si me hubiese quedado atrás // en una orilla oscura // dividiendo el tiempo en trozos / cada vez más // pequeños / // los días en horas minutos segundos // por los lagos y serpenteantes senderos del // silencio // al final de la ceguera y del hambre // de la mirada hueca // organizando recuerdos en torno al vacío // de esa pieza // que siempre faltó en un rompecabezas perdido. // Desde lejos // como quien dobla una esquina // el desconsuelo de entrever al fin algo // alguien // que nombran / desaparecido / nadie / ese // que se pierde en la bruma // y para siempre.

Aquí es donde se cuela la realidad. La de hoy. La nuestra. Aquí es donde más allá de aquella indagación sobre los espacios en blanco de su propia historia y del nombre del que carece (el padre de su padre), la escritora cordobesa trae a “Sangre acompasada” este presente que sigue naufragando entre lo superfluo y lo vacío de la espectacularidad de la pantalla. Lo efímero que termina por normalizar lo extraordinario, todos hundidos en la profundidad de los mares, todos ahogados, todos olvidados. Vuelve a incomodar. Sigue incomodando Barei a un lector que naufraga entre las palabras que pueden matarlo sin que nadie se lo advierta. Cayendo en su exilio, que es el exilio de todos. “Uno encuentra cosas ahí que ha vivido, que son así, y a mí eso me conmociona mucho porque digo: si somos todos del mismo mundo, si todos vamos y volvemos por el mismo mundo, cómo es que construimos estas fronteras, estos bordes, estas vallas, estas zanjas, estas grietas que nos pasan también internamente”, se pregunta Barei a modo de indagación propia, pero también como una manera de indagarnos en lo colectivo que nos alcanza.

“Corto y recorto // los desatinos del mundo. // Este es mi reporte semanal // de gente que nunca pudo pagar // su derecho de piso: // Alguien queda en un asilo. // Alguien muere encerrado en su casa // y su gato le come los dedos. // Alguien está tirado en una alcantarilla. // Alguien deja que lo tape la mugre. // Alguien duerme en una caja de cartón // en un rincón de mi edificio. // Alguien se droga en la plaza de la esquina // y los perros le quitan su poca comida // alguien vive en el gallinero. // Otro no sale del sótano y otro duerme en el techo. // Alguien muere en una cama de hospital // en una cárcel // en un avión en una isla perdida // en el socavón de una mina // en un campo de frontera // en un refugio andino // en la trinchera en el laberinto // y hay 46 en el vientre de un submarino. // Alguien hace malabares en una esquina. // Alguien mutilado camina de rodillas. // Alguien cae de bruces al asfalto. // Alguien suplica piedad a un asesino. // Alguien duerme entre harapos en un subte. // Alguien le prende fuego. // Alguien asesina para ser noticia en el diario // para ser alguien // alguien desecho // putrefacto // pestilente y descosido. // Pero ninguno de ellos // ninguno // como el muchacho de Honduras // abrazado a su niña de dos años. // Ninguno como él // ninguno como su foto mojada // como el dolor de ese sueño en hilachas // como esos cuerpos anudados // esos dos // sin mañana sin ayer // lejos // a orillas del Río Bravo. // Y los ojos del padre seguirán mirando el río // desde la mirada aterrada de la niña.

Este es su reporte de lo cotidiano. Su reporte de un dolor que se hace memoria. La memoria de un dolor que excede su propia memoria para afincarse en la memoria del padre de su padre, del padre de su madre, de la niña en la que se recuerda abruptamente inocente frente a los fogonazos de su propia historia trunca, hueca, no escrita, carente de las señales propias de lo identitario como consecuencia inevitable de lo propio ausente, de lo propio desaparecido, de lo propio vacío, de lo propio inexistente, de lo propio ya expropiado. Se zambulle y bracea Barei en la invención de eso que le falta, de eso que no tiene. En la invención del otro, pero también en la invención de ella misma ante todo lo que no tiene nombre. Ante el exilio. Ante el mandato del mar que acerca y aleja al mismo tiempo. Ante su metamorfosis de poeta. Y, también, ante su interminable espera.

Me llamaron las sirenas // sentadas en las rocas // me llamaron con urgencia // desde el gran estuario // que abraza el río con el frenesí del mar. // Miran el mundo desde mis ojos // miden la escasa extensión de playa // que aún nos separa // y me avisan // ‘no tiembles // somos la canción que te sostiene’. // Inmóviles junto al agua // como a salvo de una catástrofe // un largo silencio se hace añicos // un pentagrama // una copla de marineros // un sonido profundo listo para estallar. // Vuelven a la cabeza // me hacen señas // musitan algo que parece una invitación. // Entro al agua despacito // con movimientos improbables // mecida por las olas // como una barcaza arrastrada por el mar. // Y ahora estoy en este acantilado // multiplicado mi asombro. // Ya no puedo mover las piernas // he perdido el miedo al agua // a las tormentas encendidas // pero las escamas tardan mucho en despuntar. // Me han dicho que espere // y cante.

SOBRE LA AUTORA

SILVIA N. BAREI. VIVE EN CERRO AZUL, CÓRDOBA. ES DOCTORA EN LETRAS Y ESCRITORA. HA PUBLICADO SIETE LIBROS DE POEMAS ENTRE LOS QUE SE CITAN “DE HUMANA CONDICIÓN”, “CUERPOS DE AGUA” -TRADUCIDO AL ITALIANO Y AL RUSO-, “MUJERES, ARTES Y OFICIOS” (CON MARIA TERESA ANDRUETTO), “LA CASA EN EL DESIERTO”, “ANIMAL CIEGO” Y “NOSOTRAS”. EN 2021 PUBLICÓ CON ELENA BOSSI “LOS AÑOS DEL FRÍO”, LIBRO DE POEMAS, RELATOS Y ENSAYOS EN LOS QUE SE REFLEXIONA SOBRE LAS CONDICIONES SUBJETIVAS, SOCIALES Y POLÍTICAS DE LA ARGENTINA DE LOS ÚLTIMOS AÑOS. NOÉ JITRIK HA SEÑALADO QUE SUS POEMAS “ESTÁN ESCRITOS DE UNA MANERA REVERENCIAL, COMO SI CADA UNO DE ELLOS SURGIERA DE UNA REFLEXIÓN PROFUNDA TRANSMITIDA CON UNA LIBERTAD MUY PARTICULAR, EN LA QUE PREDOMINA EL REGISTRO BAJO, MUSICALMENTE HABLANDO, UN ADAGIO O UN LARGO...POESÍA QUE ME INSPIRA RESPETO Y EMOCIÓN, NADA ME CHOCA, TODO ME INSCRIBE”.

LECTURAS

Comentarios

Últimas noticias

Te puede interesar

Teclas de acceso