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La conquista de lo particular

Una reseña para el libro "Diario de coplas en pandemia (chayadómetro de La Rioja) del escritor riojano Fernando Montero.
Fernando Viano

Por Fernando Viano

Nuestro gran escritor don Héctor David Gatica cita en su libro “Mis sueños de aquellos días” a otro enorme cultor de la palabra como Ricardo Piglia. Y lo hace, en específico, para intentar definir un género: el “diario”, sobre lo que el nacido en Adrogué sostiene que “se trata de algo fechado.

Todo lo que hay dentro, en cualquier diario, es siempre múltiple. Pero lo único que ordena y define el género o da un marco de lectura es el hecho de que uno debe poner la fecha de manera que se haga manifiesta la sucesión de los días”. También remarca Piglia que “el diario tiene mucho de improvisación” y que “hay otra cosa que da para reflexionar que es captar algo del día, para que no se fugue. Uno escribe algo para releerlo, para que no se pierda en el mar de lo cotidiano”.

“Diario de coplas en pandemia (Chayadómetro de La Rioja)” de Fernando Montero responde, de alguna manera, a todas y cada una de estas definiciones sin asirse, sin embargo, a ninguna de ellas. Y es que en ese mar de lo cotidiano, que suele en su profundidad sumergirnos en los remolinos del olvido, Montero apunta sin temores ni pruritos a la conquista de la particularidad que se sostiene, en este punto, en la composición poética de la que se vale para reconstruir una historia que en su relación espacio-tiempo termina por atravesarnos de lado a lado de nuestra existencia, hasta envolvernos en los escalofríos de una realidad que vino a resquebrajar a la humanidad, al punto de lo inverosímil.

Son las coplas de Montero, en lo concreto, como precisos dardos direccionados a referenciarnos en la riojanidad que nos abarca, pero también a ubicarnos en un contexto tanto más amplio y que tiene que ver con el poder cruzar los límites de un territorio que va mucho más allá de lo que somos, aunque sin dejar de lado eso que somos, nuestra más profunda, arraigada identidad.

En mi ciudá de clima subtropical

hay corazones de piedra i témpano.

¡Tú comprensión derretirá angelical!

Ciudá de Todos los Santos, hermano.

Mi tierra suda má de calor

que, por el pudor moral, ¡haga favor!

Al bracero vamo en invierno tiritando

en verano con el pañuelo abanicando.

¿Pero qué queda de esa, nuestra identidad, cuando lo global arrasa con la fuerza de una pandemia y nos lleva a los confines de lo imprevisible? ¿Qué ocurre cuando la realidad supera violentamente todo lo que podemos imaginar?

Las coplas del inquieto y prolífico escritor riojano, en este punto, vienen a poner un halo de luz sobre la oscuridad de un tiempo que aún nos conmueve, sin permitirnos lograr alcanzar ese gesto de comprensión que nos habilite a terminar de entender todo lo que hay de inentendible en nuestra arrasada concepción de humanidad, atrapada en el barro, en la mugre, en el desasosiego y la mezquindad.

A través de su “cantar picaresco”, Montero va dando respuesta a muchas de las preguntas que todavía nos hacemos, pero no son esas respuestas una pretendida fórmula de superioridad, sino más bien un llamado de atención a partir del manejo desprejuiciado de la palabra que le abre las puertas a la concepción de un vocabulario que, al mismo tiempo, demanda al lector el introducirse de lleno en un universo en el que no puede ni debe permanecer inadvertido porque:

Inocentes, puros esperamos

que la pandemia trajera ternura

a la patria que deshumanizamos

i volvieron penas dei dictadura.

La manera en que Montero pone en evidencia ese período de tiempo en el que pudimos volver a dar valor real al hecho de poder respirar el aire libre (por aquello de que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde) no se queda, no obstante, en una mera descripción del horror de lo claustrofóbico colectivo, sino que amplifica la mirada caleidoscópica para tirar sobre la mesa y en crudo los vicios de una sociedad ya enferma, que agoniza entre las múltiples formas en que se puede dañar al prójimo sin que importe en lo más mínimo las consecuencias. E incluso un poco más: en nada se priva el escritor a la hora de sacudir la modorra del statu quo, o el ponerle nombre al diablo que mete la cola, “de joda en Quinta de Olivos”.

Así de amplio y de contundente es el espectro que adopta Montero en su decir, porque no se trata tan solo de decir. Se trata, por el contrario, de darle forma a los días, a las horas y a este “Chayadómetro de La Rioja” en el que conviven Quiroga, Peñaloza, Varela y los diaguitas aún atados de pies y manos frente a lo resquebrajado de la modernidad. No es un juego, por cierto, esta delicada composición en coplas, este conjunto de versos que se ajustan a una medida y ritmo determinados y constantes. No es un pasatiempo como podría serlo el armar un rompecabezas. Es, muy por el contrario, un compendio brutal y absoluto de lo que somos hoy, por no haber prestado debida atención y cuidado a lo que antes fuimos.

En el aula sabía má de Superman

i el Batman, que de un Héroe Patrio

poco San Martín, mucho ajeno titán

que del Libertador en telaraña i atrio.

“Diario de coplas en pandemia” expone, entre líneas, mucho más de lo que se puede leer. Ese entretejido de palabras no es solo la forma, sino por sobre todas las cosas el fondo. Lo que queda al desnudo, lo que sale a superficie y que muchas veces (la mayoría de las veces) no queremos ver. No por nada llegamos hasta aquí (pandemia), hasta este punto en el que Montero agiganta su proeza de escritor avezado y observador empedernido para dejar un testimonio que ponga en jaque al paso del tiempo, aun cuando no haga uso de lo “fechado”. No es necesario. Todo el tiempo puede caber en un único tiempo y, a partir de allí, estallar en mil pedazos para abarcarlo todo. Incluso hasta la misma nada en la que podemos convertirnos.

En la Era Digital, los seguidores

se dejan amaestrar por unos influencer

con domado ganado de consumidores

el individuo exterminado hasta vencer.

Comunidá reducida a res de corral

nuestro dialogo se ha perdiu, ¡la pucha!

tanto autovenderse en un virtual portal

diario egoísmo, hizo atrancá la escucha.

En carroza sobre ruedas, el Chayadómetro de Montero no se detiene. Muy por el contrario, es una invitación a subirse a esa nube de harina que nos envuelve, no sin antes poner blanco sobre negro que no se trata de un paseo simple y divertido, sino de la exposición cruda del otro costado, del lado que no vemos o que -lo que resulta más grave aún- no queremos ver.

El diario de Montero es una radiografía fiel de su captar exacto de lo real, de lo cierto, de lo verídico, muy por fuera de la parafernalia de los fuegos artificiales, de lo atractivo que puede resultarnos lo trivial. Capta para evitar que se nos fugue, para impedir que se nos pierda en el mar de lo cotidiano y para que, de alguna manera, retomemos el camino de la esencia, de las raíces que nos sostuvieron, porque él mismo se afianza en sus raíces para recordarnos que, a pesar de tantos espejitos y tantas luces de colores, no dejamos de ser “gauchos de una nación tragicómica”. Y a partir de allí, se reafirma en su sentir más profundo:

Que tu distanciamiento social

sea lejano del virus del desamor

fundando aquel paraíso terrenal

un zonda que acaricia de rumor.

Tengo incurable enfermedad

sueño la pandemia de una ternura

el estornudo abrazante de bondad

el contagio de la amistosa dulzura.

Montero pone de manifiesto en “Diario de coplas en pandemia (Chayadómetro de La Rioja)” -una vez más y como en cada uno de sus trabajos anteriores- la sucesión de los días. Desde su expresar, desde su exponer, nos capta, para que no nos fuguemos. Nos percibe y nos enharina de realidad.

Nos retorna a la parcialidad de nuestro idioma para recordarnos que hay una manera de ser que nos pertenece, pero también para invitarnos a recoger el guante de lo indispensable de lo humano que hemos extraviado. Es largo el viaje y está repleto de estancias intermedias de las buenas y de las no tan buenas. Pero también de compañías fundamentales que van quedando como mensajes indelebles en la piel. Por eso nos ofrenda, también, el vital y necesario recuerdo del inolvidable Martín Ptasik (foto de tapa). A modo de síntesis, tal vez, y como alimento para el alma.

Es que, en la conquista de lo particular, Montero se apodera también de lo diario. Escribe para que nos releamos y para que no nos perdamos en el mar de lo cotidiano.

EN CONTRATAPA

“TELAR DE PALABRAS ESTAS COPLAS

ESPOSADOS TRENZADOS DE RISAS I PENAS

ABRIGÁNDONOS DE VOCES, ¿TE ACOPLÁS?

TIEMPO YA DE DESVESTIRSE DE CADENAS.”

DESDE LOS PRIMEROS VERSOS DEL POEMA UNA VOZ SIN ROSTRO INVITA A LOS LECTORES A SUMERGIRSE EN SUS COPLAS Y A COMPARTIR SU DECIR. ES LA VOZ DE UN HOMBRE QUE PODRÍA SER CUALQUIER HOMBRE CONMOCIONADO ANTE LA PANDEMIA DE COVID 19. LA PROTESTA Y EL DESAHOGO ATRAVIESAN ESTOS VERSOS QUE NACEN BAJO EL SIGNO DEL DOLOR FRENTE A LA TRAGEDIA.

UN YO AFLIGIDO DESGRANA SU AÑORANZA POR LA VIDA HOGAREÑA DE UN PASADO VIVENCIADO COMO FELIZ Y, MÁS TODAVÍA, CON LA CONCIENCIA DE TENER QUE ACEPTAR Y ADAPTARSE RESIGNADAMENTE A UNA NUEVA REALIDAD. UNA REALIDAD DESGARRADA FRENTE A LAS MUERTES DE SERES QUERIDOS; LA SEPARACIÓN FAMILIAR; LA SOLEDAD; LA PÉRDIDA DE TRABAJOS.

LAS ESTROFAS DAN CUENTA ADEMÁS DE LA TRANSFORMACIÓN SUFRIDA POR LAS PERSONAS COMO CONSECUENCIA DE LAS MEDIDAS DE AISLAMIENTO TOMADAS POR EL GOBIERNO ANTE LA EXPANSIÓN DEL VIRUS. DE SUS ENOJOS. IRONÍAS Y SÁTIRAS POLÍTICAS, TAMBIÉN.

FERNANDO MONTERO INTERPELA A SUS LECTORES Y LES PROPONE ESTOS VERSOS QUE BIEN PODRÍAN RECITARSE CON EL ACOMPAÑAMIENTO DE LOS ACORDES DE UNA GUITARRA. SUS OYENTES PUEDEN SENTIRSE PLENAMENTE IDENTIFICADOS CON SUS MODOS DE EXPRESIÓN Y SUS REGISTROS QUE RECREAN CON HUMOR EL HABLAR POPULAR Y SE INSERTAN EN NUESTRA TRADICIÓN FOLCLÓRICA. LOS CAMBIOS, ALTERACIONES SINTÁCTICAS Y ORTOGRÁFICAS PROVOCADOS DELIBERADAMENTE LLEVAN A LA LENGUA A SU MÁXIMA POSIBILIDAD EXPRESIVA. LAS COMPARACIONES, METÁFORAS E IMÁGENES APORTAN UN EFICAZ LIRISMO Y UN MARCADO COLOR LOCAL.

CECILIA PAGANI

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