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Cultura Turismo

Mina "El oro": un socavón adormecido

El camino que lleva hacia la Mina "El oro", un rincön poco transitado, guarda aun la estructura fantasmal de un pequeño capítulo minero, descubierto por los dueños del tesoro que Famatina custodia, e incluso continua resguardando su riqueza dormida.

Por Sara González

El sabio Dr. Joaquín V. González, escribió en su libro Cien Poemas de Kabir. "(…) Un día la montaña nativa hablo por mí, yo transmití el mensaje del alma difusa de los seres muertos, y vivos que en ella tienen nidos y sepulcros, y entonces vi, conocí, sentí, que era místico. Alguien me llamo panteísta y yo le encontré razón… de un panteísmo natural y poético, inmanente en el espíritu saturado de su medio… y allí estoy en perpetua confesión y unísono con el alma de las cosas…"

En algunos páramos continúan guardadas a simple vista las interminables historias del oro; al adentrarse en los caminos montañosos, los valles plácidamente dormidos entre el silbido del viento, los rayos del sol, el encuentro de las aves en su vuelo rasante con los fantasmales espíritus diaguitas mineros, aquellos que entre pico, pala y socavones fueron dueños y  habitantes del corazón brillante y valioso que el preciado metal significo, dentro del Famatina. 

Chilecito es una privilegiada ciudad que se encuentra en una meseta entre el cordón montañoso del Velasco y el Famatina. Su potencial minero fue explorado y explotado desde las remotas épocas en las que los Diaguitas, pueblo originario de la Provincia, encontró su propio camino hacia las ambicionadas vetas de oro, plata, y otros minerales. Fueron ellos los primeros en dejar sus huellas entre sus áridos caminos. La historia tiene una particularidad, una vez ocurrida es posible leerla por quienes cuentan aquellos capítulos sin demasiados testigos. Sin embargo la minería en particular guarda la hazaña vívida, para recordar sus cicatrices eternas adentrándonos en aquellos socavones que hirieron la historia de un pueblo que supo su valor, más no existió la oportunidad de gozar privilegios por ello. Sus manos estaban agrietadas por el trabajo arduo e intenso, sus espíritus cansados y asfixiados, los cuerpos jóvenes por sus años, no obstante, desgastados por la exigencia. Fueron una condición normalizada en aquellos años de auge y gloria que atravesó la historia Riojana.

La Mina "El oro" se encuentra dormida, cual hada esperando ser despertada por turistas y amantes del trekking de montaña, a veces sonriente, en complicidad con la pachamama, y otras con la misma rabia del zonda que ruge entre quebradas y azota en los llanos; en ocasiones amable extiende sus brazos,  entre los rayos del sol, ella sabe cuándo y cómo abrir los caminos a sus visitantes, para regalar un momento de experiencia única con su pasado, en esta actualidad, a través de la historia.

Desde Chilecito se puede llegar hasta las Placetas, en camioneta con buena tracción, una vez anunciado el ingreso a esta zona de alta montaña, comienza un camino intenso y con dificultades varias, que pueden haber sufrido el cambio geográfico de la tierra, a causa del desgaste natural, el río y su lecho, que es un lugar por donde se debe adentrar en la caminata, obligatoriamente,  con lo cual su estado puede facilitar o limitar la travesía. La época del año tiene sus propias circunstancias climáticas, el frío, el viento, las lluvias, la nieve, el hielo que se forma sobre el agua y cubre las rocas. Un sinfín de factores naturales intervienen, por lo cual es preciso estar alerta.

Iniciada la caminata, el recorrido es de 4 kilómetros, y la altura en la que se encuentran las ruinas de la mina "El Oro", asciende a casi 3 mil metros. La exigencia física requerida para esta aventura es media, llegando a ser alta en varios recodos. El camino comienza amable, intercalándose con el río que puede crecer furiosamente, de color ocre, con una importante cantidad de minerales, sobre todo pirita, por ello su color, y es atravesado en algunos tramos, por vertientes que bajan pacífica y armoniosamente entre verdes valles, bañando aromáticas flores silvestres, y otras hiervas de fragancias deliciosas y  curativas bondades. 

Las ruinas del establecimiento que fuera un pequeño complejo minero en su momento, se pueden ver claramente desde una cuesta previa a llegar donde la mina "El oro" tuvo protagonismo. Lo primero que se puede visibilizar desde el río, es un enorme galpón de chapa, que funciono como centro de proceso y centrifugado del oro. El lugar contó en aquellos años con un hotel de dos plantas, una construcción sólida de piedras, y madera, hecha al mejor estilo lejano Oeste, cuentan los allegados a esta mina, que también existió un pequeño casino, incluso. 

La infraestructura de la usina todavía habla de la enorme fortaleza que habría sido en sus años de utilidad, las pequeñas construcciones que sirvieron de viviendas mineras, aunque se puede diferenciar en su completa estructura, a pesar de haber sido saqueado y bandalizado, permanecen de pie, custodiando tal vez, a sus fantasmales descubridores originales, Diaguitas intrépidos, bendecidos por la pachamama, a quien adoraban con devoción y expresaban su agradecimiento con ofrendas continuas. En la actualidad aun se conserva el religioso respeto de ofrendar apachetas, pirámides de piedras, grandes o pequeñas, esperando ser bienvenidos pidiendo permiso al internarse montaña adentro. 

La belleza que auspicia la travesía hacia la mina "El Oro" no tiene comparación, aunque sus seis minas hermanas tienen sus atractivos naturales, conformando un grupo de siete minas, que se encuentran en cierta cercanía unas con otras, todas ellas de alguna manera han sido exploradas, pero no todas cuentan con una llegada turística. Entre las que se pueden visitar, se hallan la mina Georgette; Rosario y La Peregrina. Las mismas geográficamente ubicadas en el cerro Negro. Superando los 3500 msnm. Se puede llegar con guía de Trekking o de montaña, dado el grado de dificultad y altura. 

Los Jesuitas se encargaron, a su llegada, no solo de darle infraestructura a las minas. Su especial interés estuvo en la "Mina El Oro", de donde la extracción fue muy valiosa y copiosa, la misma era extraída del país hacia Cusco, Perú, hasta que los Jesuitas fueron erradicados del país. Sin embargo y aun entonces enviaron mineros, de forma secreta, para cerrar y marcar muchos de los socavones que contenían el codiciado metal precioso. Claramente, guardaban la intención de volver más tarde, cuando los ánimos sociales de aquel entonces se apaciguaran.

Fue en aquel entonces que Facundo Quiroga reanudó la actividad minera, en el año 1830, este caudillo Riojano, un gran visionario, creador de la primera Casa de la Moneda en el País, actualmente Banco Nación, que permanece en la ciudad de Chilecito. Luego de su muerte, una empresa Francesa le da continuidad a la explotación, hasta el año 1964, en el cual fue abandonada definitivamente su explotación.

La riqueza minera de la que Chilecito hizo gala, marcó sin lugar a dudas un hito en la historia nacional,  aunque lamentablemente siendo dueños de una riqueza inimaginable, no tuvieron poder sobre sus yacimientos, ni sus pueblos originarios, gozaron de sus beneficios. Quedan en el eco de las quebradas escondidas, entre sus galerías y cuevas de piedras las historias, penurias y sobre todo el secreto del tesoro resguardado por los cerros del imponente y rico Famatina. 

La duración de la  caminata es aproximadamente de 5 a 6 horas, entre la llegada, el disfrute de la mina y el retorno, en las Placetas. Actualmente se encuentra en funcionamiento un complejo de montaña, que cuenta con servicio de hospedaje en caso de elegir pasar la noche, con excelente servicio gastronómico y un confort a prueba de exigencias turísticas. Lo recomendable es realizar una previa estadía en el lugar, para aclimatar el organismo y realizar la expedición con un guía de montaña, o guía de trekking.

Esta  experiencia directamente ligada a la naturaleza, y la satisfacción de llevarse un encuentro con la historia, lleva alos turistas amantes de travesías a descubrir con su rendimiento físico lo que significo ser minero.

Las montañas hablan un idioma distinto a todo lo que la naturaleza pueda manifestar, tienen el sonido de las alturas que sus picos usan para acariciar las nubes, la inmensidad que hace desaparecer en el ser humano todo atisbo de ego posible; ante su fuerza no existe nada que la detenga, y puede rugir con un alud, derrumbes o movimientos sísmicos que nacen de sus entrañas. Su inmortalidad, su imponente belleza, el contenido natural de su vegetación, el refugio seguro que le brinda a su fauna. Todo en ella es un complejo círculo perfecto y armonioso. No existe ser humano que interrumpa su paz sin su permiso, o que por el mal trato ejercido hacia ella no tenga consecuencias. Por ende es prioritario cuidar la montaña, y rendirle reverencia merecida, es una obligación con la propia naturaleza.

Hago eco en estas líneas de las palabras de Juan Bialet Masse, escritas en el año 1904. "(…) se extiende y se corre con la vista en diez segundos aquella grandiosidad, pero la personalidad se eleva y esfuma en la infinidad de aquellos indescriptibles cielos. (…) Necesitaba decir que había visto lo bello, lo grande y lo infinito…"

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