Escribe SILVIA BAREI
Vuelvo al país vasco con Gala. También con toda la familia que vive en Francia y Suecia. Vamos a Etxalar, tierra de los Berrueta. Caminamos por sus callecitas empedradas, nos paramos a ver cómo juegan al Jai alai, la pelota vasca a la que se pega con una cesta de mimbre, entramos a la antigua iglesia, nos sentamos en la plaza llena de flores ahora en verano. Yo les cuento historias de la familia vasca, historias que a mí me contaron, historias que yo sé por la Historia, y les digo que cuando estuve en Madrid presentando uno de mis libros, me dijeron burlonamente, que si era cierto que tenía cuatro apellidos vascos, podía pedir que en Euskadi me pusieran alfombra roja.
Por entonces yo creía que mis cuatro apellidos vascos eran Berrueta, Endara, Echeverría, Aguirre. Luego me dijeron que no eran cuatro sino al menos veinte. Y finalmente, el árbol genealógico rearmado por Alain, nos remontó al siglo XV y a unos sesenta apellidos vascos. Después de los Aguirre, vienen los Oscariz, Garmendia, Arburua, Miquelstorena, Iturria, Tellechea, Irigoyen, Sanzberro, Larregui, Baquedano, Iribarren... y en este nombre me detengo porque como nos recuerda Borges toda enumeración es inútil y potencialmente infinita.
Algunos apellidos se repiten en el tiempo. Imagino casamientos entre primos, entre tíos y sobrinas, entre hermano y hermana. Podría imaginar también historias terribles, historias románticas, historias de hambre y de supervivencia de esa gente rústica, amurallada entre estas montañas, en este paisaje que ahora parece haberse dulcificado sin ocultar sus bordes de antigua sangre.
"No hagas una patria/de las cicatrices" me recuerda Maria Negroni. Y sin embargo, no puedo imaginar cómo hizo ese último Berrueta para llegar a Buenos Aires con sus cicatrices, su mudez, su duro carácter de hombre de montaña, su lengua áspera parecida a ninguna lengua conocida. Cómo hizo para hacer borrón y cuenta nueva.
Cuánto resentimiento arrastraría, cuánto deseo de ser otro en otra tierra, cuánta agua había que poner de por medio. Y también cuánta agua habría pasado bajo el puente (me recuerdo el puentecito precioso por el que se cruza al pueblo).
Cómo hizo para dejar atrás el terrible peso de cargar en sus espaldas los sesenta apellidos vascos (tal vez le pareciera natural o tal vez no lo supiera) y la bárbara historia de un pueblo que nunca quiso ser España.
Gora Euskadi askatuta, dicen aún las pintadas en las paredes. Viva Euskadi libre.
LA AUTORA. Silvia Barei es escritora. Docente investigadora de la Universidad Nacional de Cordoba. Ex vicerrectora de dicha Casa de Altos Estudios.

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