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Opinión GUERRA

El fracaso de una invasión suicida

El peligro de la contaminación de las ideas para un Putin anticomunista y cerradamente conservador está detras el conflicto.
Rodolfo Oscar Enrique Gallo del Castillo

Por Rodolfo Oscar Enrique Gallo del Castillo

Yo sé que ahora vendrán caras extrañas

con su limosna de alivio a mi tormento.

Todo es mentira, mentira es el lamento.

Hoy está solo mi corazón”.

De `Sus ojos se cerraron’, por Carlos Gardel)

Hace poco más de diez meses, Vladimir Vladimirovich Putin decidió invadir a Ucrania con sus mejores 200.000 militares. Sus tropas de elite, incluidas sus fuerzas aerotransportadas, ingresaron por cuatro puntos diferentes: uno ubicado en Bielorrusia (su aliado natural para este propósito) y los otros tres desde territorio ruso.

Culminaron así, luego de casi un año de asedio con tropas apostadas sobre las fronteras ucranianas, serias diferencias entre ambos países en materia política, religiosa, económica y militar.

Había diferencias estructurales también: la Federación Rusa tiene más de 17 millones de kilómetros cuadrados de superficie (el país más extenso del planeta Tierra), mientras que Ucrania tiene 600.000 kilómetros cuadrados. Rusia, por su parte, tiene 144 millones de habitantes, en tanto que Ucrania tenía, hasta el 24 de febrero, unos 40 millones de ciudadanos. Ni hablar de la diferencia en cantidad de tanques, vehículos blindados, submarinos, fragatas, aviones, misiles y proyectiles crucero, incluidos algunos hipersónicos, por parte de Rusia. En cuanto a ojivas nucleares, la Federación Rusa cuenta con 6.700, incluidas las 5.000 bombas atómicas que le cedió Ucrania a Rusia, a partir de 1994.

Sin duda, la implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en 1991, fue uno de los hechos más traumáticos a los cuales asistió la Federación Rusa, por varios motivos. El principal de todos, porque la doctrina marxista-leninista encontró su límite absoluto. Cómo reconoció Gorbachov, se trataba de una teoría inviable en los hechos, por lo menos en el inmenso hinterland soviético, euroasiático, en realidad, porque Europa no es un continente en sí mismo, sino solamente la parte occidental de Eurasia, el continente más extenso de la Tierra.

La caída del Muro de Berlín, en 1989, fue un símbolo impresionante. Enormes fuerzas sociales, hasta ese momento sometidas a una ideología marxista asfixiante, encontraron la posibilidad de desarrollar sistemas políticos, económicos y sociales de corte liberal, con libertad de prensa, libertades políticas, elecciones libres y transparentes. El modelo liberal, en una palabra, contrapuesto al modelo comunista, marxista, leninista, trotskista, o cualquiera de estas combinaciones, que para nada son lo mismo.

Debe concederse, además, que la transición política registrada en la Federación Rusa durante los últimos treinta años tiene características muy particulares, como lo reflejan acabadamente la figura y las acciones políticas de Putin.

En primer lugar, se podría decir a esta altura que el régimen político construido en torno a su figura, e imperante desde hace más de veinte años en la Federación Rusa, es actualmente profundamente anticomunista y cerradamente conservador y nacionalista. Un conservadurismo de tipo religioso, además.

Se dice que su madre, cristiana ortodoxa perteneciente al Patriarcado de Moscú, lo bautizó en secreto cuando era muy pequeño (nació el 7 de octubre de 1952) y, desde hace mucho tiempo, es cristiano ortodoxo practicante. Sus ideas están en absoluta consonancia con las del actual Patriarca de Moscú, Cirilo I, su socio y compañero ideológico y espiritual.

Según muchísimos testimonios recogidos por sociólogos e investigadores, el paso de la ideología comunista al capitalismo fue absolutamente traumático para la sociedad rusa. Incertidumbre, hambre, miseria, desconcierto, bastante anomia, convirtieron a las reformas encaradas primero por Gorbachov y luego por Yeltsin en mala palabra. Los precios muy bajos del petróleo durante esa década, además, conspiraron contra la economía rusa, muy dependiente, hasta hoy, de su producción de hidrocarburos. Por eso, algunos estudiosos han encontrado si, muchos contenidos nacionalistas, tipo la grandeza de los imperios zaristas, pero con muy pocos votos actualmente para la democracia tal como se entiende en los países de Europa y algunos de América.

Por lo tanto, no pueden llamar demasiado la atención los rasgos políticos muy autoritarios del régimen político representado por Putin. Mientras este dirigente ordenaba la economía, modernizaba las fuerzas armadas rusas (a partir del 2008) y anexaba la península de Crimea y Sebastopol (2014) nadie cuestionaba demasiado sus excesos.

Su popularidad llegó a tocar en el 2020 el 85 por ciento de aceptación social. Putin encarna un capitalismo de amigos, pero no una economía de mercado, para nada. Su enorme industria militar, por ejemplo, muestra una organización extremadamente burocrática, con poquísima competencia interna, por no decir ninguna, lo cual la acerca hacia parámetros de ineficiencia.

Por ejemplo, la empresa militar rusa Rostec factura algo más de 25 mil millones de dólares y cuenta con unos 530.000 empleados, mientras que la norteamericana Lockeed tiene la quinta parte de puestos de trabajo (105.000 operarios) pero factura 53.700 millones de dólares.

De todas maneras, la industria militar rusa era, hasta febrero de este año, la segunda más importante del mundo, detrás solamente de la yanqui, y adelante de la china. Da trabajo a dos millones de empleados, el 20 por ciento de todos los puestos industriales de Rusia.

Las homilías de Cirilo I son suficientemente ilustrativas sobre su inquina a los países liberales de Occidente. Tanto el Patriarca, como Putin y muchísimos miembros de la élite política y social rusa, acusan a los países atlantistas, como los llaman, de ser portadores de una decadencia moral insoportable para las pautas de este país eslavo.

Hace pocos días, la Duma, el órgano legislativo de la Federación Rusa, prohibió, por ley, todo tipo de alusión a la homosexualidad, o a la identidad sexual distinta a la de hombre y mujer heterosexual, o cualquier alusión a colectivos de esa naturaleza.

Es una ideología homofóbica ya existente en la Unión Soviética en épocas de Stalin, cuando se quería hacer un hombre nuevo socialista, fuerte física y mentalmente. Esa ideología fue exportada a Cuba en los primeros tiempos de la Revolución de los Castro, le tocó al Che Guevara ser el director del Primer Campo de Concentración para Homosexuales de Cuba.

En la Federación Rusa actual ya no hay esos campos de concentración, pero si está muy castigada cualquier exhibición de tipo homosexual, incluso en las artes.

Ese fue el gran escollo contra Georgia primero y contra Ucrania después: su intención de entrar, aunque sea de rondón, en la Unión Europea. Para estas elites rusas (incluidos chechenos, ya que estamos) existe el peligro de la contaminación de las ideas y costumbres de países decadentes o, en términos religiosos, directamente satánicos.

Por eso el Patriarca Cirilo I promete la ascensión directa al Cielo a cuantos combaten contra los ucranianos, y acusa de “satánicos’’ a todos los seguidores de la bandera celeste y amarilla.

Lo única que le falta decir a Putin, en vista de sus terribles fracasos en los campos de batalla ucranianos, es la famosa cuarteta vigente en los tiempos del Siglo de Oro Español, mencionada también por el gran Cervantes: “Vinieron los sarracenos/ y nos molieron a palos, / que siempre ganan los malos/ cuando son más que los buenos”.

Para una ideología de corte zarista como la imperante en la Federación Rusa, una Ucrania independiente, libre y soberana y encima con simpatías por la Unión Europea y la OTAN era algo absolutamente intolerable, porque conmovía y atentaba contra todo su sistema de valores políticos, económicos, institucionales y hasta religiosos.

Todo comenzó a entrar en agua de borrajas a partir de 2014, con el llamado Euromaidán, las protestas ucranianas en Kiev contra las presiones rusas que impedían la firma de un convenio comercial con la Unión Europea, Fue depuesto el presidente ucraniano dócil a las presiones de Putin, y elegido otro más independiente. La suerte estaba echada.

Una de las mejores formas de juzgar la victoria o la derrota en una guerra consiste en comparar los resultados obtenidos con los que se pensaba obtener. Por ejemplo, si San Martín formó un Ejército de los Andes para cruzar la Cordillera de los Andes, vencer a los realistas en Chile, embarcarse hacia las costas del Perú y entrar vencedor en Lima es evidente que sus esfuerzos fueron coronados por la victoria.­

En cambio, si Napoleón envió sus mejores tropas para conquistar San Petersburgo y Moscú, no logró ni lo uno ni lo otro y volvió con sus tropas diezmadas, es evidente que obtuvo una tremenda derrota.

Veamos que le pasó a Putin y su Estado Mayor. Inició una guerra contra Ucrania para: a) Desnazificar al gobierno de Kiev; b) Desmilitarizar al país invadido; c) mantener a Ucrania lejos de la Unión Europea y de la OTAN. Hay también otro objetivo implícito: d) Marcarle la cancha a la OTAN para que no se acerque a los límites geográficos de la Federación Rusa.

El primer objetivo era una entelequia porque no había ningún gobierno nazi en el poder en Ucrania. Era una mera argucia verbal para tirar por la borda el gobierno elegido en las urnas ucranianas y reemplazarlo por un gobierno títere a las órdenes de Rusia. Objetivo no logrado, en absoluto. Por lo contrario, convirtió a Volodimir Zelenski en un referente internacional de los pueblos libres.

El segundo objetivo resultó un tiro por la culata de padre y señor mío. Nunca en su historia reciente Ucrania estuvo tan militarizada. Actualmente tiene por lo menos medio millón de combatientes en los distintos frentes abiertos en el país. Y la tendencia es creciente, en la medida en que reciba más tanques, blindados, piezas de artillería, drones, cohetes, misiles, municiones, uniformes y equipos de combate. Objetivo no cumplido. Condición de primera clase para explicar la sucesión de derrotas sufridas por el Ejército ruso en los distintos frentes de batalla, ya sea Kiev, Jarkov, Jerson, Lyman, y tantos otros. Derrota tras derrota.

En cuanto al tercer objetivo, el de mantener a Ucrania lejos de la OTAN, ahora la Federación Rusa está luchando directamente contra la OTAN, por lo menos en lo que se refiere a equipos de combate, doctrina e inteligencia militar. Más cercanía con la OTAN, imposible. Derrota inapelable en ese sentido.

Y en lo que respecta al cuarto objetivo, aunque no haya sido explícito: el de marcarle la cancha a la OTAN, el fracaso de Putin en esa materia ya es directamente monstruoso. El ingreso a la OTAN de Suecia y de Finlandia, proyectado para el año actual, convierte al Mar Báltico en un Mare Nostrum para las potencias escandinavas. De los casi 9.000 kilómetros del perímetro costero de ese mar, solamente 400 kilómetros quedan bajo jurisdicción de Rusia.

Hay un fenómeno muy curioso en esta guerra de Ucrania. Los soldados rusos no tienen en claro, para nada, las motivaciones de su presencia en el frente ucraniano. La desnazificación les resulta una entelequia, porque no ven nazis por ningún lado, ven solamente ucranianos, de manera que la explicación oficial resulta un galimatías. Pero, por contrario sensu, los ucranianos saben exactamente lo que no quieren, con toda la fuerza de su alma: no quieren ser rusos. Esto ya no es una grieta, es un total y profundo abismo.

La destrucción de sus hogares, escuelas, puentes, centrales eléctricas, campos cultivados, campos cultivados, viñedos, museos, iglesias, rutas, puertos, vidas humanas torturadas, violadas, muertas en campos, rutas y fosas comunes son los mudos testigos de este nuevo odio al antiguo Abel convertido en Caín.

Por eso Putin perdió está guerra. No importa cuánto territorio podrá rapiñar a Ucrania. El alma ucraniana, también eslava, la perdió para siempre.

GUERRA RUSIA

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