Frente a ello, el gobernador porteño Manuel Vicente Maza envió a mediar al general Facundo Quiroga. Tras hacer oidos sordos a los avisos que aseguraban que querían matarlo, a mitad de camino se entera que la guerra había terminado. El 16 de febrero de 1835, una partida emboscó su carruaje en Barranca Yaco, en el norte de Córdoba, y al asomarse Quiroga por la ventana recibió un tiro en un ojo. Tras ello, su cuerpo fue luego tajeado y lanceado, y todos los demás miembros de la comitiva fueron asesinados también.
El jefe de la partida fue el capitán Santos Pérez, hombre de confianza de los hermanos Reinafé, dueños y señores de la provincia de Córdoba. También se sabe que Juan Manuel de Rosas, con el acuerdo de Ibarra y López, ordenó la detención de Santos Pérez, tres de los hermanos Reinafé y de los principales integrantes del asesinato.
Después de veinte meses de juicio, Santos Pérez y dos de los hermanos Reinafé fueron fusilados en Plaza de la Victoria. Otro de los hermanos murió en la cárcel y el único que escapó se ahogó dos años después en el río Carcarañá. En resumen, los principales responsables del crimen pagaron con sus vidas, los Reinafé desparecieron del escenario político de Córdoba, y Rosas logró, gracias al sacrificio de Quiroga, las facultades extraordinarias y la suma del poder público.
El cuerpo de Quiroga fue inhumado en la Catedral de Córdoba. Se lo trasladó en 1946 a la bóveda de los Quiroga en Recoleta.
El Tigre de los Llanos
Su propio enemigo, Domingo Faustino Sarmiento fue el que echó a andar la leyenda del origen de su apodo. Dicen que en una oportunidad, Quiroga fue perseguido por un yaguareté (tigre verdadero en guaraní), debió treparse a un árbol, fue ayudado por unos paisanos y terminó matando al animal. De ahí el "Tigre de los llanos". Su leyenda había comenzado en el pueblito riojano donde había nacido, San Antonio, el 27 de noviembre de 1788. Se casó con Dolores Fernández Cabeza, con quien tuvo cinco hijos.
Su valor y liderazgo fueron sus armas principales para convertirse en el caudillo indiscutido de los riojanos. Combatió en las guerras de la independencia.
Se involucró en las luchas intestinas que desangraron a nuestro país por tantos años. Pelearía en el bando federal y su valentía e inteligencia en el campo de batalla encontraría su talón de Aquiles en el general unitario José María Paz. Lo derrotaría en los combates de La Tablada primero, en 1829 y Oncativo al año siguiente.
Luego de sus derrotas, se recluyó en la ciudad de Buenos Aires, donde Juan Manuel de Rosas lo recibió con los brazos abiertos, aunque pronto comenzaron a discrepar: el riojano era partidario de tener una constitución y de llegar a una organización nacional lo antes posible, y Rosas, no. Sin embargo, nunca dejaron de tener una relación amistosa.
Participaría en la campaña al desierto de 1833. Para entonces, ya tenía demasiados enemigos. Los principales eran los hermanos Reinafé, amos y señores de Córdoba. El drama no demoraría en desencadenarse. Y así, ese 16 de febrero en Barraca Yaco, su nombre pasaría a la inmortalidad.
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