Jean François Ganevat es el revolucionario enólogo culpable de que cada mañana nuestro estimado Mozart emocione los viñedos de Rotalier en la región del Jura Francia. Allá a los lejos en horarios donde la gente se encuentra “despierta”, un equipo de sonido con parlantes diseminados entre sus viñedos acarician las 6 hectáreas que fueron rescatadas de generación en generación desde 1650. La consigna entre muchas otras es alejar las plagas con música clásica, ya que allí se le da vida a un ecosistema de vides orgánicas que luego se convierten en vinos naturales - biodinámicos.
Acompañan a esta artesanal terapia musical, caballos de tiro que besan las cicatrices de la tierra. Las máquinas y tractores no están permitidas en esta zona, la tierra debe ser cuidada, ¿o nos olvidamos que también escucha y es perceptible? Respetado por su compromiso, este labrador y empresario francés con su mirada idealista, desparrama el halo de romanticismo necesario para crear una obra de arte. Amar la vida también es querer un terreno sin fertilizantes con el equilibrio necesario para que el suelo y la atmósfera puedan respirar.
En el documental que le hizo la televisión francesa cada uno de sus dichos suenan a poesía “Los propósitos primarios son trascendentes. Estamos acá para hacer crecer vida en cada espacio, no para generar cicatrices en la tierra”. Enfrascados en torpes omisiones, nos vamos olvidando incluso de lo que decía Jorge Newbery “volar es la experiencia más intensa que un humano puede vivir”, pues acá vuelan acordes en el aire, los propicios para crear el medioambiente justo de transformación para la procreación de un producto sano, nutritivo. Hoy el sueño sería poder tirar un teléfono y seguir viviendo sin él.
Estamos condenados a querernos, no somos nada sin el otro, sin la naturaleza, sin cada ser vivo que habita esta gran casa. Pensar en el placer articulado al «sentido». Lo rico y constructivo de una idea que genere una pentagrama de notas sostenidas en el tiempo. En este caso Jean François junto a sus hermana supieron capitalizar creativamente la pérdida que tuvieron de sus antecesores, cuando tuvieron que vender la mayoría de sus tierras.
Las experiencias duras se superan con un deseo creativo, ese que genera serotonina, la sustancia del sentido. Porque el placer solo en lo efímero —sin continuidad real sin trama— no nos lleva a ningún lado.
Y como sabemos, todo en esta narrativa, en este gran lenguaje que somos —es contagioso—, crece. Eso es cultura: a tal punto que la idea de crear un nuevo escenario hizo que toda la zona del Jura pasará a producir ese producto que hace bien, nada más y nada menos. Por ello de todas las coordenadas del mundo se acercan para colaborar y crear el oriundo sentido de pertenencia, porque cuando uno sabe que pertenece a la “reconstrucción” de un pedazo del mundo, se le ensancha el cuerpo y el alma.
Dice Bertolt Brecht: Nuestro teatro debe suscitar deseo de conocer y organizar el placer que se experimenta al cambiar la realidad, nuestros espectadores deben no solo aprender como se libera a Prometeo encadenado, sino también prepararse para el placer que se siente liberándonos. Como sociedad, siendo capaces de producir estereotipos, colmos de artificios, que consumimos inmediatamente como sentidos innatos dice Barthes. Debemos ser capaces de crear otros más profundos, menos frívolos, que den respuestas a la prosperidad y la satisfacción del bien común.
Un detalle maravilloso quizá sea preguntarnos como dice Daniel Antar: ¿qué no es la felicidad?. Hay algo más allá de conseguir el placer y evitar el dolor. Y eso es el propósito de construir algo con sabor, sonido, color, forma, entrega, audacia. Freud originalmente usó el título de la “La Infelicidad en la cultura”, sus editores lo cambiaron por el "El Malestar en la cultura", quizá porque en ese entonces la palabra felicidad era para el psicoanálisis una mala palabra. Aunque las finalidades aparentes son mucho más que ello, generalmente encontrar esa felicidad es bastante más simple de lo que nos hacen creer. Está en el aire, solo hay que saber aspirarla y animarse a denominarla como tal.
LA AUTORA
MARÍA DEL PILAR CARABÚS. ABOGADA, ESCRITORA, COMUNICADORA, MBA “ESPECIALISTA EN DERECHO CONSTITUCIONAL Y DERECHOS HUMANOS” (MINORÍAS Y GRUPOS VULNERABLES) UNIVERSIDAD DE BOLONIA, ITALIA.