¿Cuán dañado tiene que estar nuestro entramado social para que un icono del hip hop americano sea parte de las más atroces violaciones y sometimientos sexuales con todo un entorno público haciendo silencio durante décadas?
¿Qué desesperada tiene que estar una sociedad para recibir y enviar misiles constantemente con la facilidad de una producción cinematográfica?
¿Qué tan sodomizados tenemos que estar para seguir dependiendo de creaciones religiosas?
La represión va haciendo estragos con su ímpetu devorador, el deseo es demasiado revolucionario para brillar en cada rincón. El juego de lo prohibido es compulsivamente ejecutado- nunca pierde encanto para quiénes construyen la maquinaria social.
Quizá como dice Gilles Delleuze y Félix Guattari, no sabemos distinguir entre lo revolucionario del deseo y la “fiesta”, o mejor dicho: ninguna sociedad puede soportar una posición de deseo verdadero, sin que sus estructuras de explotación, avasallamiento y jerarquía no se vean comprometidas.
Cada vez que el mundo empieza a tener un color de paz se siente tan amenazado por la calma, que necesita reprimir ese éxtasis.
A lo largo del tiempo vamos experimentando como contrapunto el placer de la guerra.
Deleuze y Guattari en su obra el “El Anti Edipo” reimprimen la idea de que: «el deseo no amenaza a una sociedad porque sea deseo de acostarse con su madre» sino porque -desear es revolucionario-. Activados los mecanismos para repeler el deseo, la represión es tal, que esa represión social se vuelve deseada. Allí aparece la crueldad visiblemente expuesta. Hoy directamente a modo de documental informativo.
Nadie parece hablar del fondo de ello, es mejor hablar de cantidad de muertos, hacer libros, películas, campañas...antes que tratar de dilucidar su porqué.
El título de esta columna es la esperanza de un filósofo con otro filósofo-psicoanalista que en su crítica constructiva nos dicen que el “Inconciente es huérfano, se engendra a sí mismo en la identidad de la naturaleza y el hombre, del mundo y el hombre”, esa es nuestra esperanza para reconstruir a la cultura.
El psicoanálisis cuando introduce su denominada carencia aplasta toda producción deseante, y allí aparece el círculo de la transgresión.
Hoy estamos rodeados de transgresiones, naturalizadas por toda clase de instituciones, gobiernos y asociaciones. Ellos saben que “no hay deseo sin ley” (Deleuze y Guattari).
Observemos las eternas relaciones anacrónicas de cuando la religión deviene institución y se impone. Claramente en este momento de caos no necesitamos “verdad” sino acuerdo como dice Vattimo.
Sometidos al aparato burgués nos hemos vuelto incompetentes, asexuados. Las metáforas son tantas que no llegamos a tomar conciencia de ello.
En un medioambiente con recursos naturales escasos, tomado únicamente desde el punto de vista económico, devenimos sus habitantes en capital humano, mirados en un rol de alfiles utilitarios. Así las políticas no están pensadas para un bienestar colectivo, sino en términos de plusvalía.
Desde la sociología el fin de las ideologías se ve reflejado en la falta de consenso de las sociedades sobre ¿cómo apropiarse de las rentas?. El mismo mercado no puede dar solución desde el punto de vista social, político y religioso.
La legitimación de los originales y fundacionales valores del capitalismo hoy no logra acomodarse de manera orgánica en el orden social productivo, porque el mismo está completamente alejado de lo que supo ser.
Es decir la violencia se origina a partir de la no legitimación cultural de estas apropiaciones, cuya intromisión no pertenece a su origen.
En un vale todo cualquiera puede apropiarse de nuestra renta ambiental. Lo vemos diariamente.
Lo interesante es analizar el adoctrinamiento de las poblaciones que vegetan entre las decisiones de otros, padeciendo muchas veces, otras tomando la bandera de una narrativa creada sobre pilares de falsas e inexistentes verdades.
Tenemos el mismo nivel de inocencia que cuando leíamos de niños “Caperucita Roja”, aunque quizá abrumados por tanto que solucionar, muchas veces nos dejamos llevar por un absurdo manual.
Ante nuestra propia pasividad de no poder tener ni siquiera una vida psicosexual medianamente plena, nos entregamos a cualquier mandato que aparezca en el aire.
La antropología política debería rescatarnos con sus invisibles estructuras para reconocer y rescatar a un otro, a través de un proceso intelectual, emocional y ético. Una vez reconocidos como otros, podemos empezar a hablar seriamente de una perspectiva de futuro como seres pertenecientes.
Hoy nada es signo de esfuerzo, sino de caos. Estamos viviendo en una especie de anarquía tecnológica- social, donde imposibilitados de manejarla, perdemos perspectiva de futuro.
Rotas todas las cadenas de certidumbre, estamos en un proceso de reinvención en el que sobrevivirán quiénes más adormecidos estén para seguir en la corrientes, o quién logre desarrollar la suficiente valentía para vivir por fuera del sistema. Podríamos llamarlos outsiders intelectuales - emocionales.
El que decida seguir su deseo acabará por SER, el que no, morirá ahogado en la creciente de una sociedad global muerta por su propia intención de daño.
Los que estamos debajo de ese poder todavía tenemos herramientas para escapar de tanta destrucción, somos los únicos que seguimos brillando con nuestros ideales aplastados, pero vivos al fin.
Inocencia: bendita maquina deseante.
LA AUTORA
MARÍA DEL PILAR CARABÚS. ABOGADA, ESCRITORA, COMUNICADORA, MBA “ESPECIALISTA EN DERECHO CONSTITUCIONAL Y DERECHOS HUMANOS” (MINORÍAS Y GRUPOS VULNERABLES) UNIVERSIDAD DE BOLONIA, ITALIA.