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Cuando uno pisa suelo en una gran ciudad, inmediatamente los sentidos se ponen en alerta, a veces en una especie de calma, otras en formato de guerra silenciosa.
Dos posturas disímiles que según pasan los años relucen más o menos.
Es por ello que el movimiento nos sacude, Londres lo hace con sus estructuras dentro de su exuberante riqueza.
Las piezas son difíciles de acomodar en general a lo largo de nuestra vida, y en esta gran capital los desencuentros son visibilizados como el hambre en África.
Una guerra silenciosa de sufrimientos y civilizaciones que no encajan por sus propias historias de vida «grita» en las calles, los cafés, los hoteles, y hasta en el escenario de la máxima casa de Ballet y Ópera de Covent Garden: “Royal Ópera House”.
El cinismo propio de la cultura se entremezcla con la no resolución de conflictos, convirtiéndose la rutina en agresión constante.
Las campanas desconectadas unas de otras, un ojo observador que ve a lo diferente como enemigo, un falsa amabilidad que en su bumeran causa rechazo.
Tanta frustración junta asusta, la perfección estética juega como un espejo inaccesible para casi todos.
El desdoblamiento se materializa en cada rincón, una muchedumbre convive allí queriendo salir de sus imposibilidades de origen para lograr algo que en el camino muere como identidad, consiguiendo finalmente una prosperidad invisible a los sentidos, solo palpable a lo material.
Tanto conflicto genera un choque constante que desconecta cualquier posibilidad real de comunión civilizatoria. Estamos en problemas, no existe un interlocutor.
Jünger nos dice que: la excitación de la vigilia, la imposibilidad de sueño ante la guardia constante, posibilita una vida “más enérgica”, la del soldado frente al burgués.
Indudablemente la radiografía existencial de esta gran ciudad -sino la más bella del mundo- deviene en la perfecta trinchera capaz de mostrarnos cómo nuestro espíritu se cae a pedazos.
Tras la fallida república de Weimer, período entre 1918 y 1933, aparece la figura de “el trabajador”, “el hombre forjado a martillo”, un híbrido entre el soldado y el héroe.
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En la trinchera el uniforme se convierte en un equipamiento bélico que lo protege del dolor nos dice Jünger.
La más honda felicidad del ser humano consiste en ser sacrificado y el arte supremo de mandar consiste en señalar metas que sean dignas del sacrificio.
Para el trabajador es imperioso sacarse de encima el viejo prototipo de la burguesía y querer ser una figura dentro de las otras figuras. Ese cambio siempre es subversivo. El combate es la justificación para apropiarse de ese Estado.
Lo interesante es ver como Londres en su maquinaria se «autoseduce» como dice el antropólogo Zulaika en “Crónicas de una seducción”, obra que explica el fenómeno de construcción del Museo de Bilbao - Guggenheim, atrayendo turismo y capitalismo, pero no cultura ni identidad. Perdiendo así «la simbiosis con la naturaleza».
Vemos que hoy todo está sometido al sacrificio económico.
La maravillosa metáfora de Blanca Urgell sobre el Museo Guggenheim hablando del proyecto como un «Starbucks muy Caro». Diciendo que “estos sacrificios económicos reflejan una preocupante falta de imaginación por parte de las instituciones para revitalizar un lugar que es de por sí maravilloso, y también, tal vez, una falta de interés real por la Cultura, que es la que se siembra, no la que se compra”.
Estas postales hoy son simples imágenes superpuestas arriba de la original, dibujadas para vender irrealidades y cultura.
Entre el placer y el displacer constante, conviviendo en lo ilusorio, las alucinaciones terminan convirtiéndose en realidad.
Por ello la sensación es la de estar en una botella llena de lujo casi ahogados en el agua de la misma.
No logramos darnos cuenta que la decisión de quitarnos nuestra esencia para traer el negocio de la globalización, construye más situaciones de choque, fagocitación, sumisión y despersonalización. Más de lo mismo desde hace siglos, pero con la consigna de hacer de ello una religión universal.
Unir la pluralidad en un mismo acervo con sentido de bienestar consensuado es un gran desafío. Para ello se necesita construir una red de contención que acuerde alojar a varias culturas con un propósito dignificante a construir -aportando sus diversas raíces-.
Claramente no funciona el apropiarse de la identidad de un otro para su adaptación.
Sucede que parece que desde los Estados las políticas van desapareciendo para darle lugar solo al desarrollo económico.
Si no logramos diseñar puntos en común, en los próximos años los choques se acentuarán y el descontento se convertirá en una eterna guerra silenciosa por el pan.
LA AUTORA
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MARÍA DEL PILAR CARABÚS. ABOGADA, ESCRITORA, COMUNICADORA, MBA “ESPECIALISTA EN DERECHO CONSTITUCIONAL Y DERECHOS HUMANOS” (MINORÍAS Y GRUPOS VULNERABLES) UNIVERSIDAD DE BOLONIA, ITALIA.
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