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1591 Cultura + Espectáculos LA MIRADA SOBRE EL MUNDO

¿Qué hacemos cuando lo especial deja de ser especial?

El verdadero arte del cual a veces (algo distraídos) olvidamos, es el que “nos emociona, nos conmueve”, nos impulsa a crear nuevas asociaciones. Hoy devenido en su gran mayoría en mero entretenimiento preso del marketing de la atención compulsiva, no deja rastros.
María del Pilar Carabús

Por María del Pilar Carabús

Hace 5700 millones de años la Corriente estelar de la galaxia enana de Sagitario colisionaba contra el disco de estrellas de la Vía Láctea produciendo un paraíso de gas y polvo. Dicha agitación creaba ondas intergalácticas (similares a las ondas de agua) dando origen al sistema solar que posteriormente hizo de la tierra un lugar habitable.

Nuestra historia fue creada por la ley de las estrellas. Se estima que su fin será materializado el día en que la última estrella enana roja se extinga. En la era de las estrellas aprendemos y crecemos como pequeñas chispas en un universo de fuegos artificiales en cámara lenta.

En constante interacción estos diamantes estelares cuando se quedan sin combustible para quemar colapsan sobre sí mismos, expulsando material hasta convertirse en estrellas enanas blancas. Tienen el tamaño aproximado de la masa del sol y de la tierra, con la cualidad de resistir a la implacable atracción de la gravedad...

Es imposible abstraerse ante este fenómeno de extinción a través del tiempo, que en 4500 millones de años llevará según dicen a qué otra galaxia enana llamada Andrómeda termine con este proceso de vida en la tierra. Ante tamaña circunstancia —acá en nuestro mundano paso— con un bello cuerpo cuya vida también depende de un escaso alimento llamado energía nos preguntamos:

¿Qué hacemos cuando lo especial deja de ser especial? ¿A qué acudimos cuando la energía desaparece entre tanta batalla?

Quizá Luis Spinetta en el “Anillo del Capitán Beto” pueda ayudarnos a reflexionar:

Ahí va el Capitán Beto por el espacio

Con su nave de fibra hecha en Haedo

Ayer colectivero

Hoy amo entre los amos del aire

Ya lleva quince años en su periplo

Su equipo es tan precario como su destino

Sin embargo, un anillo extraño

Ahuyenta sus peligros en el cosmos…

Su anillo lo inmuniza de los peligros

Pero no lo protege de la tristeza

Surcando la galaxia del hombre

Ahí va el Capitán Beto, el errante (Uh uh uh)…

¿Dónde habrá una ciudad en la

Que alguien silbe un tango?

¿Dónde están, dónde están?

¿Los camiones de basura, mi vieja y el café?

Si esto sigue así como así

Ni una triste sombra quedará

Ni una triste sombra quedará

Ahí va el Capitán Beto por el espacio

Regando los malvones de su cabina

Sin brújula y sin radio

Jamás podrá volver a la tierra

Tardaron muchos años hasta encontrarlo

El anillo de Beto llevaba inscripto

Un signo del alma.

Sin embargo parece que en este momento la luz de un mensaje con algo de materia existencial no llega a nosotros, esa imagen está reservada para las estrellas. El nuevo sonido global de la despersonalización y la pérdida de contacto verdadero con el otro y con la vida. nos está matando.

Rescatemos a Schlegel, romántico Alemán autor de Lucinde:

“En general, asi´ como todo aislamiento absoluto agosta y conduce a la auto-aniquilación, no hay aislamiento más insensato que arrinconar y limitar la vida misma como si fuera un oficio vulgar, ya que la verdadera esencia de la vida humana reside en la totalidad, la plenitud y la libre actividad de todas sus potencias. (SF, 1995, p. 81).

Ninguno de nosotros puede llegar a hacer de si´ mismo un hombre cabal en relación con hombres vulgares ni con un conjunto de experiencias de vida reducidas.

Y lo mismo que ocurre con los individuos sucede con la masa. Se alimentan, se casan, engendran hijos, envejecen y dejan hijos tras si´ que viven otra vez de la misma manera y que, a su vez dejan hijos tras si´, y asi´ eternamente (SF, 1995, p. 80)”. Hoy parece ser que ya nada es especial, sino reductible. Dinamitaron nuestra humanidad.

Pasamos de la transgresión intelectual, a la pérdida de conciencia sobre la importancia de la convivencia, no como seres materiales —sino como seres emocionales—.

El verdadero arte del cual a veces (algo distraídos) olvidamos, es el que “nos emociona, nos conmueve”, nos impulsa a crear nuevas asociaciones. Hoy devenido en su gran mayoría en mero entretenimiento preso del marketing de la atención compulsiva, no deja rastros.

Nuestro indispensable combustible, el de las emociones, es tragado por la inmaterial fugacidad de una imagen sin cuerpo.

Lo seguro es que sin libertad es imposible que podamos ofrecerle algo al otro, y aunque no nos demos cuenta estamos completamente presos de un reduccionismo empobrecedor – aterrador.

El mundo en manos de un par de abstracciones que dirigen una orquesta de gélidos y asexuados títeres –nosotros –.

Nuestros líderes lejos de amar el cargo que representan, por ende incapaces de propiciar “fraternidad”, responden a los intereses económicos de un núcleo invisible o sin nombre. Al menos en viejos tiempos el enemigo contaba con una cara y denominación, ¡a alguien le podíamos reclamar!.

Así como la galaxia de Sagitario colisionó con la vía láctea y se fusionó en tres ocasiones (5700-1900-1000), nuestra cultura debiera empezar nuevamente a ejercitar esa fusión sin perder su identidad, la riqueza no está en ejercer un liderazgo de hostilidad narcisista, sino en amar las diferencias para apaciguar esa hostilidad.

El estado, las leyes, la moneda, la moral, el idioma, la religión, el estudio, el trabajo, el amor son fenómenos sociales. Nuestra forma de amar es propia de nuestra sociedad.

Por eso como burgueses no debe escapársenos la pregunta sobre el sentido de nuestra existencia.

Ser oponentes parece ser la tarea perfecta para abandonar el análisis en profundidad.

La pérdida de frecuencia, los impulsos autodestructivos desentonan con cualquier intento de vinculación plena, propia de un ser con verdadera libertad, sin prejuicio.

Hoy la maravillosa frase de Nietzsche parece haber perdido vigencia.

“Cuando un pueblo rebaja el nivel de su espíritu, hay otro pueblo que se hace más profundo”.

Toda interacción se crea en la superficie sin siquiera entender sobre la importancia del tiempo como proceso transformador.

Podríamos hablar de valores, pero creo que hoy son malas palabras teñidas de enfrentamientos.

El reduccionismo también ha llegado a ellos, ya casi no existen.

En tiempos de disvalores ser educado al menos con la elegancia de las formas es demodé, ni que hablar del cultivarse. A ningún líder parece importarle su imagen más que por el solo hecho de permanecer allí. La triste Inercia de la nada.

Lo interesante es que parece ser que aún quedan, quedamos si queremos incluirnos, unos pocos con algo más de libido, de pulsión constructiva, con la fuerza para crear nuevos ecosistemas fuera de la barbarie de una inexistente civilización.

Calidad, investigación e innovación las viejas virtudes Alemanas, el fomento del conocimiento.

¿Se acuerdan?. Bauhaus como filosofía.

Si logramos pararnos por un tiempo con el revelador título de “nos retratamos en momentos de crisis”, quizá podamos analizar nuestras identificaciones y enamoramientos para entender que “el amor es el único capaz de ponerle límite al narcisismo”.

Como decía Freud el amor ha sido capaz de transformar el egoísmo en altruismo.

La importancia de los vínculos libidinales que van a hacer posible todo ese lazo amoroso.

Quizá en esta inerte explotación sexual de la imagen sin placer, nos esté faltando la energía de querer seguir brillando, la energía de reconversión de las estrellas enanas blancas y rojas. Ya que pese a que todo deja de ser especial a través de los años, hoy en un desierto de líderes carentes, el vacío de una guerra de valores silenciosa se acentúa.

No nos queda más que fabricar un oasis cavando sin cesar entre la arena, hasta encontrar nuestra humanidad nuevamente.

LA AUTORA

MARÍA DEL PILAR CARABÚS. ABOGADA, ESCRITORA, COMUNICADORA, MBA “ESPECIALISTA EN DERECHO CONSTITUCIONAL Y DERECHOS HUMANOS” (MINORÍAS Y GRUPOS VULNERABLES) UNIVERSIDAD DE BOLONIA, ITALIA.

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