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Opinión

Debemos formarnos en los valores y espíritu de San Martín

“Fueron varias sus muertes, rodeado siempre por la incomprensión y la envidia de muchos de sus compatriotas”, afirma el autor.
 Gabriel Camilli

Por Gabriel Camilli

Se conmemora el jueves el paso a la inmortalidad del Libertador General Don José de San Martín. El 17 de agosto de 1850, en su casa de Boulogne-sur-Mer (Francia) y rodeado de sus seres queridos, muere el Libertador, nuestro Padre de la Patria y prócer máximo de los argentinos.

En Perú, se lo recuerda libertador de aquel país, con los títulos de “Fundador de la Libertad del Perú”, “Fundador de la República” y “Generalísimo de las Armas”. Con la misma honra, su ejército en Chile lo ha destacado con el grado de Capitán General.

Los argentinos, por otro lado, tardamos treinta años en cumplir su deseo: el de descansar en su tierra natal. Se lo debemos a Nicolás de Avellaneda, que con su palabra iluminada movió los corazones para hacerle un poco de justicia. Así describía la obra del guerrero: Su espada sólo brilló para emancipar pueblos; y representa la acción exterior de la Revolución de Mayo, saliendo de sus límites naturales, abarcando la mitad de la América con sus vastas concepciones y contribuyendo con sus generales y sus soldados a sellar la independencia de muchos pueblos. Las victorias de San Martín son los rayos de luz que circundan el nombre argentino; y mostrando sus trofeos que fueron pueblos redimidos, nos cubrimos con sus esplendores para llamarnos Libertadores de Naciones.

Como fue expresado ya en La Prensa, el 16 de agosto de 2021, San Martin tuvo dos nacimientos. Podemos decir con toda seguridad que: “Nació en Yapeyú en 1778, pero volvió a nacer para su Patria en 1812, cuando ya era teniente coronel de caballería y se disponía a luchar por la independencia. Y renació con sus triunfos y volvió a renacer como Protector del Perú’’. Del mismo modo, fueron varias sus muertes, rodeado siempre por la incomprensión y la envidia de muchos de sus compatriotas. O peor aún, del olvido. Así, murió por primera vez para la Patria cuando partió en exilio voluntario, forzado por sus enemigos internos en 1824. Volvió a morir unos pocos años después, en 1829, cuando su frustrado regreso lo devolvió otra vez a Europa. Nuevamente y, por último, murió un 17 de agosto añorando volver a su tierra, exiliado.

Los enemigos de San Martín

Hoy queremos recordar el motivo y la causa de una de esas muertes, sucedida inmediatamente después del final de su exitosa y admirada campaña militar para liberar medio continente e incluso más de lo que se podría aquí nombrar. Para ello, nos apoyaremos en los escritos del Dr. Enrique Díaz Araujo. Dice don Enrique en su libro Cuestiones Disputadas: (…) se ha hablado de los «enemigos envidiosos» que San Martín tenía en Buenos Aires. Pues, a su vuelta del Perú, en lugar de amenguar en sus ataques, ellos acrecentaron su inquina. El propio General, tiempo después, en una nota fechada en Montmorency, el 23 de mayo de 1832, registraba: ‹‹a mi regreso del Perú, el gobierno que existía en Buenos Aires me era notoriamente hostil”.

El Gobernador era Martín Rodríguez, pero quien, en realidad, mandaba en Buenos Aires era el ministro Bernardino Rivadavia, “notoriamente hostil” a San Martín. Los unitarios interferían la correspondencia que el Libertador mantenía desde Los Barriales (Mendoza), su “cuartel general”. Desde allí, con altos deseos patrióticos de continuar su lucha por una Patria Grande Americana, volvía sobre su antiguo proyecto, pero esta vez, dando por descontado que no valía la pena solicitar auxilio en Buenos Aires. A ese efecto, intentó organizar una fuerza militar dirigida por el gobernador de San Juan, José María Pérez de Urdininea que, con el débil apoyo del caudillo cordobés Bustos, se dirigió al Alto Perú y operó desde Salta con su magra división de los “Dragones de San Juan”. Pero, como era de esperarse, falló nuevamente, el apoyo porteño; como resultado, las provincias norteñas quedaron exhaustas y la empresa se liquidó.

Ese proyecto fue uno de los últimos intentos de San Martín para resolver el problema de la independencia de América. Pero con esas muertes, nacía también el arquetipo, mucho más durable que sus hazañas y su entrega. Y que vive todavía en nuestros corazones de soldados patriotas, quienes no solo debemos, sino también necesitamos conocer y saborear la figura del Libertador.

Concordamos con Díaz Araujo lo expresado a continuación: Pues, los unitarios porteños que habían atisbado los movimientos de nuestro General en el Interior, sobre todo con el caudillo cordobés Juan Bautista Bustos, se habían alarmado, tomándolos como encaminados a derrocarlos a ellos. Como se creían el ombligo del mundo, mantenían su conflicto con los federales santafecinos, y, por último, no sentían la menor simpatía por la causa americana, no cabía en su cabeza que San Martín armara una tropa para una finalidad que nada tenía que ver con ellos.

El mismo General tiempo después, en carta a Guido del 5 de abril de 1829, le recordará lo sucedido diciendo lo siguiente: “A mi llegada a Mendoza, de regreso del Perú, se creyó que mi objeto era el de hacer una revolución para apoderarme del mando en la provincia de Cuyo y que se me enseñó una carta del gobernador de San Juan, Del Carril, en la que aconsejaba se tomaran todas las medidas para evitar tamaño golpe”. Ese es el torpe equívoco que origina el cerco y las amenazas que retienen a nuestro General en Los Barriales y obstaculizan su llegada a Buenos Aires en 1823, junto con su agonizante esposa.

Estamos convencidos, y los documentos y cartas lo prueban, que San Martín no se fue del país por su gusto, sino que se sumaron varios motivos. Uno de ellos, aunque quizás el más determinante, fue el asedio unitario. Los rivadavianos no lo querían en la Argentina. Eso está probado. Contento con la solución obtenida, don Bernardino le escribe un 20 de setiembre de 1824 a José Manuel García una lamentable sentencia: “Es un gran bien para ese país que dicho general esté lejos de él”.

Su legado para nuestros días

Los agentes del antiamericanismo se unían contra los Libertadores y sus auxiliares. Lo mismo hicieron con O’ Higgins, Bolívar e Iturbide. Se impedía así el desarrollo de esa Patria Grande que hoy deberíamos estar forjando y defendiendo: “la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español” (Rubén Darío). Estamos en un momento crucial para pensar en esa Patria Grande, en un momento muy difícil, donde se ha dado una transición del mundo unipolar hacia uno multipolar. Esta es la gran transformación de todo equilibrio de las relaciones internacionales, porque el sistema unipolar existe, empezó después de la caída de la URRS y fue llamado por Fukuyama «el fin de la historia» y también globalización. Hoy esta estructura se está disolviendo en una guerra mundial fragmentada. Se trata de una crisis de la globalización en donde se manifiestan nuevos polos de poder mundial. Dentro de los cuales, el polo Iberoamericano debería ser nuestro norte.

El ejemplo del Gran Capitán

En el canto XII de la primera parte de nuestro Martín Fierro, el protagonista resume los males que padece el argentino cuando falta lucidez, corazón y coraje para gobernar y conducir:

“Y dejo rodar la bola,

que algún día se ha de parar

tiene el gaucho que aguantar

hasta que lo trague el hoyo,

o hasta que venga algún criollo

en esta tierra a mandar”.

Con el mismo espíritu y con la esperanza de que logremos aprender de nuestros arquetipos, en particular del General Don José de San Martin y ese aporte llegue a ser capilar y significativo con el tiempo en nuestra Patria, debemos formarnos en los valores y el espíritu Sanmartiniano. E indudablemente para imitarlo, la única forma es estudiando su vida a fondo, porque no se ama lo que no se conoce y no se conoce lo que no se busca con todo el corazón.

El autor es Cnl My (R) - Director del Instituto ELEVAN.

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