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Opinión VOCES. POR PABLO KORNBLUM

El miedo suele ser más efectivo que la razón y el corazón

El 1% de la población más pudiente del mundo ha ganado 74 veces más que el 50% más pobre, en los últimos 10 años. ¿Podemos dejar que este proceso de inequidad creciente siga ocurriendo?

Mientras la economía cotidiana nos interpela a través de la coyuntura (moneda común de comercio con Brasil, recompra de deuda externa, inflación), hubo hace pocos días una noticia basada en el informe de la prestigiosa ONG británica Oxfam, que nos obliga a ‘parar la pelota’ e interpelarnos en la cuestión sistémica, en el largo plazo, en el futuro que queremos para las próximas generaciones.

Bajo el título “La supervivencia de los más ricos”, Oxfam señala que los multimillonarios han duplicado su riqueza en los últimos diez años, y que el 1% de la población más pudiente del mundo ha ganado 74 veces más que el 50% más pobre. Más aún, el 1% más acaudalado acumula desde 2020 casi el doble de riqueza que el resto de la humanidad, ya que su fortuna se disparó en u$s 26 billones, mientras que el 99% inferior solo vio aumentar su patrimonio neto en u$s 16 billones.

Es decir, con la crisis desatada por la pandemia, y la escalada de los precios de los alimentos y la energía tras el conflicto entre Rusia y Ucrania (las 95 más grandes empresas del mundo en estos rubros han duplicado sus beneficios en el 2022, generando una renta extraordinaria de 306.000 millones de dólares, de los cuales destinaron el 84% a remunerar a sus accionistas) se ha demostrado que, bajo contextos de grandes desastres humanitarios, no todos pierden.

Podríamos decir que hasta algunos los prefieren para seguir acrecentando su riqueza.

¿Este escenario de desigualdad es novedoso? Para nada. Más aún, en cuanto a las políticas macroeconómicas de tinte impositivo en pos de un proceso redistributivo, ya está todo (o casi todo) escrito: se deben aplicar no solo medidas tributarias de emergencia, sino y, sobre todo, sustentables, como la aplicación de impuestos al patrimonio, la elevación de la tributación sobre las rentas del capital y las ganancias financieras, y el incrementar la tributación sobre la renta del 1% más rico.

Como complemento superador, se debe promover un gran acuerdo fiscal transnacional con el objetivo de ampliar la cooperación y la coordinación de políticas tributarias con medidas para afrontar la evasión y los paraísos fiscales, así como el impulsar la revisión de los beneficios tributarios ineficientes.

Un acuerdo que debería servir como base para la construcción de un sistema fiscal global más incluyente, sostenible y equitativo. Y punto.

Ahora bien, si lo descripto se sabe hace décadas y nada de lo propuesto se lleva adelante, es porque existen otras prioridades; ya sea por acción u omisión. En este sentido, están quienes sostienen que los gobiernos deben priorizar los reperfilamientos de las deudas y el cumplimiento de las obligaciones con grandes acreedores internacionales en lugar de impulsar reformas tributarias relevantes y progresivas; otros afirman que el aplicar mayores impuestos a los súper ricos y a las grandes empresas conllevará a una retracción en la producción, siendo un grave error que perjudicará a las mayorías.

Todo en pos de una mayor credibilidad, confianza en quienes dicen tener las soluciones mágicas de la inversión y sus derivaciones positivas en el empleo, la recaudación, y la dinamización del consumo.

Como contraparte, otros pensamos que es simplemente una cuestión de poder e intereses, de prevalencia de los que quieren que nada cambie. Es más, por lo que se observa, parece que las políticas que se realizan van en sentido contrario a lo que sería lograr un mundo más equitativo. En este aspecto, un estudio reciente de la ONG Research School of International Taxation, en el que se han analizado 142 países, se revela que, por cada punto porcentual de reducciones fiscales a las grandes empresas, los gobiernos han incrementado los impuestos al consumo, fuertemente regresivos, en un 0,3%.

Así, de cada 100 dólares de impuestos recaudados a nivel global, el 44% corresponde al IVA y otros impuestos sobre el consumo; el 19%, a la renta personal; y el 18%, a los salarios. Únicamente un 14% viene de la tributación empresarial y un 4%, de los gravámenes a la riqueza (si, solo el 4%). El 1% restante corresponde a otros impuestos.

¿Y quien detenta esta capacidad, este virtuosismo para acumular capital y evitar ser coercionado impositivamente por los ‘infames gobiernos depredadores’? En la publicación austríaca Contrast, el académico Schwartz lo desarrolla de manera tajante: “Cuando se habla de familias muy ricas, les preocupan tres cosas: quieren aumentar su dinero mediante inversiones. Quieren minimizar sus impuestos. Y quieren pasar su dinero - libre de impuestos si es posible - a la siguiente generación. Luego educan a sus hijos para que hagan lo mismo”.

Por supuesto, no solo poseen ingentes cantidades de dinero, sino que tienen un poder que se distribuye de forma dinástica: es que el dinero de los más ricos no sólo les compra una vida de lujo sino, sobre todo, influencia en los negocios, medios de comunicación, partidos políticos y, sobre todo, la justicia económica. Preferiblemente en aquellos que los ayudan a garantizar que no habrá impuestos de sociedades, impuestos sobre el patrimonio o impuestos de sucesiones más altos en el futuro. Claro como el agua.

Pueden existir casos aislados, como la iniciativa de Marlene Engelhorn, una joven millonaria austriaca heredera de la empresa química BASF, quien cofundó en febrero de 2021 Taxmenow, una asociación de personas adineradas que exige que los gobiernos se queden con una parte mucho mayor de su patrimonio heredado, argumentando que estas fortunas no ganadas deberían ser asignadas democráticamente por el Estado.

Los liberales aplaudirán el abnegado desinterés de la iniciativa del individuo; sin embargo, no es suficiente que el 1, 5 o 10% de las personas o empresas más ricas del mundo se pongan a disposición de una fiscalidad progresiva. No para cambiar la matriz socio-económica de la empobrecida humanidad.

¿Podemos dejar que este proceso de inequidad creciente siga ocurriendo? Podemos. Pero también puede ocurrir, en tiempos de cansancio y redes sociales que a todos llegan, que en algún momento la olla hirviente estalle, y el agua caliente se propague como lava de volcán e impacte a todos, absolutamente a todos, a su alrededor.

Una combinación letal que puede dar lugar a movimientos de descontento social profundos, extremadamente peligrosos para quienes desean mantener el statu-quo a como sea.

¿Es necesario tener que llegar al límite para actuar? ¿Se deberá esperar un altruismo de las Elites en su conjunto?

Aunque la moral de los ricos se lo dejo a los estudiosos de la filosofía, algunos temerosos del curso de la historia ya han empezado a tomar nota. No por nada, la última edición de la revista semanal alemana Der Spiegel, la mayor de Europa con una tirada de millón de ejemplares, publicó en su portada la foto de Karl Marx con la leyenda “Tenía razón Marx: bajo el capitalismo no hay destino viable para la humanidad”.

En definitiva, el miedo suele ser más efectivo que la razón y el corazón.

VOCES

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