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Opinión VOCES. POR MARÍA FERNANDA RIVAS

Fiestas: ¿de qué nos despedimos cuando despedimos el año?

Para algunas personas el año se pasó “volando”, para otras, fue lento y tedioso. Pero el 2023 es una buena oportunidad para revisar lo del 2022.
María Fernanda Rivas

Por María Fernanda Rivas

Al llegar esta época siempre tenemos la esperanza de que cuando “se vaya” el año en curso se terminarán los problemas, o aquello que obstaculiza nuestra felicidad. Las relaciones con los otros –lo diferente y azaroso que éstas imponen- suelen ser frecuentes fuentes de complejidad. La vida en sociedad implica conflicto y muchas veces, dolor. A la incomodidad propia de lo humano Sigmund Freud la llamó “malestar en la cultura”.

Podemos pensar que el desear (y desearse) feliz año nuevo encubre la ilusión de que el bienestar depende del calendario y no de nosotros y de nuestras acciones. Y la idea de que estamos “sujetos” al Destino.

La pandemia puso de manifiesto la incidencia universal de un suceso imprevisto con el poder de hacer tambalear situaciones que se consideraban sólidas. Demostró la relatividad de la capacidad de predicción y generó un efecto de incertidumbre que se extendió a muchos vínculos.

El mundial de fútbol vino a agregarse este año como acontecimiento social que muestra un impacto con importantes efectos en la subjetividad. Todos nos volvemos “hinchas”. Nos agrupamos en “masa”. Nos brota el patriotismo. Entre otras cosas, éste –así como el que tuvo lugar en Japón-, implicó el encuentro con otra cultura con diferencias radicales de lenguaje, de costumbres, de ideas, de valores, etc. pertenecientes a esos “otros”.

Para algunas personas el año se pasó “volando”, para otras, fue lento y tedioso. La vivencia del tiempo es una experiencia totalmente personal, en la que ciertos eventos adquieren significado particular, ya que depende de las circunstancias de cada individuo y/o familia.

La memoria es una virtud, uno de nuestros atributos más preciados. Permite percibir la vida en términos de proceso que transcurre, considerando que las personas se desplazan y cambian en el curso de la vida.

Se produce naturalmente, junto con el recordar, un fenómeno normal de selección y ordenamiento de los acontecimientos que permite quedarse con algunos recuerdos y desechar otros, y así poder ceder lugar a nuevas inscripciones. Este proceso (una especie de “desintoxicación mental”) evita una sobrecarga permitiendo recambios, modificación de ideas, sustitución y creación de nuevos vínculos y proporciona la sensación de que la vida fluye. Esta función de la mente está relacionada con la capacidad de elaboración de los denominados “duelos”, capacidad que puede debilitarse en algunas personas y circunstancias.

Hay quienes no pueden olvidar. Son memoriosos del dolor y de la ofensa y pueden llegar a vivir anclados en el pasado o en un presente perpetuo, que dificulta la proyección hacia el futuro. Así se origina el resentimiento, fuertemente ligado a lo que es “perdonable” o “imperdonable” para cada quién.

A veces no se trata de olvidar, ni siquiera de perdonar, sino de preguntarnos “¿Qué podemos y qué queremos hacer con lo que nos hicieron?”.

Un nuevo año siempre es una buena oportunidad para revisar nuestros vínculos con los demás y despedirnos de certezas y rígidas perspectivas.

El vivir en pareja, en familia y en sociedad implica un trabajo permanente de intentar alojar a los otros, y, a la vez de buscar ser alojados. En algún sentido siempre somos extranjeros para los demás, y viceversa. El pensarlo como un “trabajo” nos aleja de la ilusión de que esto debería fluir naturalmente.

La historia que no podemos olvidar tendrá que perder su hegemonía para convivir con la historia que vamos creando en el presente, con los otros…nunca nos bañamos dos veces en el mismo río.

*Psicoanalista. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Especialista en parejas y familias. Autora del libro “Familias a solas. Entre el duelo y la resiliencia”.

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