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Opinión LA MUERTE DE UN LIDER

Francisco en su laberinto

 La muerte de un líder, modifica percepciones y visiones de corto plazo. Mucho más si se trata de la extensa vida de una persona que ha tenido incidencia local, nacional y mundial.
Gustavo Vittori

Por Gustavo Vittori

La representación del “todo” de una existencia, nos lleva a dejar de lado anécdotas, desacuerdos, broncas circunstanciales, agradables momentos de encuentro, situaciones tensas, raptos de grandeza o miseria, aciertos y errores, para ver, cuanto sea posible, la síntesis de una obra.

Es el caso del Papa Francisco, suprema expresión de una Argentina conflictiva, desapacible, hiperpolitizada y en muchos sentidos autodestructiva. Se trata del hijo de un país tan contradictorio que puede brillar en el plano internacional a través de los logros de figuras científicas, culturales y deportivas y, a la vez, arrastrarse en el fango de la cotidiana intrascendencia.

Si se observa con serenidad, ese hombre que ha logrado emerger del amasijo argentino y sentarse en la silla petrina del Vaticano como cabeza de la Iglesia católica universal, emite, con su recorrido, un mensaje alentador para los connacionales: es posible trascender, aun cuando se camine desde las periferias.

Quienes hemos tenido el privilegio de disfrutarlo como maestrillo en el Colegio de la Inmaculada Concepción, solemos tener posiciones diversas y a veces enfrentadas cuando analizamos los cambios de Jorge Bergoglio desde su tiempo de joven aspirante al sacerdocio -aquel flacucho de grandes ojeras-, a su actual imagen pontificia vestida de blanco, ensanchada por su inclinación a la buena mesa y el consumo de corticoides a causa de sus recurrentes enfermedades.

Lo que ha permanecido igual es su sonrisa afectuosa y luminosa en los encuentros con gente que estima o le recuerda momentos gratos de su existencia. Lo que ha cambiado, o más bien se ha profundizado, es su visión del mundo y sus problemas. Esa transformación comenzó en la ciudad de Santa Fe, durante su tiempo de maestrillo de literatura en el mismo período en que se realizaban las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II, iniciadas por el Papa Juan XXIII en 1962, y culminadas por su sucesor, Pablo VI, en 1965, dos pontífices que dejaron huella en su evolución personal y religiosa.

La clausura del concilio, en diciembre del citado año, coincidió con la partida de Bergoglio a Buenos Aires para completar su tercer año de magisterio en el Colegio del Salvador y cerrar así una nueva etapa en su camino al sacerdocio. Recuerdo que cuando volvimos a clases al año siguiente, para completar el bachillerato, el colegio y los curas eran otros, así como la liturgia y las concepciones de fondo de los religiosos. Los de la Promoción 1966 nunca habíamos experimentado un cambio tan sustancial en tan poco tiempo. Sin duda, el mensaje de Juan XXIII a los cardenales en el comienzo de las sesiones había encarnado con rapidez en la Compañía de Jesús. Había dicho el Papa que sorprendió al mundo: “Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia el interior”.

Desde entonces, la opción preferencial por los pobres fue manifiesta, al igual que la defensa de los niños y los ancianos. Bergoglio la llevó adelante como sacerdote y, luego, como provincial de la Compañía, maestro de novicios, rector del Colegio Máximo de San Miguel, obispo, arzobispo y cardenal primado de la Argentina. A lo largo de esa carrera ascendente, purgó, sin embargo, dos años de penitencia en la Residencia Mayor de los Jesuitas en la ciudad de Córdoba, episodio que muchos han suavizado con eufemismos y que él definió en su momento como un ciclo de “purificación interior”. Desde muy joven había asumido grandes responsabilidades y acumulado reproches externos e internos (...).

En el ocaso de su vida, ya sin fuerzas, todo aquello por lo que luchó está en crisis. Cabe imaginar que más allá de la fe religiosa que lo sostenía, este panorama tan perturbador debe infundir sufrimiento adicional al hombre que, atrapado en su laberinto, comenzó su transformación personal y su nuevo y esperanzado modo de ver el mundo en esta ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz.

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