Hasta el momento la campaña electoral no tiene la jerarquía o el debate profundo que uno pretende y que los argentinos nos merecemos. Es una elección trascendental por todas las cuestiones que se ponen en juego, y lamentablemente casi no se discute sobre el "futuro", sino que los candidatos están más preocupados en reseñar el "pasado" y hacer diagnósticos sobre el "presente", y no se coloca el foco de atención en la búsqueda de soluciones en los tiempos por venir.
El intelectual francés Pierre Rosanvallon entrega algunas pistas al respecto cuando dice: "Hoy en todas las latitudes, los ciudadanos se sienten cada vez menos escuchados y representados por aquellos a quienes han elegido. La palabra que han hecho oír en las urnas se disuelve a continuación en los recintos parlamentarios, en tanto que los gobernantes parecen afectados de sordera".
Hoy la campaña está centrada en el agravio y la descalificación, donde los discursos se reducen a consignas ligeras y frívolas. Nadie explica seriamente como solucionar los problemas que nos urgen, hablan del "qué" pero nadie nos dice el "cómo", se desbarrancan además hacia términos como "pindonga", "cuchuflito" o "sarasa", subestimando así a los ciudadanos que esperan de sus candidatos una mayor responsabilidad en sus propuestas.
La construcción de un buen discurso explicitando las propuestas resulta esencial al momento de tomar una decisión y definir el voto. Hoy la sociedad sabe cuáles son los miedos y problemas que la angustian y busca respuestas que no deben encontrar simples "slogans" vacíos de contenidos que profundizan la "crisis de representación", estableciendo así una barrera más entra el ciudadano y el dirigente político.
El atajo de las soluciones simples, la clásica Argentina "mágica" donde nos quieren hacer creer que apretando un botón se solucionan todos nuestros problemas, nos debe invitar a reflexionar y exigir que nuestra clase dirigente que asuma el rol que le corresponde. Las palabras comunican, expresan una actitud, una intención y un significado, por eso debemos demandar a los candidatos transparencia y responsabilidad en sus palabras y así evitar experiencias ya vividas, en donde esas palabras sufrieron una impronta caprichosa y les otorgaron un sentido que poco tenía que ver con su real significado. La banalización de conceptos sensibles como la educación, la seguridad, salud o la pobreza, y la utilización puramente declamativa de algunos sectores que se creen sus dueños, nos remite a Pierre Bourdieu, que explicaba que el lenguaje es un tesoro, el cual es común, uniforme y universalmente accesible a todos los sujetos que pertenecen a la misma comunidad. Monopolizar la palabra desde la política significa que se habla por aquellos a quienes se representa, y, a menudo, en lugar de ellos. Por todo esto resulta fundamental que nuestra clase dirigente comprenda el efecto social de la utilización de las palabras, sin degradar o afectar su verdadero significado, y también es una buena oportunidad para recuperar aquellas como respeto, tolerancia, consenso, transparencia y responsabilidad, porque con ellas se imponen "valores" y se construye ciudadanía.
(*) Abogado. Docente Derecho Constitucional UBA
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