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Opinión

Sangramos por la herida

Al cumplirse un aniversario del asesinato del Fiscal Nisman, una interesante reflexión nos invita a pensar.
Lic. Delia Sisro

Por Lic. Delia Sisro

En un departamento de una de las Torres Le Park, hace 8 años, bajo el mismo gobierno, mataron a un fiscal de la Nación que los investigaba.

Entonces, como hoy, cada 18 de enero hacemos memoria y pedimos justicia.

En el 2015 fuimos a la marcha del silencio. El silencio no miente. Mienten los que bailan sobre la sangre tibia de un abogado del Estado, los demás lo honramos.

Tuvimos un feriado por un “intento” de magnicidio de la vicepresidenta y no tuvimos en el 2015 -bajo el mismo liderazgo- ni siquiera una bandera a media asta por el asesinato del fiscal Nisman.

Por eso volvemos cada año con la voz contundente, contra toda forma de olvido y reclamando algo básico que debería ser incuestionable: seguir viviendo en una República.

Y la República existe, si hay división de poderes, si hay separación de funciones.

Si el que administra, es decir el presidente, no hace la ley, ni juzga su aplicación; si el que hace la ley no administra ni juzga; si el que juzga no administra ni hace la ley. Parece simple. Debería serlo. Pero no es nuevo, desde el 2015, el Ejecutivo intenta meterse con el Poder judicial.

Que el Ejecutivo se ocupe de lo que una sociedad necesita, que el Poder judicial trabaje con las cuestiones que ya sucedieron, y que el legislativo elabore las leyes que rigen en adelante. Solo así este país puede vivir un presente, honrar el pasado y pensar en el futuro. Los tres poderes haciendo lo que tienen que hacer determinan la vida de las futuras generaciones.

No quiero ridiculizar el tema, pero es tan obvio que hay que explicarlo. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.

Las injerencias en el control de las pericias le corresponden a la justicia y no al Ejecutivo ni a su órbita.

Ya metieron los pies sin cubrezapatos en la escena del crimen del Fiscal Nisman. Ya bailaron sobre su sangre tibia. Ya se olvidaron de ponerse los guantes para sacar huellas,

ya contaminaron el arma al limpiarla con papel higiénico, ya olvidaron peritar su camioneta y su GPS, ya fojaron con lápiz negro, y borraron todo lo que tal vez era inconveniente. Quien sabe para quién, quién sabe por qué.

La investigación de su muerte fue hecha con alteraciones, impericia, negligencia y con más intenciones de confundir que de esclarecer.

Llenaron los medios y las redes con surtidores de mentiras, son administradores de relatos, con la maestría de grandes manipuladores, quisieron engañarnos con esa música de fondo los que quieren elegir los jueces, los que quieren el control político del Poder judicial, los que pretenden una justicia partidizada, los que violaron sistemáticamente la democracia durante la cuarentena y acá estamos los que no queremos fiscales mudos ni muertos. Acá estamos los que vamos a llamar a las cosas por su nombre. Sin artilugios ni metáforas porque un asesinato no tiene alegorías. Es un salvajismo. Y salvajes son los que borraron las huellas de su casa y nos dejaron las marcas a todos los argentinos.

Los queremos haciendo su trabajo y si eso implica denunciar, que, al 5to día de hacerlo, sigan vivos.

La muerte de Nisman instaló una barbarie desconocida, no fue un hecho solamente personal, fue político y social. Aunque es un crimen irresuelto y hay muchísimos detalles que faltan, hay certezas incuestionables. Casi de inmediato, la Corte Suprema declaró que el fiscal Nisman murió en virtud de lo que investigaba.

Un tiro a sangre fría. En un país en el que nos enorgullecemos de la lucha por la justicia y no de la venganza, en el que no pedimos la pena de muerte ni para el más nefasto de los dictadores, ni para los probados torturadores, el Fiscal Nisman murió en cumplimiento de su función.

Muchos quieren fagocitarnos, pero vamos a resistir y seguir reclamando y buscando la verdad que, aunque no tiene contemplaciones, es una bocanada de oxígeno.

Lo contrario es la impunidad y eso es autoritarismo maquillado.

Sigue inclaudicable, aunque desgarrada, la poderosa voz que reclama justicia. Quedaremos roncos, pero seguiremos siendo los que no naturalizamos la sangre que pasaba por debajo de nuestros zapatos.

Tenemos la responsabilidad de la memoria, porque fuimos testigos y no somos espectadores. Después de Nisman, como sociedad, somos el exponente del canibalismo y si no hacemos nada, si no reclamamos, los feroces y los inhumanos, somos todos. Si no decimos: yo no acuerdo, no soy cómplice, entonces lo somos. Tenemos el deber de no consumir ficciones pestilentes sobre la realidad, de sostener el reclamo de una república sin asesinatos, del pedido de justicia por Nisman que también es el pedido de justicia para todos los argentinos que -suturando cicatrices- sangramos por la herida de su bala.

*Escritora y docente. Co- autora del libro Asesinaron al Fiscal Nisman, yo fui testigo. Directora General de Análisis y relevamiento de la información de la Secretaría de Asuntos Públicos.

Nisman

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