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Opinión HISTORIA

Una historia de Pablo Neruda en Buenos Aires

A 50 años de su muerte, el autor evoca el paso del poeta chileno por la capital argentina, con un curioso personaje.
Roberto L. Elissalde

Por Roberto L. Elissalde

Se cumplirán 50 años de la muerte de Pablo Neruda, y recuerdo que hace más de tres décadas, un viejo amigo de la familia Ramón Mosquera, comenzó a reírse y recordó a un sujeto que había conocido y tratado, que caminaba por el centro de Buenos Aires en la década del treinta con una “vaca embozalada”, según su descripción.

La paraba frente a las pizarras de La Nación en la calle Florida ante el estupor, indignación y risa de los transeúntes de la entonces magnífica y señorial arteria. Proseguimos la conversación y recordé que Pablo Neruda en sus Memorias, que yo había leído hacía más de veinte años, mencionaba un individuo semejante al que me relataba Ramón. Volví a mi casa y busqué el libro; después de un rato encontré ese párrafo: “En Buenos Aires —escribió Neruda— conocí a un escritor argentino, muy excéntrico, que se llamaba o se llama Omar Vignole”.

Así, en un próximo encuentro, me confirmó que era la misma persona. El escritor chileno lo describe como “un hombre grandote, con un gran bastón en la mano”. Continúa con el recuerdo de un singular encuentro “una vez, en un restaurant del centro donde me había invitado a comer, ya junto a la mesa se dirigió a mí con un ademán oferente y me dijo con voz estentórea que se escuchó en toda la sala repleta de parroquianos: ‘Sentate, Omar Vignole!’ Me senté con cierta incomodidad y le pregunté de inmediato: ‘¿Por qué me llamas Omar Vignole, a sabiendas de que tú eres Omar Vignole y yo soy Pablo Neruda?’ “Sí”, me respondió, ‘pero en este restaurant hay muchos que sólo me conocen de nombre y, como varios de ellos me quieren dar una paliza, yo prefiero que te la den a ti’”.

El estrangulador

Omar Vignole había nacido en General Villegas, localidad del noroeste de la provincia de Buenos Aires, en 1895. Como lo apuntó Neruda, medía un metro ochenta y dos de estatura y pesaba 114 kilos. Practicó deportes entre ellos el catch-as-can, y siguiendo al escritor chileno desafió a un luchador profesional. El encuentro se realizó en el Luna Park, según unos con El estrangulador de Calcuta, y según otros con Máscara Roja.

Lo cierto es que después de dejar a su vaca en el ring side y despojarse de su elegante bata, se dirigió al centro del cuadrilátero, tomó el micrófono y exclamó: “Hermana vaca, estos treinta mil crápulas que vienen a vernos risueñamente, son dignos de la más alta lástima. Esto te prueba, hermana, que estamos a una larga distancia de la cultura. Sospechan que los payasos ignoran la grandeza de enrostrar la burla para sus altos fines divinos”.

“Pero aquí —según Neruda— no servía de nada la vaca, ni el suntuoso atavío del luchador. El estrangulador de Calcuta se arrojó sobre Vignole y en un dos por tres lo dejó convertido en un nudo indefenso, y le colocó, además, como signo de humillación, un pie sobre su garganta de toro literario, entre la tremenda rechifla de un público feroz que exigía la continuación del combate.

Poco después publicó un nuevo libro: Conversaciones con la vaca. Nunca olvidaré la originalísima dedicatoria impresa en la primera página de la obra. Así decía, si mal no recuerdo: ‘Dedico este libro filosófico a los cuarenta mil hijos de p… que me silbaban y pedían mi muerte en el Luna Park la noche del 24 de febrero’.”

Según afirma Neruda, había sido agrónomo en una provincia argentina y de allá se trajo una vaca con la cual trabó una amistad entrañable. Pero antes de proseguir con el tema de la vaca lechera con la que comenzó a pasear su disconformismo por las calles porteñas, se cuenta que en una oportunidad había inventado un específico para la sanidad vacuna. Para colocarlo en plaza, no encontró nada mejor que enviar un telegrama a todas las municipalidades de la provincia de Buenos Aires, en el que recomendaba a las autoridades que promocionaran el medicamento, firmaba el telegrama Manuel Fresco, nombre del gobernador de la provincia lo que de por sí garantizaba en la mayoría de las comunas (por lo menos las que respondían al partido conservador) una eficaz colocación del producto. A poco se descubrió el ardid; citado Vignole por la autoridad correspondiente, manifestó: “Sí, el telegrama lo firma Manuel Fresco”. Pero había buscado en la guía telefónica y apalabrado para cubrirse a un homónimo del mandatario que era un modesto comerciante porteño. Recuerdo que esto lo conversé una vez con mi querido amigo Fernando Sánchez Zinny, quien confirmó los datos.

La vaca en el Congreso

En febrero de 1936, Vignole acompañado por su vaca comenzó a trepar la pendiente del Palacio del Congreso, sobre la avenida Entre Ríos. Afirmó: “A medida que subía la Hermana Vaca pasaba su líquida tarjeta de visita verde, dando coletazos.”

Más adelante continuaba en tercera persona: “Llevaba a cabo su más alta agresión a la Casa de las Leyes, que no era tal para él. En esos tiempos se había asesinado a un senador nacional en pleno recinto parlamentario. Los plagios documentados, el asalto de las arcas, las técnicas de evaporar las fuentes de riqueza de la Nación, estaban en su verdadero apogeo”. Esta incursión le valió a Vignole una detención.

El siguiente detalle lo dio cuando en setiembre de 1936 se reunió por primera vez en Buenos Aires el congreso del Pen Club Internacional. Según Neruda: “Los escritores presididos por Victoria Ocampo temblaban ante la idea de que llegara al congreso Vignole con su vaca. Explicaron a las autoridades el peligro que les amenazaba y la policía acordonó las calles alrededor del Plaza Hotel para impedir que arribara al lujoso recinto donde se celebraba el congreso mi excéntrico amigo con su rumiante. Todo fue inútil. Cuando la fiesta estaba en su apogeo, y los escritores examinaban las relaciones entre el mundo clásico de los griegos y el sentido moderno de la historia, el gran Vignole irrumpió en el salón de conferencias con su inseparable vaca, la que para complemento comenzó a mugir como si quisiera tomar parte en el debate. La había traído al centro de la ciudad dentro de un enorme furgón cerrado que burló la vigilancia policial”.

Su afición por la vaca lo llevó a publicar no menos de 42 libros. Algunos de ellos pude ubicarlos en la Biblioteca Nacional: Lo que la vaca piensa de Buenos Aires, Mi vaca y yo, El hombre de la vaca, Veronal o la vaca que tomaba cocaína, Mensaje a los desventurados que me conocieron como idiota, La camiseta del Jefe de Policía, Cabalgando en un silbido, El hombre que se depiló la ingle, Jesús en una casa de departamentos, A Ud. le sale sangre y Como vienen al mundo las palabras.

Otros dos títulos

En el catálogo de la librería Helena de Buenos Aires, aparecen otros dos títulos: Alambres de yeso, poemas en verso y Mi disconformismo filosófico, ambos impresos por la editorial Claridad, sin mención de la fecha de su edición. Hombre múltiple, se dedicó a la escultura en mármol y piedra. Concurrió al Salón Nacional de 1946 y 1951, presentando sus obras en otros salones oficiales y en muestras colectivas e individuales.

Adhirió al peronismo y tuvo a su cargo la cátedra de oratoria en la Escuela de Periodismo, ubicada entonces en la calle Libertad.

Pleno de misticismo cristiano, pero combatiente, Vignole estuvo activo hasta sus últimos días, fiel a su convicción de que si “oscilara frente a una hipotética derrota, ya estaría derrotado de antemano”.

Su vida se extinguió el miércoles 28 de julio de 1965. Curiosamente por esos días se realizaba en el predio de la Sociedad Rural en Palermo la Exposición Internacional de Ganadería.

Al día siguiente fue inhumado en el cementerio de la Chacarita. Pocos diarios de Buenos Aires le dedicaron algunas líneas, entre ellos El Mundo, que lo recordaba a través de uno de sus pensamientos sarcásticos: “Hay tanto infeliz con títulos universitarios que me avergüenzo de tener tres cartones que me dan patente para denominarme ‘hombre de las ciencias’.”

Continuaba la necrológica: “Poeta, escritor, veterinario, doctor en Filosofía y Letras, conferencista, escultor, aviador, luchador, con sus actitudes de intencionado exhibicionismo, no constituyeron sino la continuidad de una aventura de su espíritu, aventura que fue una permanente lucha contra lo que creía un estado de congelación de las ideas y un total desconocimiento del hombre de nuestro siglo”.

Vaya este recuerdo a un personaje, que Neruda conoció en Buenos Aires, y del que pocos se acuerdan.

El autor es historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.

NERUDA BUENOS AIRES

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