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Sociedad DUELO NACIONAL

El día que el país se estremeció por el atentado contra la AMIA

La bandera deberá estar a media asta en edificios públicos y se promoverá la realización de actividades en las escuelas.
Agrandar imagen Ocurrió el 18 de julio de 1994.
Ocurrió el 18 de julio de 1994.

El Senado sancionó por unanimidad una ley que declara Día de Duelo Nacional a los días 18 de julio de cada año, en conmemoración y recuerdo del atentado contra la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) que, en 1994, arrojó un saldo de 85 muertos y 300 heridos.

La nueva norma, que había sido aprobada el año pasado por la Cámara de Diputados, establece que cada 18 de julio la bandera deberá permanecer izada a media hasta en todos los edificios y lugares públicos, y ordena al Ministerio de Educación a que, en coordinación con las autoridades educativas de las provincias, arbitre las medidas para que en todos los establecimientos de los niveles primarios y secundarios, ya sean de gestión estatal como privada, se organicen actividades conmemorativas al hecho.

En medio de la unanimidad con la que fue aprobada la iniciativa se destacó el discurso del senador del Frente Renovador de Misiones, Carlos Arce, quien recordó su experiencia como médico del Hospital Fernández, en el barrio porteño de Palermo, en la atención de los heridos provocados por el atentado a la Embajada de Israel, ocurrido dos años antes.

“Un total de 242 heridos atendimos en el Hospital Fernández”, rememoró Arce. “Hoy, las vueltas de la vida me hace legislar algo que está muy cerca y ligado al atentado a la Embajada de Israel, como es el ataque a la sede de la AMIA”, completó el senador, ya con la voz quebrada por la emoción.

Durante la breve discusión del proyecto se recordaron también los vaivenes judiciales que tuvo la causa por la investigación del ataque. Así lo destacó Alejandra Vigo (Unidad Federal-Córdoba), quien recordó que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) condenó a la Argentina a principios de este año por la falta de esclarecimiento del caso.

“La CIDH, en el caso Memoria Activa, condenó al Estado argentino por haber negado de la verdad histórica a los familiares de las víctima y a la sociedad toda”, dijo Vigo, para quien este hecho “pone en evidencia la falta de voluntad sobre el esclarecimiento de este hecho”.

El catamarqueño Guillermo Andrada (Unión por la Patria) habló para adherir a la sanción de la iniciativa, pero también para advertir sobre la necesidad de que haya un accionar transparente de la Justicia y de evitar que vuelva a ocurrir un hecho similar en el país.

“Es necesario establecer que debemos tomar las medidas de prevención necesarias y que es menester que la justicia actúe sin mala praxis, sin mala intención, que se llegue a los culpables para que se le dé tranquilidad a las víctimas y a sus familias”, afirmó Andrada.

El libertario Juan Carlos Pagotto (La Rioja) destacó que “a nadie le escapa el dolor que ha producido el atentado, ni su impacto internacional” al pedir la aprobación de la iniciativa.

Sumó su palabra el radical Rodolfo Suárez (Mendoza): dijo que el ataque del 18 de julio de 1994 es “una de las heridas más profundas que tiene la Argentina”, a lo que sumó “un dolor más, que es la impunidad”.

“El silencio que existe sobre este tema es muy doloroso porque implica la ineficacia de nuestras instituciones para encontrar a los culpables”, agregó el radical mendocino, quien consideró que “sancionar este proyecto es una manera de mantener la memoria activa”.

Testigo directo

Alejandro Verri Kozlowski tenía 23 años cuando atentaron contra la mutual israelita: “Entró un huracán por la puerta que me tiró contra la pared; detrás vinieron escombros, piedras, pedazos de metal…”

A las 9.53 horas del 18 de julio de 1994, en el instante en que se produjo la explosión que dejó 85 muertos y 300 heridos en el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), Alejandro Verri Kozlowski, que tenía 23 años y era estudiante de Ingeniería Civil en la UBA, preparaba un examen final en una pequeña habitación de su departamento situado en Pasteur 632, justo enfrente del “blanco” donde aquella mañana se producía el mayor ataque terrorista de la historia argentina.

“Era un cuarto de servicio ubicado detrás del lavadero y desde la ventana se veía el pulmón del edificio. En ese espacio solíamos fumar. Luego de encender el último cigarrillo del atado, ocurrió la explosión. Todo estalló de repente: entró un huracán por la puerta que me tiró contra la pared. Detrás vinieron escombros, piedras, pedazos de metal… La casa quedó a oscuras y se llenó de un humo muy denso”, evoca hoy desde su casa del barrio Dalvian, en Mendoza, que comparte junto a Gabriela, su novia de aquel entonces, madre de sus hijos Francisco y Felipe. Alejandro se dedica a la Ingeniería Sísmica y Geotécnica y a aplicaciones de inteligencia artificial y machine learning (aprendizaje de máquina) en problemas de peligro y riesgo sísmico.

Afuera del edificio, en pocos segundos, la AMIA y las construcciones aledañas quedaron reducidas a escombros. La mayoría de las víctimas fatales estaban dentro de la mutual y el resto en la vereda o en edificios cercanos, como el que él mismo habitaba. El hecho de vivir en el “contrafrente” lo salvó: otros vecinos, algunos de los que vivían “al frente”, quedaron sepultados. Más de 100 viviendas y comercios cercanos quedaron destruidos, la pérdida de gas en la zona fue de gran magnitud y la onda expansiva arrasó con toda la cuadra de Pasteur al 600/700, lanzando autos, árboles, carteles y personas por los aires; los vidrios de las ventanas de casas y negocios estallaron hasta a seis cuadras a la redonda.

Una imagen del edificio en el que vivía Verri cuando ocurrió el atentado a la AMIA. Está ubicado justo enfrente al edificio de la mutual israelita. El departamento de Verri daba al contrafrente.

Alejandro nació en Leandro Alem, una pequeña ciudad del centro de la provincia de Misiones que, a principios del siglo pasado, fue una colonia de inmigrantes alemanes, suecos y polacos en plena selva.

En 1988 egresó de la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº1, que había sido fundada por su padre a fines de la década del ‘70. A los 17 años, como todo joven de pueblo chico en busca de un mejor porvenir, se trasladó a la ciudad de Buenos Aires para ingresar a la carrera de Ingeniería en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

“En 1991 me mudé a un departamento en el segundo piso de la calle Pasteur 632, justo frente al edificio de AMIA, al 633. Era un departamento de contrafrente, nada lujoso, casi sin muebles y muy espacioso. A tal punto que, en diferentes momentos vivimos mis hermanos, amigos y sus amigos, además de varios estudiantes universitarios de Alem que, mientras buscaban residencia en Buenos Aires, se alojaban en casa algunos meses. Sí, meses enteros…”, repasa, en diálogo con LA NACION.

El departamento estaba muy bien ubicado, cercano a varias facultades de la UBA y, en definitiva, admite, “funcionaba como una especie de bed & breakfast en una ciudad hostil en donde no teníamos a nadie”.

“Estaba solo en el departamento, algo raro, ya que la mayoría de las veces éramos muchos... Incluso, solía estar Gabriela. Me disponía a fumar en esa habitación. Recuerdo que encendí el último cigarrillo que me quedaba en el paquete y, de pronto, el estruendo. Fue tanta la onda expansiva que me tiró contra la pared. Todo quedó a oscuras. No sé cuánto tiempo di vueltas en el departamento. Pensé que había explotado el termotanque del lavadero, por eso intenté cortar la energía. Caminé un largo rato entre los escombros, confundido, sin entender qué había ocurrido. También percibí que tenía un corte profundo en la frente que no dejaba de sangrarme”, recordó.

“Salí al hall pero los ascensores no estaban. Así de simple y terrible. Había una montaña de escombros que provenían del departamento de enfrente. Sí, en cambio, podía verse la escalera, aunque estaba cubierta de restos de piedra, material, polvo, metal. Casi no había espacio para bajar y tampoco se podía subir... El olor a amoníaco era muy fuerte. En ese momento estuve convencido de que se trataba de un incendio. Finalmente, como pude, logré salir. No había nadie en la calle y la niebla amarilla invadía la zona. Recuerdo que alguien me vio lastimado y me llevó caminando hacia la guardia de una clínica de otorrinolaringología en Pasteur al 700, pero de a poco comenzaba a desbordarse de pacientes. Desde allí continuamos caminando hacia el Hospital de Clínicas, muy cerca. En ese trayecto, aquella persona cuyo rostro no recuerdo me explicó lo que había sucedido. Me dijo: “Estalló la AMIA”. contó.

“Me puse a llorar. Supongo que recién ahí tomé dimensión del desastre que estaba viviendo. Entendí que nada tenía que ver con mi departamento. La persona que me auxiliaba me seguía hablando, pero no atiné a responder. Solo pensaba en mi mamá y en mi papá, que estaban en Alem, seguramente escuchando y viendo las imágenes por la televisión. Estaba desesperado por avisarles que estaba vivo”, añadió.

“Fue un espanto. Se oían gritos, llantos, sirenas... y en poco tiempo quedó desbordada de pacientes lastimados, camillas, familiares... Alguien nos metió en un cuarto pequeño y luego, junto a otros heridos leves, nos llevaron a otro piso donde me suturaron la frente y pude escapar”, agregó.

AMIA ATENTADO DUELO
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