Por Liliana Noemí Cevallos
¿Desde qué lugar escribo?

Los hilos de la siesta se desparraman dentro del cuarto y me encuentran escribiendo desde la fusión de silencios que me envuelven y que rodean las cosas tan mías y tan de otros al mismo tiempo porque tantas otras manos se posaron sobre ellas, mucho antes que las mías.
Advierto cuánto universo contienen las palabras y todas encuentran su espacio.
Y después de las palabras o quizás en simultáneo ocurre un desborde de paraísos y de abismos que conciben los días. Más el tiempo que evoco. Más los paisajes conocidos y aquellos que solo existen como imágenes porque aún no contienen mis pasos. Más el legado de aquellos que trazaron los primeros surcos. Más las proclamas silenciosas de los que reclaman un lugar benévolo en cualquier parte.
¿Desde qué lugar escribo?
Desde los lugares que habilita la ternura, el espanto, la esperanza blanca, los recuerdos. Desde los primeros balbuceos de mis hijos. Desde las revoluciones cotidianas. Desde las historias de los libros que escojo leer. Desde el convencimiento que el viento es tan necesario como el agua. Una nutre el otro desparrama.
¿Desde qué lugar escribo?
Desde aquel salón de clases cuando la maestra leyó “El árbol que canta”, desde la emoción por haber memorizado el poema “Romance de la luna” de Lorca, desde la consternación que me provocó la película “Fuenteovejuna” en un televisor chiquito con imágenes en blanco y negro.
¿Desde qué lugar escribo?
Desde las veredas que recorro. Desde el vaivén de las ramas de los árboles. Desde el sudor de los que trabajan. Desde el dolor de los que no tienen pan. Desde todas los días que me pueblan. Desde el infinito sentido de la vida que se extiende más allá de mi tiempo. Desde que descubrí que las palabras son pájaros.
Mi credo

Creo en los silencios que acompañan.
Creo en las huellas
que otros antes de mí, trazaron.
Creo en la complicidad de las sombras.
Creo en los ecos que encontraron cobijos en los cerros.
Creo en los sueños de los que amasaron adobes.
Creo en los infinitos milagros de la tierra.
Creo en las vainas que se mecen en las ramas.
Creo en los caminos que camino
y que cada tanto me devuelve la memoria.
Creo.
A una hoja

No me digas
sobre el diálogo absurdo
del viento en agosto.
No me digas
de las malas palabras
que osaron salir
de tanta boca herida.
Háblame en forma de trino
como los chingolos
que se esconden entre las ramas
a la misma hora
en los mismo árboles.
Háblame en tu lenguaje
frágil
liviano
fugaz
de HOJA.
LA AUTORA

LILIANA NOEMÍ CEVALLOS
PROF. PARA LA ENSEÑANZA PRIMARIA
PROF. DE LETRAS
POSTÍTULO EN LITERATURA INFANTO JUVENIL
EX DIRECTORA DE LA ESCUELA NORMAL “JUAN F. QUIROGA” – NIVEL SECUNDARIO –
CHEPES – LA RIOJA -
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