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Opinión ANALISIS

Algunas reflexiones acerca del asesinato de Fernando Baéz Sosa

En una pandilla sus miembros planifican tareas que llegan a un grado de peligrosidad que es imposible advertir en ellos en forma individual. Circula otra pregunta ¿Salieron a matar ese día?
María Fernanda Rivas

Por María Fernanda Rivas

El caso que tomo como disparador tiene una fuerte repercusión social, dado que a todos nos toca de cerca por algún motivo. Todos tomamos “partido” y nos vemos llevados -voluntaria o involuntariamente- a efectuar una condena personal a los victimarios.

Éste podría considerarse un ejemplo de aquellos homicidios que a la vez son suicidios, por el rechazo social que generan, en los que quien comete el crimen -y sus familiares- quedan como “muertos en vida” y excluídos de la sociedad.

Fernando Baez Sosa era el único hijo de Graciela y Silvino. Falleció a los 18 años, sin haber podido construir un proyecto de vida. Nos preguntamos: ¿Puede procesarse la muerte de un hijo, siendo que ésta contradice una ley natural según la cual es el padre o la madre quienes deben morir antes?

Más aún si la muerte fue traumática, habiendo padecido el hijo dolor físico y humillación por efecto de un “ataque en manada”. Se denomina “huérfano” al que se quedó sin padres; “viudo o viuda” a quien perdió a su pareja; pero no hay en el diccionario una palabra para nombrar a quien perdió un hijo. La escritora colombiana Bella Ventura inventó un término para describir esa condición humana: “Alma mocha”.

Otro de los puntos a tomar en consideración es el efecto de propagación de la información y los afectos “contagiosos”, que generan este tipo de crímenes a nivel social. Parecen duplicar la indignación popular las imágenes posteriores al asesinato en las que se advierte, en los victimarios, una ausencia total de culpa o responsabilidad, por ejemplo, cuando uno de ellos avisa al resto: “caducó”. Es más, llama la atención que hayan tenido “hambre” -según se infiere de la filmación que se ha viralizado- en la que luego del hecho, se los ve comiendo en un lugar de comidas rápidas.

Otra cuestión que incrementa la condena social es el ataque en grupo a un chico solo y la patada “mortal” aplicada por uno de ellos en la cabeza -no en otra pate del cuerpo-, una vez que se encontraba tirado e indefenso en el piso.

Todos tienen más de 18 años, son considerados mayores de edad para la ley. Es una etapa de la vida poco estudiada (contrariamente a lo que sucede con la pubertad o adolescencia), en la cual los jóvenes comienzan a desprenderse de sus familias y cobra para ellos muchísima importancia el grupo de pares. Aunque el acompañamiento familiar sigue siendo crucial.

La capacidad de cuidar al otro, el sentimiento de culpa y de reparación ¿son logros de una determinada etapa del desarrollo o devienen de una interacción temprana y continua con un entorno familiar suficientemente bueno? ¿Podemos esbozar algunas hipótesis acerca de las familias de las cuales provienen jóvenes que cometen este tipo de delitos? Si pensamos en su conducta en grupo, podríamos asociarlos a una “pandilla”.

En esta etapa predomina la tendencia grupal pero la misma puede sufrir una desviación hacia la psicopatía. ¿De qué depende que los jóvenes tomen un camino o el otro?

En una pandilla sus miembros planifican tareas que llegan a un grado de peligrosidad que es imposible advertir en ellos en forma individual. Circula otra pregunta ¿Salieron a matar ese día?

Todo sujeto se desarrolla dentro de una familia, que a su vez está inmersa dentro de una sociedad. Tenemos presente también la “ecología familiar”, como la nombraba Pichón Riviere. Consideraba al vecindario, al club, a la iglesia, es decir, a otros grupos o instituciones con los cuales la familia interactúa. ¿Podemos pensar algo acerca del club de rugby en el que entrenaban estos muchachos? ¿En relación a sus valores, ideales, referentes, etc.? ¿Qué incidencia tiene el club -y el deporte elegido- en la formación de la personalidad de un niño o joven?

Los jóvenes involucrados en este asesinato no habían sido -hasta ahora- considerados como “delincuentes”. No tienen antecedentes policiales. Se escucha que todos ellos estudiaban o trabajaban. Son deportistas y practicaban un deporte que tradicionalmente resulta apto para la sublimación de la agresividad. Sí, circulan testimonios de que habrían cometido otros ataques en grupo. Pero nunca un homicidio. ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué la elección de esa víctima y no otra? ¿Podemos identificar un desencadenante?

Poco se conoce de sus familias, pero se sabe que provienen de hogares de clase media, con recursos para la educación, padres que trabajan -algunos de ellos profesionales-, sin antecedentes de conductas delictivas en otros miembros de la familia. Se sabe también que estos familiares han dejado de frecuentar los lugares y actividades que formaban parte de su vida cotidiana.

Es un caso de violencia en la “fratría”, ya que el objeto de ataque es alguien de su misma edad. ¿Por qué matar a un par?

Vemos aquí un efecto grupal, “en masa”. Algo parece haberse creado o potenciado cuando estos jóvenes se encontraban. Se habló también de “odio racial”, desprecio por la vida, o de “bullying” en su grado más extremo haciendo alusión a las diferencias de extracción social entre Fernando y sus asesinos y la actitud de desprecio y de humillación previa al asesinato.

La ley penal es convocada a suplementar desde afuera las fallas de “internalización” de las prohibiciones que permiten a los sujetos la vida en comunidad.

Podríamos considerar a la familia como ese pequeño-gran “tribunal” en el que se desarrollan los primeros “juegos” a estar “dentro” o “fuera” de la ley y en el que se construyen categorías tales como lo justo y lo injusto, los derechos y las obligaciones y el desprecio o el respeto por la vida del semejante. Pero también debemos pensar en la existencia de sujetos múltiplemente determinados, que están en permanente interrelación con otros. El entorno, los grupos de pertenencia y aquello que con éstos se crea también construye “subjetividad”. Esto implica que es necesario considerar también los lazos actuales como productores de inscripciones, tanto adaptativas como enfermantes.

Hechos como éste nos confirman que la familia no es el único motor de la constitución subjetiva. Desde esta perspectiva debemos pensar que la influencia familiar coexiste con la de otras instituciones y grupos sociales, creándose así entre varios distintas maneras de decodificar estímulos y percibir el mundo. Son producciones entre sujetos que forjan su mente mutuamente a partir de un encuentro que puede producir profundas transformaciones que a veces, lamentablemente, llevan a la destrucción y a la autodestrucción.

*Psicoanalista. Especialista en parejas, familias y en niños y adolescentes. Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Autora de los libros “La familia y la ley” y “Familias a solas”.

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