Los pueblos (¡concepto difícil de especificar!) no se auto narcotizan ni se duermen ni abandonan luchas, como muchos políticos andan diciendo.
Y esto vale para todo tipo de aserto que englobe un colectivo histórico/social/cultural como se le adjudica al término “pueblo” en nuestros usos de la América cercana, o hablar de “multitud” al decir del italiano Toni Negri entendiendo en cierta masividad una valoración identitaria.
Pueblo, multitud, poblaciones, plebe, masividad social, siempre hubo en estas formas de asociación humana algo del “ordo plebeius” (orden plebeyo) que, por ser un esquema de valores nacido desde la humildad de sus integrantes, ponía en cierta buena cuantía la calidad de los mismos. Una sensible aptitud, nacida de las necesidades de sobrevivir y una vez logrado eso, de vivir mejor.
Estas formaciones asociativas, llamémosla pueblo (aunque su definición encuentra algunas evanescencias para considerarlo en función de su unidad o totalidad) sí contiene una homogeneidad de conciencia común, real o mítica y puede representarse en sí mismo. En definitiva, se trata de un grupo que asume características propias en virtud de su etnia, nacionalidad, condición social u otras y siempre va a encontrar el mejor momento para defender lo que crea necesario defender.
Claro que son sus tiempos los que maneja, y su inteligencia social e histórica para saber cómo, cuándo y dónde hacer lo que deba hacer.
Tienen sus tiempos y sus propias armas para usar espacios y momentos.
Y, en Argentina, a la larga o a la corta, ese pueblo hace sonar el escarmiento. A veces, escarmientos fuertes, a veces mínimos. Pero siempre terminan ocurriendo.
Sí existe cierta dirigencia, que ante su propia procastinación política y la incapacidad de dar respuesta concreta a la cotidianeidad de atropellos y agravios que el gobierno nacional impone a los argentinos, prefieren colocar en lo exógeno, fuera de su propia responsabilidad, esa carencia de valor opositor y entonces hablan de “pueblo dormido” o “la gente está anestesiada”, y en esas frases aparece su cháchara garca y elitista.
De tal forma que esa idea, elucubrada en mentes institucionalizadas (gobernadores, legisladores, jefes partidarios) levanta un valor estigmatizante para lo masivo y popular y reivindica glorias solo para ellos. Esa dirigencia, se convence de saber lo que, creen, que el pueblo no sabe.
Por eso se hacen expertos en tiempos y velocidades, en augurios y proyecciones fantasiosas, y expresan deseos con envoltorio de hechos posibles (¡claro, solo el envoltorio!).
Y de ahí que achaquen a otros, muchos más numerosos y socialmente mucho más valiosos como sujetos históricos, “valores siesteros” o los caracterizan como “dormilones sociales”. Así es el idioma de cierta medianía intelectual que, lamentablemente, se escucha también en boca de progresistas, peronistas y buena gente (o más o menos buena gente).
Aquella frase legendaria de la CGT de los Argentinos, hecha famosa por el gran dirigente sindical gráfico Raimundo Ongaro: “Solo el pueblo salvara al Pueblo” deja claro al sujeto principal de toda acción reparadora, entendiendo “pueblo” como un componente en donde la clase trabajadora es su eje principal. Y bien sabemos, en Argentina, los trabajadores son peronistas.
Y esta frase/consigna, tiene su origen en un discurso del general Perón el 15 de abril de 1953 cuando dice: “A la patria la salva una sola entidad, el pueblo”, y está claro en nuestra historia y experiencia nacional, que los pueblos, siempre plasman sus objetivos.
Así que, es para otros la tarea de colocar el despertador, el pueblo argentino está bien despierto y solo cumple con manejar sus tiempos.
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