Hoy, Argentina está mejor preparada para enfrentar el pico de contagios que al comienzo del aislamiento social, preventivo y obligatorio. No significa que estemos en perfectas condiciones: hay casos inadmisibles de personal médico que trabaja sin la protección correspondiente y problemas de coordinación entre las autoridades locales, provinciales y nacionales. Pero hay más respiradores, más camas de terapia disponibles, médicos que saben a lo que se enfrentan, y principalmente, una ciudadanía con un alto nivel de concientización.
En otras palabras, sabemos que tenemos que cuidarnos, y que haciéndolo también cuidamos a quien tenemos al lado. La solidaridad colectiva es el mejor instrumento que tenemos para mitigar la propagación del virus. El Gobierno tiene que hacer más y debe comunicar mejor, no tengo dudas, pero el ámbito de la responsabilidad individual es importantísimo y depende de cada uno de nosotros.
Los últimos días el debate político y mediático ha sido monopolizado por cuestiones colaterales al riesgo sanitario que implica el coronavirus. El reclamo que hacemos desde la oposición para que el Congreso funcione, los problemas fiscales que tendremos al emitir gran cantidad de pesos para luchar contra la pandemia y las protestas en las cárceles, en muchos casos alentadas por sectores del oficialismo que usan esta crisis como excusa para hacer una Justicia a medida.
Pero observo con preocupación qué poco se habla del día después. Como si fuéramos parte de un libro ya escrito y bastara con dar vuelta una página, terminar un capítulo y comenzar otro para vivir lo que será, con seguridad, una nueva Argentina. No subestimo las dificultades diarias que enfrenta el Gobierno. Al contrario. Estoy convencida de que mientras más certezas del corto y mediano plazo logremos inyectar en el escenario complicadísimo que atravesamos, seremos capaces de darles más confianza a las familias, estímulos concretos a pymes y emprendedores y seguridad jurídica a las grandes empresas del campo y la industria.
En este sentido considero fundamental la convocatoria de un comité de expertos en economía y finanzas, representantes de las fuerzas políticas con representación legislativa y de los sectores productivos, para evaluar las medidas de coyuntura y proponer líneas de acción que amortigüen la escalada inflacionaria ante la enorme inyección de pesos en el sistema. Sería también una señal de unidad y responsabilidad institucional hacia los mercados y acreedores, precisamente en momentos donde estamos en un tire y afloje por la reestructuración de la deuda, y la palabra default va colándose cada vez más en los titulares.
Mientras el mundo espera la vacuna contra el virus y seguimos atentos los avances y retrocesos de los centros de investigación abocados a esta tarea, hay una vacuna digital que ayuda muchísimo a coordinar el aparato estatal y a definir las políticas de prevención y contención del virus. Me refiero a la ciencia de datos. La aplicación lanzada por el Gobierno para la autoevaluación de los síntomas y conocer la ubicación geográfica de los argentinos que entraron al país en el mes de marzo, es un gran paso en esa dirección. Siempre respetando el derecho a la privacidad de cada persona, es fundamental la interpretación de la información que en tiempo real surge desde cada hospital, clínica y centro de salud del país. Esa masa de datos es un insumo espectacular para las autoridades locales, que deben actuar con celeridad ante una emergencia.
Las falencias estructurales de un sistema de salud que décadas atrás fue un ejemplo de universalidad y calidad han quedado en evidencia en el último mes. También la indignante situación habitacional de millones de argentinos que viven en asentamientos precarios, un ambiente ideal no solamente para el contagio del coronavirus sino de otras enfermedades como el dengue.
Quizás como nunca antes vemos expuestas nuestras miserias. El dudoso talento que tenemos los argentinos para las soluciones provisionales no tiene nada que hacer contra los problemas estructurales que arrastramos hace años. La solidaridad y el compromiso cívico de la sociedad contrasta con las deudas históricas que tiene la política y los sectores económicos que influyen en la toma de decisiones.
El mensaje es simple y contundente: que las medidas de emergencia no sean una excusa para poner debajo de la alfombra nuestras dificultades crónicas. Cuanto más veamos las oportunidades que asoman detrás de esta crisis inédita, más se despejará el camino hacia la nueva normalidad que ya están experimentando los países que han logrado controlar la pandemia.
*La autora es Diputada Nacional (UCR).
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