En noviembre de 1939, El Mago de Oz, la producción de Metro-Goldwyn-Mayer que coronó la actuación de Judy Garland, se entrenó en Argentina. Su principal estrella, Judy Garland ya tendría más de 100 años si esa película no la hubiera marcado a fuego para siempre.
Un éxito que Hollywood se resiste a soltar e intenta reeditar anunciando otra remake de la película que tuvo el honor de ser una de las primeras 25 incluidas en el Registro Nacional de Cine de la Biblioteca del Congreso de EE.UU.
Un hito que sólo puede significar alguna de las siguientes tres cosas:
- Hollywood sigue apostando a sus viejas glorias;
- A los estudios les estarían faltando nuevas ideas;
- Hollywood quiere exorcizar una de las películas más oscuras y malditas de su larga historia de éxitos y fracasos.
O tal vez signifique las tres cosas juntas. Vayamos por partes.
El “éxito” de El Mago de Oz
La película que dirigió Victor Fleming en 1939, y consagró a Judy Garland como la estrella teen de Metro Goldwyn Mayer, una de las actrices más icónicas de la industria cinematográfica, fue un “flop”, un fracaso que terminó siendo un éxito.
Aunque la de 1939 se llevó dos Oscar (Mejor Película, Mejor Banda Sonora Original y Mejor Canción), no fue la primera, ni será la última versión de la novela que en 1900 publicó el estadounidense L. Frank Baum y que ya dio pie a 36 adaptaciones al cine, 45 bizarras precuelas y secuelas, 15 musicales en diversos idiomas e innumerables comics y videojuegos.
¿Por qué seguir insistiendo? Desde relecturas cristianas hasta psicoanalíticas, la Dorothy que imaginó Baum da réditos y se galvaniza en una sociedad cada vez más amenazante. A pesar de las aventuras y las desventuras, “realmente no hay lugar como el hogar” porque “si no puedes encontrar el deseo de tu corazón en tu propio patio, entonces nunca lo perdiste realmente”, alecciona el film inoxidable.
Aunque El Mago de Oz es el objetivo final de Dorothy, es la protagonista femenina y también sus acompañantes quienes le dan sentido a la travesía. Un espantapájaros que desearía tener cerebro, un hombre de lata que añora un corazón y un león cobarde despliegan la variopinta comedia “humana”. Y el presunto Mago, en todo caso, es un farsante o un fabricante de ilusiones.
La obra original de L. Frank Baum ya supera el centenar mundial de adaptaciones, reversiones, precuelas y secuelas.
La fábula infantil de la huérfana de Kansas que “abandona” el hogar en busca de una vida mejor fue un fracaso comercial (costó US$ 2,77 millones, más gastos de publicidad y distribución, pero sólo recaudó US$ 3) y endeudó como nunca a MGM.
Para sostenerla, la Metro había apostado al Technicolor, una técnica que duplicaba los costos de producción. También había pagado por el copyright de Baum disparatados US$ 75.000, mucho más que lo que le había costado su otra gran apuesta del mismo año, Lo que el viento se llevó.
Pero no podía echarse atrás: dos años antes, en 1937, Walt Disney había hecho saltar la taquilla con el primer film animado, Blancanieves. Y había que seguir probando suerte en el mercado infanto-familiar.
Con todo, MGM tendría su segunda oportunidad a partir de 1949, cuando El Mago de Oz renació entre el fervor popular como “buen plan familiar” para la televisión y fue virando a película de culto.
Con las esquirlas de la Gran Depresión a cuestas y el nazismo a horas de invadir Polonia, los cuentos de hadas de Hollywood no parecían todavía un buen plan de evasión, cuando la película se estrenó el 25 de agosto de 1939. Ese día sólo la vieron 35.000 personas en todo Estados Unidos.
Si a eso se suma que el rodaje convirtió a El mago de Oz en una película maldita, que la historia siga vigente es casi un milagro de Hollywood. A saber…
El rodaje de El mago de Oz fue un calvario de inconvenientes, tragedias y leyenda negra, según sacó a la luz The Making of The Wizard of Oz (Aljean Harmetz, 1977).
La Metro prefería a Sherly Temple para el papel, pero Judy Garland ya tenía un contrato de cinco años con la empresa.
En el set pasó de todo: desde suicidios, accidentes de rodaje, escándalos sexuales, tortura psicológica y rumores de acoso a Judy Garland –una menor de 16 años que ya llevaba un lustro trabajando bajo el ala despo-sexópata de Mayer, mientras su propia madre miraba para otro lado, empeñada en que la revelación de la familia sacara a todos de las deudas.
Por varias razones, El Mago de Oz hizo desdichadas a varias personas:
1. MGM contrató a 14 guionistas para escribir el libro cinematográfico, porque ninguno lograba adivinar lo que los productores querían.
2. Aunque Victor Fleming figura en los créditos como único director, hubo seis: Mervyn LeRoy, Norman Taurog, Richard Thorpe, George Cukor y King Vidor. Curiosamente, Victor Fleming dirigió el mismo año Lo que el viento se llevó, otra producción de MGM, con la que el Mago de Oz tuvo que competir en la taquilla y en los Oscar.
3. En 1930, rodar una película con Technicolor requería tres veces más de celuloide, tres cámaras enormes y pesadas, más gente en el departamento de arte y una minuciosidad desconocida en el mundo feliz del blanco y negro.
Cada cámara debía rodar con un filtro de color, que luego se balanceaba en simultáneo para obtener la saturación y el brillo deseados. Sin embargo, llegar al amarillo soñado para el fucking Camino Amarillo de Dorothy fue una pesadilla de varias semanas.
Rodar en color también requería calor: en el set había tantas lámparas que la temperatura rozaba los 40º C, un horno donde los actores bailaban y cantaban durante 14 horas, incluso cubiertos de paja, lata o con piel de león.
4. Casualmente, el traje que debía vestir Bert Lahr, el actor que interpretó al León era de piel de leones auténticos: olía a zoológico y pesaba 40 kilos.
5. Buddy Ebsen, el Hombre de Lata, fue internado durante 15 días por la intoxicación y la insuficiencia pulmonar que le provocó el maquillaje de polvo de aluminio con el que le untaban el rostro.
6. Como el rodaje no podía detenerse, lo reemplazó Jake Haley. Aunque “cambiaron” el maquillaje, el nuevo iron man tuvo una infección ocular y faltó cuatro días por orden médica.
Por contrato, MGM la condenaba a rodar 3 películas al año, desde los 12 años; le pusieron maestro y médico en el estudio.
7. A Margaret Hamilton, la actriz que interpretaba a la Bruja Malvada del Oeste, le pintaron la cara de verde, con un producto que tenía cobre. Es decir, tóxico, pero además indeleble (no se iba con nada) e inflamable: en la escena en que se desvanecía en una ráfaga de humo en Munchkinland, se le prendió fuego el rostro. Tuvieron que atenderla por quemaduras y sólo pudieron retirarle la tintura verde con aguarrás. Le quedaron cicatrices de por vida.
8. La producción fue tal vez más benévola con los caballos “rojos” en Ciudad Esmeralda: los untaron con una pasta de gelatina comestible.
9. Para simular una nevada, el departamento de utilería eligió copos de amianto, un material que se prohíbe, por provocar diferentes tipos de cáncer, que caían como lluvia sobre los personajes.
10. Un promotor de circo cerró contrato con 200 enanos que fueron los habitantes de Munchkinland. Cada uno de ellos ganaba por semana menos que Toto. El perrito de Dorothy en realidad era Terry, la mascota que solía trabajar con Shirley Temple. ¿Amuleto de la suerte? Tal vez, pero se cotizaba bien: ganaba US$ 125 a la semana.
11. Los enanos de la película no eran como los de Blancanieves, al menos cuando las cámaras se apagaban. A pesar de que durante generaciones se los elogió por haber llevado alegría a la película, fueron una pesadilla durante el rodaje.
Según contó una vez Sidney Luft, el tercer marido de Judy Garland, se emborrachaban, eran maleducados y acosaban a la protagonista, haciéndole proposiciones sexuales e incluso, metiéndose debajo de su pollera, sacando ventaja de su baja estatura. Ella prefirió no hacer una denuncia policial.
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