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Opinión

Femicidio y violencia hace dos siglos

El autor asegura que antes del asesinato de Felicitas Guerrero hubo otros casos captaron la atención del público y de la policía en el siglo XIX.
Roberto L. Elissalde

Por Roberto L. Elissalde

En el libro de inhumaciones del Cementerio del Norte, hoy conocido como de la Recoleta, leemos el 24 de enero de 1824: “Se sepultó el cadáver de una mujer asesinada remitida por la policía”.

No sabemos otro dato, sin embargo en la edición de El Argos del 28 de enero nos encontramos con algunos otros datos.

La “tragedia” sucedió según informa el viernes 23 de enero en “uno de los arrabales de esta ciudad” y merecía por “embargar la atención más seria de la magistratura y aún de la clerecía, a la vez que conmover y horrorizar el corazón de todos sus habitantes”.

La víctima cuyo nombre ignoramos era “una joven, blanca, de conducta ejemplar”, que por muchos años sirvió como ama de niños en la quinta de una familia inglesa en el camino de Barracas. Conoció en ese lugar a un “español, europeo, jardinero de una quinta inmediata” que le propuso matrimonio, cosa que aceptó y por esa razón abandonó la casa de los británicos. La boda se había celebrado hacía cuatro meses.

El trágico desenlace sucedió por la noche, “el dueño de la casa en que habitaban vio, por la ventana, esta escena infernal; y, pensando, asegurar al asesino, cerró la puerta de la calle, pero aquel supo escaparse por la pared del fondo, procurarse un caballo de un vecino y huir. Vivió la desgraciada mujer lo bastante para recibir el consuelo de la sagrada religión; y para lamentar amargamente haber salido de la familia que la apreciaba, la que, según parece, le había dado algunos consejos amistosos acerca de su matrimonio; porque hacía tiempo se sospechaba que el hombre se hallaba conectado con otra mujer, y es de suponerse que alguna reconvención de la mujer legítima haya instigado al marido furibundo a cometer este crimen atroz”.

El cronista afirma que estos casos “causarían una sensación profunda” en muchos países, pero que “el llevar, y acudir al cuchillo, para vengar del modo más atroz la más trivial ofensa, se ha hecho tan común entre nosotros, que se nos acusa de que o contemplamos con apatía estas tragedias, o concedemos nuestra conmiseración al asesino con preferencia a la víctima”.

Se decía también que el mismo vecino que facilitó el caballo al matador, “amenazó después descargar un arma de fuego a un pariente de la difunta, si no se retiraba al instante de la casa, en donde suplicaba le dejasen entrar”.

Hasta el fondo

Instaba El Argos a la policía a “investigarlo hasta el fondo, y apoderarse de la persona del asesino; y no sólo a la vigilancia de la nuestra, sino a la de cualquiera de las provincias en que se haya refugiado”.

No contento con esto también cargaba a los sacerdotes, para que lo dijeran en los sermones, ya que se acercaba el Carnaval y la Cuaresma y dejaran de lado en las pláticas “el pelo largo y la pollera corta de las mujeres, y demás sandeces” exaltando las virtudes de una vida ejemplar, desterrando “el ocio y el juego, el robo y el asesinato”.

Otro caso

Un caso semejante ocurrió el 6 de diciembre de ese año con otra mujer, de la que tampoco sabemos su nombre. Únicos dos casos que encontramos en los libros desde enero a noviembre de 1824.

En cambio en el libro de inhumaciones de hombres del año 1823, encontramos varios casos: (07-03-1823), Miguel Guevara, de 30 años; (30-06-1823), N.N. pardo, como de 30 a 35 años; (17-0-1823), N.N. adulto, remitido por la policía; (29-09-1823), Antonio Rayo; (09-11-1823), José Mariño, blanco, reconocido por Vicente Silva, médico de Policía; (09-11-1823), José Estrada, blanco, reconocido por Vicente Silva, médico de Policía; (27-11-1823), NN, blanco, enviado por la policía; (14-12-1823), Manuel Antonio Pereyra, Felipe Zeballos, casado, natural de Buenos Aires y Francisco Colina, soltero, natural de Buenos Aires, asesinados y el cadáver del asesino Juan José Alvarado, casado, natural de Chile, remitidos por la Policía; (31-12-1823), NN, remitido por la Policía.

Todo esto sin duda debió llamar la atención de un inglés que vivió entre nosotros de 1820 a 1825 y dejo un volumen titulado Cinco años en Buenos Aires en el que atribuía los crímenes “a disputas entre ebrios”.

Del femicidio que comentamos, no se enteró según sus dichos, pero agregó: “Las puñaladas eran algo tan corriente en Buenos Aires que nadie se ocupaba por prender al criminal. Si por causalidad era cogido, bastaba una breve prisión en el calabozo para que el homicida quedara en libertad de cometer más crímenes. Me han hablado de un hombre que cometió seis o siete crímenes con aparente impunidad”.

El autor es historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.

La trágica vida de Felicitas Guerrero

Felicitas Guerrero era una joven de la alta sociedad porteña, quien con tan solo 18 años contrajo matrimonio con Martín de Álzaga, de 50, un estanciero y comerciante, considerado uno de los hombres más ricos de la época.

La pareja se casó en el año 1864 y al cabo de algunos años, nació Félix, el primer hijo del matrimonio Guerrero-de Álzaga, a quien ella se dedicó por completo. Pero la felicidad se vería cortada con la llegada de la fiebre amarilla, epidemia que azotó Buenos Aires y que en 1869 terminó con la vida del pequeño niño. Unos meses después, Felicitas quedó embarazada de su segundo hijo, al mismo tiempo que su marido enfermó, quizá producto de la depresión profunda en la que había entrado luego de la muerte de su hijo.

Finalmente, de Álzaga fallece el 1 de marzo de 1870 y Martín, el segundo hijo, muere al nacer un día más tarde. Una doble tragedia en tan solo 48 horas.

Su juventud y belleza la convirtieron en una de las mujeres más deseadas de la época. Enrique Ocampo, quien sería tío abuelo de la escritora Victoria Ocampo, estaba enamorado de Felicitas, pero ella decidió casarse con Samuel Sáenz Valiente, un joven estanciero.

En el anuncio del compromiso, la joven se retiró a cambiarse de ropa y en esa ocasión la abordó Ocampo, que estaba muy nervioso, le reprochó la decisión de casarse y la increpó con preguntas.

Ante la certeza de que Felicitas iba a contraer matrimonio con su prometido, Ocampo sacó un arma y la amenazó. Ella quiso salir de la sala y, al darse vuelta, recibió un disparo en la espalda y murió.

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