Por Sara González Cañete
Hugo y Juana se casaron el 9 de enero de 1976, en el pintoresco escenario de la capilla de piedra, en Sañogasta. La juventud y las ilusiones intactas irradiaban la felicidad que palpitaban en ese momento, una luna de miel esperaba guardar los recuerdos más dulces, para iniciar una historia familiar juntos. La celebración fue el evento social del lugar, todo en aquellos años tenía un simbolismo y sobre todo una importante carga emotiva. La misma que se podría transferir de generación en generación al narrar historias, como la que me esperaba para ser contada bajo las añejas ramas del Árbol Hotel.
Tras muchos pasos de vals, una cena deliciosa y vitorear “¡vivan los novios!”, partió una caravana que acompañó a los novios hasta un recodo del camino. Un lugar que habla en el idioma de historias benignas y maravillosas, hasta el abrigo del Árbol Hotel llegó el grupo familiar que los acompañó en ese momento de sus historias.
Al alba del 10 de enero, en un Dodge 1500 color celeste Hugo y Juana llegaron hasta el Árbol Hotel, para despedirlos bajo una emoción particular, ya que se cerró un ciclo de casamientos de ambas partes, ya que los hermanos de los novios ya habían contraído matrimonio.

El Árbol Hotel se encuentra entre la rotonda de Nonogasta y Chilecito, a un costado de la ruta lleva centenares de años siendo el refugio de los viajantes, un lugar de encuentros y despedidas, un amparo seguro entre tormentas y noches oscuras. Un claro patrimonio del territorio chileciteño, son incontables las historias que fueron colgadas en la memoria de sus hojas y han hecho nido entre sus ramas. Aun así no fue puesto en valor, pero mantiene viva la memoria autóctona de la identidad que sabe cuándo la naturaleza propicia un refugio en el camino.
Hugo nació en el seno de aquel matrimonio que partió al amanecer hacia el principio de su propia historia, desde el interior del mismo Dodge escuchó muchas veces aquella historia, al pasar frente a la sombra del gran algarrobo, le resultaba imposible no sentir al Árbol Hotel como símbolo de su propia vida.
En su concepción ha florecido en muchas generaciones más, el enorme algarrobo. De la misma forma que sus padres lo trajeron a la vida del terruño riojano, llegaron sus hijas. Pero nunca olvidó aquel momento en el que sus padres partieron hacia el idilio de su propia aventura de amor.

Manuel Vilte estaba seguro de saber cómo llegar a ese Árbol. Junto a su hermano Carlos cumplieron mi deseo de llegar bajo sus ramas. Cuando la mirada de ambos hermanos se posó sobre aquel tronco curtido por el clima y los años, sus ojos transmitieron todo el sentimiento de nostalgia que un corazón es capaz de sentir. Manuel se alejó por un momento para observarlo en su totalidad, Carlos abrazó su tronco, y fue inevitable sentir el abrigo que este ancestral algarrobo le daba a los recuerdos de los hermanos.
Observé el escenario mientras escuchaba otras historias, en las que el protagonista principal era el resguardo que brindó siempre el bondadoso y frondoso algarrobo.
Cuando éramos changos inicia Manuel, mi padre nos encontraba en este punto del camino, vivíamos en Nonogasta. Si la noche nos encontraba atravesando la vuelta a casa, este era nuestro lugar seguro. Esperar o encontrarnos con nuestro padre en este árbol significaba estar a salvo. Si un viajero debía llegar a Chilecito o Nonogasta, este árbol resultaba ser la referencia acertada. Si los truenos de una tormenta nos encandilaban, bastaba estar bajo las ramas del Árbol y esperar que pasara la tormenta. Ellos fueron creando recuerdos a medida que el tiempo posó sus años sobre las ramas del Árbol Hotel.

¿De cuántos secretos habrá sido testigo este lugar? ¿Cuántos amores nacieron y otros terminaron bajo su sombra, cuántas noches fue el hogar de un caminante, o el albergue de los miedos que un niño aplacó entre sus ramas? ¿Para cuántos turistas el punto de referencia fue el árbol del camino, en cuantas anécdotas familiares tiene principal estelaridad su presencia?
En parajes tan inmensos como lo es el valle de Famatina, encontrarse seguro bajo un hábitat propiciado por la naturaleza de un árbol, habla mucho más de la unión del lugar con la vida de sus habitantes. Pueden aferrarse a sus historias porque aún persiste el lugar como el tiempo aquel que evoca los recuerdos de sus habitantes.
Aunque el Municipio no le dio el rescate histórico al Árbol Hotel, tiene una clara importancia y relevancia para los chileciteños por guardar su legado como patrimonio natural de sus historias.
La ley del árbol 13836 custodia la vida de los árboles como patrimonio natural de la historia de cada lugar, tiene la vigencia y completa seguridad para resguardar esta parte de la identidad que es propia de cada región. Rescatar la historia de los pueblos y tener memoria en cada época, de generación en generación, es una responsabilidad con la historia y la cultura.
“LOS ARBOLES LE DAN PAZ A LAS ALMAS DE LOS HOMBRES” (Nora Waln).
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