Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
1591 Cultura + Espectáculos RELATOS

La tijera

"...De a poco los mechones se amontonan en el piso de baldosas de la habitación de las mellis. Un piso de baldosas de granito, de esas que se pusieron de moda en los 80..."
Diego Pérez*

Por Diego Pérez*

La tijera está un poco vieja y floja, no cierra bien y patina en cada tijeretazo y más que cortar, muerde el cabello, que va cayendo de a mechones. Es de esas tijeras que van quedando en los cajones y soportan el paso de los años, estoicas, con su tono de gris plateado que resiste golpes de todos los tipos, aunque su filo vaya sintiendo el peso del maltrato y el poco mantenimiento.

Marina mira el espejo, que le devuelve una imagen que jamás pensó ver. Tiene los ojos color miel, de esos que se aclaran un poco con la luz del sol, pero ahora están hinchados de tanto llorar, rojos, con rabia, con una tristeza que se escapa desde el alma en cada lágrima. Con la mano izquierda sostiene su cabello rubio, teñido, con algunos reflejos que le hizo la Dorita hace unos días, su peluquera de confianza y amiga, compinche de tantas charlas en esas sesiones de tintura interminables. La primera vez fue por recomendación de la Nati, su hermana melliza, que la conocía de su Chilecito natal.

Con la mano derecha trata de ajustar la tijera, que no se mueva tanto, pero el agarre es grande para sus manos pequeñas, de dedos delgados, aunque aprovecha el anillo de corazones, con su reborde elevado para que trabe un poco uno de los ojos de la tijera. Hay odio en cada golpe del metal, corta con bronca. De a poco los mechones se amontonan en el piso de baldosas de la habitación de las mellis. Un piso de baldosas de granito, de esas que se pusieron de moda en los 80, de un verde medio opaco, que soportaba las rayas pero era difícil de mantener limpio. Las mellis, Laura y Soledad, duermen, es tarde. Son las 2 de la mañana y Marina no prende la luz del techo para no despertarlas. Apenas se alumbra con un velador viejo que le regaló su papá a Facu, el varón más grande, que por descarte y usos y abusos, fue pasando de hermano en hermano, hasta llegar a las chicas.

El pelo le llegaba casi a la cintura y ahora, después de varios tijeretazos, va quedando apenas arriba de los hombros.

-Hijo de puta, musita, apenas se leen los labios y mete otro tijeretazo que muerde el cabello y le saca una exclamación de dolor.

-La puta madre-, reniega y sigue con su tarea. En un momento se detiene porque escucha un ruido, se queda quieta un instante, pero es uno de los perros que se mete en la habitación de los tres varones, buscando abrigo para sus huesos viejos. El Tito, como le pusieron los chicos a un puro perro flacucho y pulguiento que encontraron hace años en una plaza y los siguió para nunca más irse, se acomoda en los pies de una de las camas y se hace un ovillo para dormir cerca de la estufa eléctrica, que seguramente encendió Carlitos, el más chico de los varones, porque le hace frío y con el calefactor no le alcanza.

Marina cierra los ojos y suspira y el golpe vuelve, una y otra vez. Le dejó un moretón en el pómulo izquierdo que no sabe como va a disimular el lunes en el trabajo. Algo se le va a ocurrir, no es la primera vez, aunque ya imagina las miradas de sus compañeros, en especial de Camila, la pendeja nueva, que la mira con un poco de lástima, como esa vez que llegó con el párpado cortado por el golpe de revés de Esteban, que no le alcanzó a dar de lleno y solo la rozó pero como fue con la mano abierta le dejó el corte con la uña.

Algo en su interior trata de abrirse paso y decirle que Esteban es así, pobre, le dice que nadie la va a amar así, como él, que eso es amor verdadero. Son varios años así, justificando su violencia con ese versito del amor, pero algo la inmoviliza siempre, no puede reaccionar, no coordina y queda a merced de sus golpes.

Como el de esta tardecita, cuando ella entró a la casa después de trabajar en el estudio y apenas cruzó el umbral escuchó estornudar a Francisco, el varón del medio, su preferido, el más mimado. Marina le dijo que no tome frío y él le respondió que el padre lo había traído de básquet en moto. Dejó el bolso en el escritorio que dividía la sala, una pieza de museo que habían traído de Famatina, de la finca de los padres, que se lo compraron a una familia tradicional que lo vendía por mudanza a la Capital. Se encontró con Esteban de frente, en el pasillo que llevaba a las habitaciones.

-Esteban, te dije que no uses la moto con los chicos, además tiene esa falla en la batería y estamos tratando que el concesionario responda la demanda, ¡no tenés que usarla, ni siquiera tenés los papeles, no está registrada, no tenés carné de conductor, ni casco, los chicos menos, sos un irresponsable!, le dijo subiendo el tono. -Francisco está estornudando, me dijiste que los ibas a buscar en el auto, que ya estaba listo, recién me llega un mensaje del mecánico que no le llevaste los repuestos, que desde la semana pasada los espera, te dejé la plata y no los compraste, seguro que ya la gastaste en pelotudeces y te arriesgas así en la moto, me tomás por boluda.

Marina resopló mientras se hacía una colita con la chula y quiso pasar por el costado de Esteban. Cuando estuvo casi a un metro bajó los brazos. -Ya voy Lauri, ya te hago la leche. Miró nuevamente a Esteban que permanecía impasible y le recriminó: -ni la leche a las chicas les hiciste, tengo que venir molida del laburo para seguir trabajando acá, porque no agarras un caso hace tres meses porque no te gusta ninguno, sos igual que tu viejo.

Se apoyó en la pared para pasar por el costado de Esteban y eso fue lo que la ayudó a no caer. La piña de Esteban impactó en el pómulo del ojo izquierdo de Marina, la sacó sin mucho recorrido por la cercanía de los cuerpos y eso hizo que no fuera tan potente. Pero Esteban es corpulento, mide un metro ochenta y cinco y tiene las manos grandes, huesudas, pesadas y el golpe impactó desde arriba hacia abajo y no la agarró tan de lleno porque Marina había achicado la distancia entre ambos. Dio dos pasos hacia atrás apoyada en la pared y Esteban, sin decir una sola palabra, se fue sobre ella, la tomó por la cola del cabello recogido y con un movimiento preciso la tiró al suelo y comenzó a arrastrarla hacia la puerta de calle.

-A mí nadie me dice lo que tengo que hacer, ¿entendiste hija de puta?, soltó Esteban mientras Marina estaba aturdida y mareada por el golpe y trataba de agarrarse de algo.

En eso llegaron los gritos de las chicas, que habían visto todo y los empujones que le dio Francisco a su padre para que suelte a Marina.

-¡Esteban!, no por favor, los chicos están viendo, por favor, suplicó Marina con un hilo de voz. Ya habían llegado a la calle, al portón de ingreso. Esteban pareció reaccionar por el llanto de las chicas y los sollozos de su esposa y la soltó con un empujón y Marina dio la cabeza contra el borde del cantero que estaba pegado a la reja y todo se puso negro.

Cuando se despertó estaba en su cama, con Esteban a su lado, acariciándole el cabello. No entendía nada, hasta que el dolor de los golpes, el del rostro y el de la cabeza, la hicieron recordar. Quiso decir algo y no pudo. Esteban le puso un dedo sobre los labios.

-Shhhh, amor, no digas nada. ¿Ves?, ¿Ves lo que logras mi amor?, me haces enojar y tuve que pegarte. ¿Por qué lo haces?, mil veces te lo dije. Sos mi amor, y esas cosas se hacen por amor solamente, nadie te va a amar así como yo.

Marina lo miraba perpleja, no alcanzaba a reaccionar.

-Ya pedí unas pizzas, los chicos ya comieron, les dije que se vayan a dormir todos, ellos vieron que fue tu culpa todo, se asustaron, pero ya están bien y en cama. Pedí una napo para los varones y la de 4 quesos para las chicas, que les encantan. No sabés lo que come Facu ya, Francisco no quiso comer casi, me miraba de reojo, pero le dije que se deje de joder o le metía un chirlo y se calmó. Las mellis se comieron toda la pizza, así que te quedaste sin, gordita.

Esteban se acomodó en su lado de la cama, mirando a la ventana y se durmió rápido, dejando la tele prendida con un partido.

Marina no pudo pegar un ojo y cuando pudo corroborar que Esteban estaba dormido profundamente, a causa de los primeros ronquidos, se levantó despacio, un poco para no hacer ruido y otro porque el dolor en todo el cuerpo le impedía moverse con mayor velocidad.

No era la primera vez que Esteba le tiraba del cabello aprovechando lo largo que lo tenía y le tenía prohibido que se lo fuera a cortar. Tantas cosas le prohibía ya y le controlaba, como la vez que tenía que viajar y le revisó la ropa interior del bolso, para ver que no lleve ninguna bombacha de esas de puta como él mismo dijo, porque si llevaba esas era para coger con los compañeros de trabajo.

-Hijo de puta-, murmura otra vez Marina y mete el último tijeretazo. Ahora tiene que barrer..

*Periodista. Escritor.

Comentarios

Últimas noticias

Te puede interesar

Teclas de acceso